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Una farsa de democracia

ÓSCAR ARIAS SÁNCHEZ

El pueblo nicaragüense, cansado del diluvio de denuncias de corrupción, de la sistemática violación de sus derechos humanos, de la continua privación de sus libertades, de años de dictadura y angustiados por el eventual resultado de las elecciones del próximo 7 de noviembre, es hoy como un Noé que aferrado a la proa del arca aguarda con paciencia una señal de rectificación y, a pesar de los malos augurios, confía y espera un cambio y un retorno a la democracia.

En Nicaragua las instancias democráticas han desaparecido. Sólo unos pocos fanáticos defienden el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Un demócrata, de izquierda o de derecha, debe reconocer que Nicaragua es una dictadura en todas sus dimensiones, en donde la separación de poderes ha desaparecido, los líderes de la oposición son presos políticos y la corrupción se ha adueñado del Estado. En Nicaragua el sueño de la revolución Sandinista dejó de ser una quimera para convertirse en una abierta pesadilla, una pesadilla en donde ser opositor al régimen conlleva amenazas, persecución, cárcel y en muchos casos hasta la muerte.

El triste retroceso de Nicaragua nos recuerda que la democracia no puede darse por sentada y que hay que rescatarla constantemente de la amenaza del populismo y de los delirios autoritarios. En la defensa de la democracia, no es posible el descanso. Debemos velar su sueño y custodiar su vigilia todos los días. Las democracias no pueden defenderse en retrospectiva. Desde 2006, un aire de repetición vivimos cada cinco años cuando Nicaragua realiza sus elecciones presidenciales y todos esperamos que por fin se dé un retorno a la democracia, pero cuando finalizan las elecciones es difícil no sentirse como Tántalo, intentando beber del agua que se encuentra siempre un poco más allá.

Estoy consciente de que el devenir histórico ha deparado a nuestros pueblos experiencias políticas que difieren, y que de ello nace una diversidad de fórmulas para el ejercicio de la libertad electoral. En el caso de Nicaragua, donde el pluralismo es fingido, donde hay elecciones, pero se eliminan los partidos políticos de oposición, donde se restringe la libertad de expresión o de desplazamiento, donde las fuerzas armadas están adheridas al partido oficial y donde el poder económico del Estado se pone al servicio de su partido, de nada vale la formalidad electoral. En Nicaragua la existencia de un tribunal de elecciones y el ejercicio ritual del sufragio no son sino burdas manipulaciones y un medio para que un sistema totalitario se disfrace de democracia. Y eso es lo que es la pretendida democracia nicaragüense: una farsa.

Pocas veces en mi vida no veo una luz al final del túnel y en esta ocasión creo que en las próximas elecciones en Nicaragua no ha llegado el fin del diluvio... Sin embargo, tengo fe en Dios de que un olivo crecerá de nuevo en algún momento en este pueblo hermano. Ojalá que el pueblo nicaragüense nunca pierda la esperanza y sepa tornar su vista a la alborada. Ojalá que se aferre, como Noé, al borde del arca, sostenido con la fe de un futuro mejor y la promesa de una nueva alianza, una alianza con la vida, con el desarrollo y con la libertad. Una alianza con la paz y con el retorno de la democracia.

*Óscar Arias fue presidente de Costa Rica (1986-1990 y 2006-2010) y ganó el Nobel de la Paz 1987.

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Escrito en: editorial ÓSCAR ARIAS SÁNCHEZ

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