Alcanzar esa cima era para él convertir en realidad el sueño que tuvo desde niño.
Los "flashazos" de la prensa ávida de recibir un nuevo cliente representaban el halo divino que creía poseer, mientras que las muestras de convenenciera sumisión a su persona le parecían interminables, aunque satisfactorias, peticiones de milagros.
Su toma de posesión le daba, por fin, el sitio que quería y consideraba merecer.
Era ya, formalmente, el nuevo gobernador de ese estado, cada vez más parecido al resto de las entidades federativas debido a la problemática que compartía con ellas, tan conocida y aceptada por la mayoría de los ciudadanos, como paradójicamente alentadora de la sexenal y, a veces, inconfesable esperanza de cambio real.
Este personaje de no más de 45 años y representación por excelencia del ser metrosexual -característica esta que superó ampliamente la aportación al voto hecha por el discurso-, se veía desde estos primeros momentos a bordo de un vehículo con el lujo que ameritaba su posición, desde el cual repartía saludos a todos los puntos cardinales, pagaba favores, prometía prodigios y recibía muestras de adoración a su figura de semidiós.
Su más antiguo anhelo era ahora su más embriagante realidad.
Sin embargo, en este escenario ideal olvidaba que hasta al más grande sueño le espera un despertar.
Apenas había ocupado un año el trono cuando ya despotricaba en público y privado contra algunos periodistas que le exigían dejar de atribuir a sus antecesores la ausencia de resultados, lo que, por supuesto, consideraba injusto.
¿Cómo se les ocurría pedirle, por ejemplo, que brindara seguridad, garantizara el suministro de agua potable o realizara acciones ajenas al clientelismo para reducir la pobreza?¿Se les hacía poco el alto número de eventos a los que asistía, las alegres declaraciones que prodigaba y los interminables saludos a los ciudadanos ante quienes deseaba simular que era su igual al abrazarlos mientras era fotografiado?
No, lo anterior no es ficción.
Aunque pudieran parecerlo, los cuadros descritos no parten de la imaginación, sino de algunas observaciones profesionales hechas por el suscrito durante su carrera en pos de la despensa.
A reserva de una mejor conclusión por cuenta del lector, esas observaciones de lo cada vez más frecuente en la involución de la política en el país, dan pie a preguntarse en qué momento un gobernante llega a asumir que su tarea es similar a la del "rey de la primavera", para dedicarse a adornar desfiles, recibir pleitesía de su corte, saludar a diestra y siniestra y, como lo hace un mandatario del norte del país, promover sitios turísticos en franca invasión de las tareas que corresponden a la miss que representa su entidad, distinguida dama que jamás pensaría despojar al jefe del Ejecutivo de su responsabilidad para dar seguridad u oportunidades de desarrollo a los ciudadanos.
En el terreno del deber ser, ocupar una posición de mando implica obligaciones distintas a las de convertirse en el ciudadano más simpático, en el invitado que da categoría a la fiesta o en especialista para encontrar errores en el pasado y darles el carácter de vales para exentar el cumplimiento de las responsabilidades presentes.
Empero, en el área de lo real, ceder la autoridad a cambio de evadir conflictos o vivir la tranquilidad que trae la resignación ante lo imposible, parece definir la tendencia de la moda en la política nacional.
Ante esta percepción cabría sugerir quien persigue un rol de mando superior que, por vergüenza propia y respeto al ciudadano, es necesario tener en cuenta el dicho que sentencia: "Ten cuidado con lo que deseas, porque se te puede cumplir".
…Salvo que conscientemente aspire a encabezar únicamente carros alegóricos.