Para algunos mexicanos críticos del gobierno federal, ya sea por nostalgia, visión de futuro o falta de la Tarjeta del Bienestar, entre otras posibles razones, los tiempos que vive el país son preocupantes.
Esa posición resulta contraria a la de muchos otros que no extrañan las traiciones del PAN, el cinismo del PRI y el vago recuerdo del PRD; que privilegian el presente de sueños, sin preocuparse por el mañana de consecuencias; y que necesitan los apoyos económicos que les hacen sentir menos miserables, aunque sea por un rato, sin importarles la etiqueta de "dádivas" dada por una parte de la Oposición con presupuesto y olor a perfume.
Ambas posturas extremas, sin embargo, parecen ignorar algo que uniría a todos sus pensadores o fieles -como se les quiera llamar-, factor sobre el que aquí se abundará.
Para poner a consideración de una y otra posición, por supuesto admitiendo sin juzgar la polarización que distingue la época o la popularidad de lo maniqueo, evocaré un par de experiencias que podrán arrojar una conclusión tan sencilla como quizá "tierna".
Me traslado primero a un municipio de la frontera tamaulipeca, donde un empresario deseaba ser alcalde. Ahí, confieso, nunca quise ser crítico de quien aún creo es un buen hombre.
Mi intención fue sólo conocer mejor su pensamiento, con el fin de proponerle ideas que pudiera hacer propias y fueran creíbles para el electorado. Por eso inicié mi colaboración haciéndole una pregunta básica: "¿por qué quieres ser presidente municipal?".
Formulé de maneras distintas esa interrogante, pero siempre obtuve el mismo mensaje, cuya esencia era: "No me gusta ver gente pobre", expresión aislada de propuestas concretas para extinguir la pobreza. Su desahogada situación económica no lo hacía insensible ante la desigualdad, aunque tampoco diferente a mi hijo pequeño que bien podía proponer lo mismo.
Luego, extraigo de mi archivo digital el texto que escribí hace algunos años justo para mi retoño, letras que tratan sobre la infancia y la política:
"Cómo voy a olvidar esa imagen, aunque hoy no te acuerdes ni de ella ni de mí.
"La casa del virrey aún no era modificada, tenías unos 12 años y, como era sábado y no había clases, me acompañaste a esa junta tan extensa como la ingenuidad de quienes a ella asistíamos.
"Se trataba, pensábamos seguramente la mayoría de los cinco o seis presentes, de planear las acciones que responderían al compromiso moral adquirido con los ciudadanos, quienes habían votado mayoritariamente a favor del proyecto que suponíamos era de índole social, no de carácter económico para fines particulares.
"Primero un buen amigo te ubicó en lo que aún era su oficina, para que te distrajeras con su computadora, mientras que tu padre y sus nuevos compañeros de trabajo hacían el mejor esfuerzo para parecer personas sesudas.
"Estuvimos sesionando casi 12 horas continuas, tiempo que, por supuesto, no soportaste frente a la computadora. Ya entrada la obscuridad, bajaste a la en ese entonces austera sala de juntas, donde desparpajado te sentaste en un sillón ubicado en la cabecera de la larga mesa de trabajo.
"Seguramente escuchaste tantas opiniones, propuestas y otras expresiones no todas propias de estadistas, que hubo un momento en el que decidiste participar. Sin componer tu postura, empezaste a opinar como niño acerca de lo expuesto por los adultos, lo que, debo reconocer, no rompió el tono de la reunión.
"Quizá diste así tus primeros pasos en la política, vocación por la que al parecer tenías inclinación, pues casi al empezar la junta me dijiste en tono de deslinde: 'nunca seré político', y a esas horas de la noche tu discurso te desdecía.
"Hoy, a ocho años de que inscribiera esas imágenes en mi presunta conciencia, confirmo pudiste ser gobernador desde ese entonces, pues también sabías saludar en cualquier desfile, prometer que harías la tarea, evadir responsabilidades en casa, tener los mejores deseos y hasta comprometer la renuncia a tus juguetes cuando necesitaras conseguir algo urgente.
"Sí, ese recuerdo y lo que apunta parecen estar vigentes, hijo.
"En serio, aspiro a que por tu bien y el de todos los jóvenes, cambie la concepción del gobernante como reina o rey de la primavera, es decir, como figura para inauguraciones, reuniones de postín y gran hacedor de concesiones propias de su graciosa majestad, para que la sociedad deje de estar rebasada por la falta de palabra y liderazgo, factores necesarios para rescatar el respeto y el poder para el Estado".