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PEQUEÑAS ESPECIES

MIS ÁNGELES DE CUATRO PATAS

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

Contaba con siete años de edad cuando llegó a casa nuestro primer perro, un cachorro de dos meses de edad, le llamamos Sultán, cruza de Bull Terrier con Boxer, atigrado, noble y leal como ninguno, le queríamos mucho, convivió con nosotros cerca de cinco años. Al regresar de unas vacaciones no lo volvimos a ver, mis hermanos y yo lo creímos extraviado pues le encantaba la calle, años después supimos por nuestros padres que había fallecido a causa de una grave enfermedad, fue el diagnóstico del veterinario, fue tan grande el cariño que le teníamos, que nuestros dos siguientes perros también llevaron el nombre de Sultán.

Luego llegó Balín, un pequeño Fox Terrier pelo de alambre, el pequeño de la familia, me encontraba convaleciente de una fractura de fémur, cuando escuchamos el escalofriante quejido de un perro en la calle, en tres segundos me encontraba fuera de la casa sin mis muletas, apresuradamente salí en un solo pie y vi a "Balín" tirado a media calle, lo habían atropellado, al verme se dirigió a mí contorsionando su pequeño cuerpo como un pez fuera del agua; no podía ni arrastrarse, al cargarlo, dejo de llorar y descansó muriendo en mis brazos. Desde entonces mi vida ha estado involucrada con perros, en la salud y en la enfermedad, siempre he disfrutado de la compañía de estos grandes compañeros, a excepción cuando ellos mueren, que vacío tan grande dejan y como lamento su partida.

He llegado a pensar que jamás volveré a querer a un perro de la misma manera, afortunadamente me he equivocado; el mejor remedio que existe para salir adelante después de esa gran pérdida, es volver adoptar otro animalito, indudablemente que nunca lo va a sustituir, incluso he llegado a la conclusión que los perros son como los hijos, cada uno de ellos tiene un don especial, que te hace sentir cierta predilección, pero realmente a todos los quieres por igual.

Mis últimas mascotas han sido hembras, Candy y Blanca Nieves cada una de ellas más que especial, que maravilloso es el carácter de las hembras, además de ser más fieles y cariñosas que los machos, me atrevería a decir que son más sentimentales, adjetivo que no lo he encontrado en los libros de razas de perros. A Candy la adopté desde que estudiaba mi profesión, se trataba de una perrita de la raza Weimaranier, fuimos inseparables, la llevaba a clases, a entrenamientos, fiestas, viajaba conmigo en el ferrocarril cuando me dirigía los domingos a la ciudad de Durango a estudiar, era el único medio de transporte que la aceptaba, y los viernes la traía de regreso a Torreón para ver a mi familia. La vida de Candy fue muy corta, cuando empecé a ejercer mi profesión tuve que dormirla a causa de un osteosarcoma, cáncer de huesos, me dolió mucho su partida, ya que nada pude hacer por ella.

Pasaron algunos años, ya casado adoptamos a Blanca Nieves, una perrita de la raza Samoyedo de color blanco de ahí su nombre, en realidad fueron mis hijos los que la llevaron a casa cuando eran apenas unos niños, vivió catorce años con nosotros, su partida me causó doble pesar, creo que sentí más el dolor de mis hijos por la muerte de Blanca Nieves, que verle morir, sabía que estaba grave, realmente la mantenía con vida el suero y medicamentos que le administraba, contra la senilidad no hay cura. Mis hijas, Alejandra y Sofía, fueron quienes más sintieron la pérdida de su mascota, quien ya ocupaba un sitio en la familia cuando nació Sofía. Siempre la vio como una hermana mayor a Nieves, como le decíamos de cariño, fueron inseparables. Recuerdo que le dije a Sofía, cuando tenía seis años que operé a la perrita, se encontraba muy triste, "Sanará pronto hija, pero algún día tendrá que morir, incluso también nosotros", y solamente me contestó, "¿Aunque nos portemos bien?". Días antes de que "Blanca Nieves" partiera, llegó a la clínica una clienta y me preguntó que si le podía ayudar a buscar casa para su mascota, se trataba de un Golden Retriver de un año de edad, vivía en un lugar donde tenía problemas de espacio, no le daban la atención adecuada, además los vecinos se molestaban por el ruido que hacía al jugar con sus platos de comida ya vacíos. Inmediatamente fui a verle y me cautivó el carácter y su estampa, lo llevé a casa, como preparando el terreno y suavizar la partida de Nieves para que no le afectara a mi familia tan drásticamente, pasaron tan solo unos días de su llegada cuando falleció nuestra querida mascota. La llegada de Sam a casa fue sorprendente, jamás ocupará el lugar de nuestra Samoyedo, pero ahora es el "niño" de la casa. Al principio llegó nervioso y desconfiado, como es natural cuando lo separan de su familia, el cambio debió de haber sido para él muy drástico, desde su nombre (Globito) hasta su alimentación, pero siempre con su temperamento noble e inteligente, incluso en una ocasión escapó de la casa y se encontraba extraviado, recuerdo que toda la familia fue en su busca,  afortunadamente lo encontramos y no muy convencido lo llevamos a casa de regreso. Después de unas semanas ahora es un perro alegre y con gran temple que juega y obedece, no hace por salir de casa y al sacarlo a paseo nos sigue a todas partes sin necesidad de jalarlo de su correa. Sam ahora respira un aire de tranquilidad y sobre todo de afecto mutuo. Definitivamente ha sido la mejor terapia para la familia, sobre todo para mi hija Sofía, quien es con la que más juega.

Podría decir que existe un cielo de los perros, y son ellos mismos quienes han mandado a sus sucesores para aliviar el único dolor que nos causan... ¡Su muerte!, y no por culpa de ellos.

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