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El síndrome del Marqués o dos perlas en la concha

SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

En estas páginas me he referido al síndrome del marqués de Croix, que aqueja a gobernantes y agravia a gobernados. Discúlpeme el lector por acudir de nuevo a esta referencia. Cúlpese a la tenacidad con la que el síndrome solivianta a la nación. El virrey marqués de Croix, hombre de ocurrencias, proclamó la fórmula perfecta de la gobernanza: los vasallos de estas tierras nacieron para obedecer y callar. Esta fue, en pocas palabras, la constitución del virreinato. Por lo visto, el duende del buen marqués vaga y divaga en los corredores del Palacio que fue sede de la Colonia y hoy lo es de la República. Mientras deambula, contamina a sus ocupantes. Es un antiguo virus en vela.

En los últimos días -pero no son los últimos- hubo nuevas manifestaciones del síndrome del marqués. Aquí las identificaré como perlas en la concha de las infinitas ocurrencias. Serían risibles si no fueran temibles; divertidas si no fueran ominosas. Sólo me referiré a dos perlas cultivadas en el fondo de la concha prolífica. Una se relaciona con el escarnio de libertades y derechos que asomaron sin licencia del supremo gobierno. La otra, con el coro que pretende asegurar la obediencia de los vasallos.

Bajo el título "Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia", treinta mexicanos intrépidos expusieron sus observaciones y sugerencias sobre la marcha actual y futura de México. ¡Vaya pretensión! Treinta se dirigieron a ciento veinte millones. Entre aquéllos figuran científicos, artistas y periodistas que tienen en su haber un prestigio bien ganado y han aportado a la nación su talento y su desvelo. No ocultan sus nombres ni sus convicciones, exponen sus críticas y convocan al ejercicio de derechos consagrados en la Constitución, que no es un libelo de anarquistas.

Hubo reacción inmediata, que engendró la primera perla de la concha. Quien se dijo -no hace mucho- el presidente más injuriado en la historia de México, se convirtió en iracundo injuriador. Movido por la afrenta, elevó el pendón de la intolerancia y condenó a los autores del manifiesto. Lo hizo desde la más alta tribuna y con lujo de medios para enterar al pueblo sobre la maldad de esos autores. Les imputó "falta de honestidad política e intelectual, manifestada en el mismo contenido de su proclama", es decir, en la exigencia de un cambio de rumbo al amparo de las libertades constitucionales.

Les atribuyó -para que lo sepa el pueblo agraviado- la pretensión "de restaurar el antiguo régimen, caracterizado por la antidemocracia, la corrupción y la desigualdad", que son los cargos que se hicieron para animar venganzas en la etapa más violenta de la Revolución Francesa. Sin embargo, en un gesto compasivo el crítico de los críticos habló de la "pena ajena" que le produjo la aspiración de los treinta ciudadanos, que no le sugirieron, por cierto, enfrentar con "pena propia" la debacle causada por los errores del "buen gobierno".

Algunos ofendidos por el manifiesto increparon a los autores en un punto específico: la sobrerrepresentación de la bancada mayoritaria en la Cámara de Diputados. Esa representación abrumadora -adujeron- es el fruto de "la votación y de una política de alianza normal y habitual" en la composición de un parlamento. Pero los defensores de la representación exuberante -en corto circuito con la democracia- no fueron muy lejos por la respuesta. Fulminante, respondió José Woldenberg en su artículo "Mentir, un recurso renovable" (EL UNIVERSAL, 21 de julio de 2020). Hizo las cuentas y sacó las conclusiones. ¿Quién miente, pues?

Esa fue una perla en la concha que abrió sus valvas. Otra ha sido la febril resistencia de un sector del coro a sujetarse a la ley y a la razón para integrar el Consejo General del INE. Cada quien puede tener filias y fobias -no faltaba más, en esta República libre y democrática-, pero no puede exigir que los Poderes de la Unión disciplinen sus decisiones a cuotas de poder y preferencias de facción. Excluir de las funciones públicas a quienes no son prosélitos de la 4T, es desandar la historia y militar contra la democracia. No es votar, sino vetar sin razón. Implica que los órganos del Estado se integren con compañeros del camino para asegurar de antemano la satisfacción de un grupo a costa del interés de la nación.

Hubo tiempo y forma para proponer candidatos y analizar "perfiles". Los hubo para aprobar y reprobar. Los hubo para requerir e impugnar. Pero una vez recorrido el camino que marca la ley, es preciso serenar el ánimo, apaciguar la ambición y permitir que la República siga su marcha: no arrebatar por la fuerza -así sea la fuerza aritmética de una flagrante sobrerrepresentación- lo que no se obtuvo por la aplicación de la ley. Llama la atención el calificativo de "golpistas" que un militante distinguido de la mayoría parlamentaria aplicó a los belicosos combatientes. Por fortuna, la segunda perla descendió a perlita y palideció en el fondo de la concha. Enhorabuena para quienes apagaron su luz.

¿No habrá llegado el momento de que repose el duende del marqués, que deambula en los laberintos del Palacio? ¿No habrá sonado la hora de clausurar la concha de las perlas mañaneras y enviarlas al arcón de los recuerdos? ¿No habrá llegado el día en que construyamos en paz una nueva República donde imperen la libertad y la tolerancia, la legitimidad y la razón? ¿No será tiempo de que prevalezca la cordura y cese la violencia?

Por lo pronto, no puedo desear a los suscriptores del manifiesto -exorcizado desde los magnavoces del poder- otra cosa que entereza y constancia, que seguramente las habrá, en el ejercicio de sus derechos y en la proclama de sus razones. Y tampoco puedo menos que confiar en que el órgano construido para asegurar la democracia en los procesos electorales, lleve adelante -tope donde tope, pese a quien le pese- la tarea que tiene en sus manos. Esta incluye, por cierto, preservar el proceso electoral frente a guardianes inesperados.

Ya basta, insomne duende del marqués. Ya basta, animoso coro obsecuente.

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