Este tercer año será particularmente difícil para la región, la más afectada por la pandemia del coronavirus. Las principales economías registrarán una desaceleración debido a una menor demanda interna y externa; la recuperación económica será paulatina, como la creación de empleos, dada su precariedad y los avances en la automatización, supeditadas a la evolución de la inflación global, a los procesos de vacunación y conforme se dé la reapertura consistente de los principales sectores productivos. Habrá alzas en las tasas de interés y un desigual dinamismo económico, haciendo problemático alcanzar las metas nacionales y regionales de crecimiento. La planificación estratégica (con o sin programas gubernamentales de estímulos económicos) junto con las reformas para alcanzar una más amplia y eficaz recaudación fiscal, enfrentarán dificultades. Se estima que el crecimiento del PIB de la región será del 2.5%, en el caso de Colombia de un 4.1% y de un 2.9% en México, a pesar del rebote económico del año recién concluido. Por su exposición externa y debido a sus trastornos internos, Argentina y Brasil podrían enfrentar nuevas crisis económicas. Los impactos han sido asimétricos, pero en general, los avances socioeconómicos registrados en las últimas décadas se han revertido. Según un informe reciente de la OCDE, la CEPAL, el BID y la Comisión Europea, 200 millones de personas en la región se encuentran hoy en situación de pobreza y 78 millones en pobreza extrema. Casi un 40% de los trabajadores latinoamericanos no tienen protección social, al ser parte de la economía informal. Los países latinoamericanos y caribeños tendrán el reto de integrarse y acoplarse a las cadenas globales de producción y de distribución, en transformación, habiendo una fuerte competencia en el sector de servicios. La región va a requerir de inversiones cuantiosas, tanto públicas como privadas, para resolver los rezagos en capital humano, infraestructura y conectividad.
Se vislumbra una generación perdida: 167 millones de niños y niñas perdieron más de un año de clases presenciales. Es altamente probable el riesgo de un colosal abandono definitivo de jóvenes, en particular, de mujeres. Las escuelas de América Latina y el Caribe estuvieron cerradas más de 25 semanas, cuando en promedio, en el mundo, el confinamiento implicó su cierre durante 10 semanas. No sólo la educación básica, también la educación superior enfrentará serios desafíos, sobre todo en relación con el acceso equitativo a una formación universitaria relevante y de calidad, que transfiera y genere conocimientos, enseñe a pensar de manera crítica, a investigar y resolver problemas, que aporte aptitudes, capacidades y habilidades para el trabajo, posibilitando cambios sociales de fondo, contribuyendo a fortalecer los valores de ciudadanía y convivencia pacífica. Por ello las instituciones de educación superior deben dejar de ser botín político.
La ausencia de una idea colectiva, de un sentido de dirección amplio compartido entre los ciudadanos, favorece la conformación de mayorías coyunturales, transitorias, y tiende a excluir o ignorar a las minorías, propicia la ausencia de liderazgos auténticos y la formación de oposiciones, en parte, debido a la decepcionante actuación de líderes políticos oportunistas y gobernantes impreparados, a la manipulación y desinformación. Todo ello podría seguir alimentando los descontentos sociales, contribuyendo a la pérdida de una conciencia histórica de múltiples esfuerzos realizados a nivel nacional y regional, con el consiguiente descrédito y alejamiento de la política.
Si en la región seguirán estando lacerantemente presentes la desigualdad, la debilidad e inestabilidad institucional, la injusticia y la impunidad, la quiebra de los partidos políticos y la irrupción de movimientos populistas, la polarización ideológica, la incesante migración irregular, la violencia estructural y la inseguridad, los desplazamientos forzosos, la corrupción, los feminicidios, el narcotráfico y el incremento de las actividades ilícitas del crimen organizado. ¿Cómo debatir para transformar el futuro en América Latina y el Caribe? ¿Cómo prepararnos mejor para cambiar un estado de cosas y modificar el curso de los acontecimientos?
Este año sucederá el traspaso del poder -con signos hacia la izquierda- a Xiomara Castro en Honduras y a Gabriel Boric en Chile marcando sendas pautas de alternancia en Centroamérica y América del Sur. Habrá elecciones presidenciales en Costa Rica (febrero y abril), en Colombia (mayo y junio) y en Brasil (dos rondas en octubre). Gustavo Petro podría ganar en Colombia y Lula da Silva derrotar las demenciales aspiraciones reeleccionistas de Jair Bolsonaro para volver al poder en Brasil. ¿Qué les depara este nuevo año a los regímenes en Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela respecto de su viabilidad y supervivencia en el contexto de una pandemia prolongada, de profundas crisis internas y unas tensas relaciones intercontinentales? ¿Se resolverán los complejos procesos políticos, económicos y sociales en Perú, con la llegada tambaleante de Pedro Castillo a la presidencia y de Guillermo Lasso en Ecuador? ¿Seguirán los gobernantes de El Salvador, Honduras y Guatemala empeñados en impulsar sus respectivos proyectos políticos autoritarios, cuyos éxitos dependerán de múltiples circunstancias?
Van a continuar las oleadas migratorias desde Centroamérica y el Caribe, las habrá incluso extracontinentales; pero primero se destinarán miles de millones de dólares a frenar, contener y deportar a los migrantes, antes que a invertir en programas de desarrollo en sus conflictivos lugares de origen. La competencia, cooperación, rivalidad y conflicto entre EUA y China repercutirán también en América Latina y el Caribe. China es el motor del crecimiento global y ya se perfila como el principal socio comercial de la región, cuya recuperación futura ve como una oportunidad.
@JAlvarezFuentes
