
Visión. La autora consiguió localizar a decenas de autoras que fueron excluidas y borradas de la historia de la literatura mexicana.
Durante las últimas décadas se descubrió que la historia de la literatura ha sido elaborada a partir de los lineamientos del poder y que la crítica se había encargado de legitimarlos. Varios estudiosos y estudiosas se han dado a la tarea de paliar las ausencias y omisiones de este canon, entre ellos la escritora Liliana Pedroza, que en su catálogo, Historia secreta del cuento mexicano (1910-2017), publicado en 2018, demostró que en México existían más narradoras de las que la Historia quería reconocer, al recuperar a lo largo de todo el territorio cientos libros de cuentos escritos por mujeres.
Pedroza, nacida en Chihuahua y doctora en Filología por la Universidad Complutense de Madrid, consiguió localizar a golpe de linterna a decenas de autoras que fueron excluidas y borradas de la historia de la literatura mexicana. Si queremos trazar un mapa completo de la historia cultural mexicana del siglo XX, debemos examinar con detalle los criterios que la construyen, de esta manera, la antología A golpe de linterna, recién publicada por la editorial Atrasalante, revela que existe un grupo numeroso de autoras que fueron eliminadas de las páginas del canon oficial y que sin duda merecen un lugar.
En el prólogo a la antología, afirmas que "salvo contados ejemplos, la labor cuentística de las mujeres no tuvo espacio en las antologías en todo el siglo XX", ¿cuál es la causa de esta exclusión?
Cuando reconstruí este periodo de la literatura en México y que en parte se ve reflejado en el catálogo historiográfico Historia secreta del cuento mexicano (1910-2017) me percaté que no hay una única razón pero que todas ellas están vinculadas a la opresión de un grupo social a otro, en este caso concreto de hombres a mujeres. Esta opresión que se refleja en discriminación a través de la estereotipación, la deslegitimación y la violencia simbólica. Es un entramado social muy complejo. En principio, tendríamos que ponernos a pensar que las mujeres que comenzaron a publicar fueron aquellas que tuvieron acceso a la educación más allá de la que recibían sobre el ámbito doméstico, que sus familias (padres, hermanos o esposos) accedieron a que se desenvolvieran en determinados espacios públicos, que ellas se asumieran como escritoras y que través de sus recursos (económicos o de relaciones sociales) publicaran. Las mujeres somos las últimas en la cadena social en conseguir todo esto: una mujer de habla indígena que vive en el campo será la última de todas nosotras. Pero conseguir todo ello para una mujer no es suficiente en ningún ámbito público, porque las opresiones permanecen en los estereotipos que se nos asignan como madres, hijas, esposas, las mujeres siempre somos con relación a algo o alguien, no somos individuos; en la deslegitimación de nuestras opiniones: como siempre estamos vinculadas a (o protegidas por) una figura masculina nuestra opinión sobre el mundo está descalificada incluso antes de opinar; y la violencia simbólica está vinculada a la unidimensionalidad a la que se nos asocia, somos madres o esposas que servimos para el cuidado, pero nada más para eso.
En ese sentido, la visión que se tiene de las mujeres, de su trabajo intelectual o artístico, no ha sido tomado en cuenta con seriedad. En general se piensa que las mujeres sólo escribimos sobre mujeres y para mujeres. El mundo ficcional que somos capaces de crear no importa, que es aburrido, porque no cabe en los parámetros de lo que se ha construido (artificialmente, claro) como universal. Por lo que no importa cuántas mujeres ni cuánto hayan creado, siempre nuestra historia ha corrido de manera paralela a la narrativa general que nos suelen enseñar en los salones de clase y que repetimos como agentes de cultura, como periodistas, como académicos. Por eso siempre digo, cada vez que tengo oportunidad, que la Historia de la literatura mexicana es la historia de las opresiones: de género, clase social, diversidad cultural, lingüística y sexual. De eso se trata Historia secreta del cuento mexicano y A golpe de linterna, es mi manera de sumarme a la conversación sobre qué leemos y cómo leemos.
¿Dónde empezar a rastrear estos textos? Háblanos de tu experiencia.
Hace 20 años comencé esta investigación de la cual no tenía idea a dónde iba a llegar. En principio lo que quería era realizar un catálogo que recogiera a cuentistas mexicanas. Había decidido hacer acopio solo de mujeres. En ese entonces intuía que había muchas más mujeres que habían publicado pero que no estaban siendo nombradas en la historia de la literatura en México, pero tenía que demostrarlo. Tenía claro, además, que no iba a bastar con visitar la Biblioteca Nacional, sino que tenía que hacer una labor de campo seria. Así que recorrí todo el país para ir al encuentro de esas publicaciones. Tardé dos años en hacerlo, pero para mí esa labor era importante pues yo misma había visto cómo las publicaciones en los estados no tenían (y siguen sin tener) una buena red de distribución. Y que lo que construimos como literatura nacional es sólo aquello que pasa por la mesa de novedades de las librerías de la capital del país. Atravesé en camión todo el país para visitar instituciones de cultura, librerías de segunda mano, bibliotecas. Quería conocerlo todo, nombrarlas a todas. De esa fecha hasta ahora he recogido a más de 500 autoras y más de 900 libros de cuentos. ¿Dónde han estado todas ellas que hasta hace muy poco no las veíamos en las ferias de libros, en los homenajes por su obra, como jurados?
¿Se leen menos mujeres que hombres?
Definitivamente se leen mucho menos a las mujeres que a los hombres, pero eso tiene relación con esa serie de prejuicios que señalé al principio. Nos han enseñado a ser lectores de aquello a lo que le hemos dado la categoría de universal. Y casualmente en lo universal no está nuestra mirada. Yo misma tuve, al concienciarme de ello, que descolonizarme de todos estos prejuicios. Fue duro darme cuenta de ello y durante muchos años, aún ahora, he tenido que reentrenarme como lectora.
¿Hay temas exclusivos de mujeres o hay temas en general?
No hay temas exclusivos de mujeres, aunque quizá sí haya temas de las que más frecuentemente hayan escrito las mujeres como los relacionados al ámbito doméstico, pero es en ese espacio donde históricamente hemos sido asignadas y del que mejor conocemos. Pero ese no es ni debería ser un tema exclusivo de mujeres. Balzac escribió novelas magistrales sobre eso, por mencionar a la literatura universal sobre un tema que no se reconoce como universal. Ahí es cuando nos damos cuenta de que no solo son los temas sino quién aborda esos temas para legitimarlos o no. En A golpe de linterna, los lectores verán la riqueza de temas que abordan las mujeres y la originalidad para abordarlos. Al cancelar la literatura escrita por mujeres nos hemos perdido justamente de esta riqueza cultural.
Divides la antología en tres tomos, ¿a qué responden estas divisiones temporales?
A golpe de linterna diseñada como una antología panorámica para que en su lectura progresiva el lector pueda percatarse de la evolución del cuento, cómo fueron cambiando las estructuras narrativas y también cómo evolucionó el tratamiento de los temas y el propio lenguaje: los personajes femeninos no hablan y no se comportan igual en el tomo 1 que el 3, por ejemplo. Digamos que hay muchos niveles de lectura además de los maravillosos descubrimientos que van a hacer con esta antología. Es por ello que los 3 tomos están divididos de manera cronológica (primera mitad del siglo XX, segunda mitad del siglo XX y siglo XXI) pero no de manera estricta porque lo que hemos intentado es que los cuentos dialoguen entre sí en cuanto a los temas o las formas de narrar, y esos diálogos no están necesariamente ajustados al momento en que las autoras los publicaron.
Otra de las categorías que empleaste para preparar la antología fue evitar el centralismo, ¿cómo afecta este centralismo la construcción del canon?
El centralismo es uno de los mayores mecanismos de opresión social que tenemos en nuestro país y esto, por supuesto, también se ve reflejado en cómo se narra la historia de la literatura en México. Lo que se percibe como literatura nacional es la que se realiza, se da a conocer y se distribuye desde la capital del país, el resto se asume con etiquetas, como la literatura del norte, en la cual se nos permite a los norteños hablar solo sobre ciertos temas y sobre nuestros pueblos desérticos a donde todavía no ha llegado la civilización. La idea de la antología era primero la de dar a conocer lo que se queda en la periferia de las conversaciones cuando hablamos de literatura y otra la de romper con estos estereotipos que vienen justamente del centro. Para mí es importante dejar de hablar de los mismos nombres cuando hay tantas buenas narradoras en muchos sitios del país.
Incluyes a autoras indígenas, ¿dónde se sitúan estas autoras en la construcción global de la literatura mexicana? ¿Cómo integrarlas?
Justamente la literatura en lenguas originarias es la que está más en la periferia si hablamos de la literatura mexicana sin apellidos. Esta investigación sobre el cuento mexicano detonó muchas preguntas: qué es la literatura mexicana, por qué la restringimos a nuestras fronteras políticas y por qué enfatizamos en la que solo se escribe en español. Por eso en esta antología me propuse integrar no sólo mujeres que tienen una gran propuesta cuentística, sino las que son atravesadas por muchos factores de discriminación, no solamente el de ser mujeres, sino la de pertenecer a una identidad cultural, lingüística o sexual fuera de la norma.
¿Qué opinas de la propuesta de contemplar cuotas de género en concursos y en colecciones editoriales?
Debo decir que por mucho tiempo rechacé los premios literarios que eran exclusivamente para mujeres y que no me gusta la manera en que se señalan las cuotas de género como si fueran espacios que les estamos quitando a los hombres. Lo que no estaba viendo, en ese entonces, es el gran sistema que nos sigue rechazando y de las grandes dificultades por las que atravesamos hasta llegar a ser reconocidas por nuestros pares, si es que alguna vez lo logramos. El asunto de las cuotas de género como mecanismo para integrar a las mujeres en todos los órdenes sociales es que hay un sobrecupo de hombres que ocupan espacios sólo por el hecho de ser hombres. En la literatura hay una sobrerrepresentación de escritores hombres en las ferias de libros, como jurados, en las mesas de novedades, y nadie está hablando de eso.
Con el reconocimiento de derechos de minorías sexuales, la dicotomía hombre-mujer se ha complejizado y han aparecido nuevas etiquetas como queer, gay, trans. A tu juicio, ¿cuál debe ser la meta: crear públicos lectores especializados o eliminar etiquetas para perseguir una literatura a secas?
Las diversidades sexuales deben ser nombradas para que formen también parte de los espacios que compartimos, nombrarlas como realidades y nombrarlas también para dignificar cualquier forma de expresión sexual. No tengo una respuesta sobre si la literatura queer, gay, trans, etcétera. deba tener o no etiqueta, quizá debamos preguntar a esas comunidades qué es lo que quieren hacer. Como lectora únicamente puedo decir que no leerlos solo porque no responden a la norma nos estaríamos perdiendo de otras formas de estar en el mundo y eso sería una lástima.