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Ruidos y sombras en el patio trasero

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La estridencia de la política populista, de derecha e izquierda, que campea por el escenario latinoamericano, no nos permite entender el gran rezago histórico que arrastra la región. Lo hemos dicho en otras ocasiones en este mismo espacio: América Latina es el subcontinente más desigual y violento del mundo, y una de las dos regiones con mayores niveles de corrupción. Pero esto apenas son los síntomas de una enfermedad que, si escarbamos, podemos encontrar sus raíces en la época colonial y las grandes asignaturas pendientes que dejaron las revoluciones.

La tragedia de este círculo es ocultada constantemente por la competencia voraz de las élites políticas y económicas en un sistema que tiene como sello el clientelismo, la extracción y la concentración de poder y/o riqueza. Los pleitos derivados de esa competencia son comprados fácilmente por la sociedad que concibe la participación ciudadana sólo como el medio para quitar a uno y poner a otro en el timón de mando, sin que eso signifique un cambio real de rumbo.

La sordera que nos produce el ruido de las élites no nos deja escuchar ni escucharnos para reflexionar y posteriormente actuar sobre nuestros problemas comunes. El caso de México es emblemático. Nos encontramos de pronto atorados discutiendo estupideces como la rifa de un avión, mientras los jinetes de la desigualdad, violencia y corrupción avanzan liderados por el jinete del centralismo populista. El cambio de colores tiende a enmascarar la continuidad de las políticas fallidas desde la llegada de la alternancia en 2000.

Y sobre esta realidad latinoamericana, que de alguna manera se replica con sus matices e historias particulares en las naciones más grandes de la región, Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), apunta en una entrevista publicada en El País una línea de análisis sobre cómo América Latina ha perdido ya los trenes de la política industrial y la innovación, "dejando la toma de decisiones a las fuerzas del mercado. Está claro que ese modelo de desarrollo, sin una estrategia productiva, se agotó. Tanto en materia económica, como demuestra el bajo crecimiento, como en materia de distribución (…)".

Para Bárcena, "el modelo económico que se ha aplicado en América Latina está agotado: es extractivista, concentra la riqueza en pocas manos y apenas tiene innovación tecnológica. Nadie está en contra del mercado, pero debe estar al servicio de la sociedad y no al revés. Tenemos que encontrar nuevas formas de crecer y para eso se requieren políticas de Estado".

Políticas de Estado, mismas que solo pueden surgir de políticos con talla de estadistas, con horizontes de largo plazo y con apertura a esquemas de gobernanza donde la ciudadanía sea mucho más que la suma de los votos que se requiere para ganar y legitimar un proyecto. Porque hay que decirlo: América Latina conserva en sus "genes sociales" el autoritarismo como reacción y respuesta, como problema y solución, como mal crónico que nos distancia del compromiso democrático.

Observemos y analicemos. El devenir histórico de la región ha sido un paso de la colonia a la independencia dominada por una élite política y económica. De la independencia a revoluciones sociales corporativistas (fallidas o consumadas) que terminaron en dictaduras de partido o socavadas por dictaduras militares. De las dictaduras a las democracias débiles subordinadas a los intereses económicos transnacionales. Y de las oligarquías económicas al populismo, ya sea para afianzar la oligarquía o tumbarla para construir una nueva.

Para esbozar un diagnóstico de esta enfermedad, hay que leer a Juan Jesús Aznárez quien, en su artículo El Estado como abstracción, publicado en El País, dice que "las democracias de América Latina son poco apreciadas por sus beneficiarios porque su arquitectura institucional no es fecunda, ni inocula cultura y solidaridad; las políticas públicas son erráticas, no sanan la gangrena de la delincuencia y apenas han acortado las abismales desigualdades en ingresos y oportunidades. Mientras la demagogia prospera en las propuestas, las clases medias rescatadas de la pobreza penden de un hilo."

La demagogia, ese cáncer identificado desde los orígenes mismos de la democracia y que hoy ha proliferado como nunca gracias al uso de tecnología digital que facilita y masifica el engaño, la confusión y el encapsulamiento. Esa demagogia que desarticula, polariza y simplifica el debate público al nivel de una lucha de fábula entre "el bien" y "el mal". Los intereses facciosos y personales suelen ponerse por encima del compromiso con la construcción de un Estado democrático.

En medio del desprestigio de la democracia y en aras de la eficiencia, se ofrecen medidas autocráticas y concentradores de poder. Se cree y se propaga que una sola persona y su grupo pueden acabar con los males de un país, provocados por "los malos" que lo han gobernado en el pasado. Pero para que "el bueno" o "los buenos" puedan lograrlo, hay que darles más poder, como ocurre en países como Rusia y China.

Pero si las élites políticas de esos dos países han avanzado en medio de la autocracia, es porque están lejos de la esfera de influencia de Estados Unidos. En América Latina, por el contrario, encontramos regímenes subordinados a los intereses de la gran potencia americana sin importar en qué lado del espectro ideológico se encuentren. Lo mismo el Brasil ultraderechista de Bolsonaro que el México izquierdista de López se alinean, de buena o mala gana, a las políticas de Donald Trump.

Parece que el paradigma sigue vigente: mientras los estados nacionales de América Latina no profundicen la democracia y acoten la demagogia, no construyan modelos incluyentes de gobernanza con políticas económicas que beneficien a la mayoría, y no creen un bloque regional que supere lo ideológico y que les dote de poder negociador, a Estados Unidos (u otra potencia global) le bastará con controlar a las élites políticas y económicas para someter a esos países a sus intereses y mantenerlos como patio trasero.

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