Un cazador llevaba muchos inviernos hurgando las mañanas de rocío y los campos cubiertos de heladas. Tenía dos perros que alternaba. Uno de raza Breton que había envejecido y caminaba detrás del amo. Llevaba el hocico pegado al pasto. Repasaba con concentración el rastro esquivo del ave. Era de andar lento y minucioso.
El otro perro era de raza Pointer. Nervioso, veloz, incansable. En vez de rastrear, utilizaba la modalidad de ventear. Con el hocico de cara al viento, descifraba con increíble precisión cada rastro y con tesón perseguía una y otra vez las erráticas pisadas.
Ese día, el cazador decidió salir con los dos perros. Uno lo retrasaba y el otro lo presionaba hacia delante. Con la contradicción de sus tiempos terminaron por confundirse y neutralizarse. La ansiedad de uno y la lentitud del otro malograron la caza.
Todos nuestros proyectos, la vida misma está signada por la necesidad de controlar el tiempo.
Somos protagonistas del tiempo pero ninguno puede controlarlo totalmente.
Una de las trampas en las que caemos frecuentemente es nuestras propias fechas límite. Herb Cohen cuenta en un viejo libro de negociación su propia experiencia en un viaje de negocios a China. Sus anfitriones averiguaron a su arribo la fecha de regreso. ¿Cómo la usaron en su favor? Retrasaron las definiciones en la negociación casi hasta el momento de la partida. Cohen se había propuesto volver con un acuerdo. Lo hizo. ¿Cuál fue el principal precio que debió pagar? La inmensa cantidad de concesiones que debió realizar por ser esclavo de su fecha de regreso con un acuerdo sellado. Por otra parte, los chinos tenían esa información y la usaron como elemento de presión.
A menudo solemos colisionar con personas que tienen ritmos o modalidades diferentes.
Algunos piensan, hablan y actúan como el bretón, lenta y pausadamente. Otros lo hacen como el pointer, demasiado velozmente.
Todo es relativo, ya que las cosas nos parecerán lentas o rápidas según sea nuestro propio ritmo. Y cuando no coincide con el del otro, se produce un desequilibrio en la relación o las expectativas.
Recientemente una empresa incorporó a un ingeniero joven con poca experiencia para prepararlo en el rol de programación de la producción. El área de recursos humanos diseñó un plan de inducción que contemplaba un breve pasaje por cada proceso productivo durante un período de 2 meses. Promediando el mes y medio, un director manifestó su decepción con el desempeño de este profesional.
¿Cuál fue su razonamiento? "Está hace como 2 meses. Nunca me hizo una pregunta. Lo veo mirar y tomar nota en forma pasiva. Le pedí un informe de los problemas y propuestas que haría y me pareció que le estaba pidiendo que saltara de una montaña. Creo que no tiene la actitud para nosotros. Desvinculémoslo antes que se cumplan los 3 meses de prueba".
El fin de la historia.
El postulante sólo había hecho lo que habían diseñado para él. El director no recordaba el plan de inducción y puso en juego sus propias expectativas, construyó una hipótesis de comportamiento retrasado y definió una desvinculación basada en su ansiedad.
Todos sabemos que las etiquetas, sobre todo las negativas, son muy difíciles de cambiar.
La ansiedad le agrega vértigo, no siempre precisión a lo que hacemos.
Como para el cazador, el resultado se ve perturbado, cuando la ansiedad puja contra la tranquilidad y la calma.
Para cazar el tiempo es necesario utilizar un solo perro y aprender a acoplarnos a su propio ritmo.
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