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TERLENKA

Camino a la servidumbre

GUILLERMO FADANELLI

Cuando reviso los tuits que envío a la red, me doy cuenta de que en unos pocos llego a ser descuidado en la puntuación, pero se trata de un desaliño ortográfico que yo me permito avalado por la inconsistencia y liquidez de este medio. Sólo ruego que no sea un desaliño mental como es allí costumbre. La educación que las personas se dan a sí mismas es hoy más importante y necesaria que en el pasado, ya que, fuera del estudio de las especialidades técnicas o privilegiadas, la educación de las mayorías es deficiente y se ve lacrada por la avalancha de entretenimiento visual que nos sepulta diariamente. La densidad de la información disparatada, aunada a la dirección ética que la contiene (corrección política y costumbrista sin sentido, debilidad de discernimiento, manipulación cínica y adicción a la novedad vacua) impide que esas mayorías aspiren a un grado de conocimiento que les permita una mayor calidad ética y crítica en sus vidas. Por tal razón la educación que uno se da a sí mismo es vital si no quiere ser rehén de prácticas criminales de mercado, política, tecnología y de vida en común.

Mi experiencia no me da derecho a dictar sentencias, pero sí a narrar lo que dicha experiencia me llevó a descubrir. Cualquier libro contiene al todo en sus páginas, puesto que no es el tema lo que agota el contenido de un libro, sino su capacidad de estimular el pensamiento y convertirse en un espejo de todo aquello que puede ser conocido. Cito tres libros al azar que a mí me abrieron el horizonte siendo bastante joven; nadie me los sugirió ni tampoco me obligó a leerlos. Uno de ellos es "El libro de los desastres", de Fernando Benítez el cual me hizo poner atención en el saqueo de las espléndidas bibliotecas conventuales que se llevó a cabo en el siglo XIX. Esta mínima lectura fue el principio de una búsqueda personal de numerosos libros y bibliófilos que aún no termina. Al leer "Caudillos y campesinos en la Revolución mexicana", obra compilada por D.A. Brading, en la que participan destacados historiadores logré extender mis dudas y asertos acerca de las figuras de la Revolución Mexicana que en la escuela nos venden como estampas monacales de héroes patrios. Cuando leí Camino de servidumbre, de Friedrich A. Hayek, me vi discutiendo sus tesis conmigo mismo y construyendo a la vez una noción propia de la economía. Sobra decir que este libro me lanzó hacia el conocimiento de tendencias opuestas como las que alguna vez representaron J.M. Keynes y Milton Friedman. Estos son sólo tres ejemplos en los que me cobijo para reforzar mi idea de que cada libro es el espejo de todas las obras existentes, aunque su contenido posea determinada dirección y, por otra parte, estos ejemplos me ayudan a reafirmar la necesidad de una auto educación en estos tiempos de cólera escolar.

A lo largo de dos o tres décadas abrí mi casa a numerosos amigos -antes aceptaba incluso a los desconocidos- y sé que, debido al hecho de que todos mis libros están a la vista en libreros, en el piso, en las mesas, algunos invitados lograron sustraer del departamento varios de ellos. Incluso llegué a darme cuenta del hurto sin decir palabra, pues podía reponer el libro fácilmente. En otras ocasiones lamenté la pérdida de un ejemplar, como fue el de "Contra el método", de Paul Feyerabend, o el de una biografía ilustrada de Charles Bukowski en el que se puede ver al escritor maldito marchando en el campo de una escuela militar a donde fue enviado en su juventud.

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