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Zapatistas en La Laguna

Yo río libre

JULIO CÉSAR RAMÍREZ

Su verde bandera, enorme, ondeando, tal vez simbolizaba el verdor de aquellos sembradíos campesinos deseados por el rumbo de La Laguna. Al grito de ¡Viva Zapata! se levantó en armas junto a otros labriegos de Congregación Hidalgo.

Aquellos inconformes pasaban hambre y veían que las familias se debilitaban como ellos hasta la muerte.

Era tiempo de malas cosechas y peores sequías, agregado a la severa dictadura de Don Porfirio.

Torreón sentía los coletazos de la crisis capitalista que tres años atrás había tronado el corazón financiero de los Estados Unidos.

Casi a diario recibían los laguneros a migrantes que en tren regresaban de las plantaciones gringas, sin empleo y desfalleciendo. Tampoco encontrarían trabajo acá.

Otros muchos parecidos a aquellos matamorenses andaban ya alzados en pueblos de la comarca.

Un tal José Isabel, zacatecano, Robles para más seña. Otro de nombre Gregorio, de la familia García. Y unos que eran licenciados, como los hermanos Aguirre, parreños, de segundo apellido Benavides. Traían amigos dispuestos a tomar las armas si no les quedaba ya de otra. Su carácter levantisco los convertía inmediatamente en perseguidos. Además, el jefe militar, el patrón y la autoridad siempre se enteraban al través de una extendida red de policías y soplones, sostenida en la perfidia y la sumisión.

Benjamín, al que por algo le apodaban el León de La Laguna, era de Congregación Hidalgo, a quince kilómetros de Matamoros.

Era el Gatuño tierra de liberales probados en las armas. Había pasado por ahí el cura Hidalgo cien años antes, y mucho tiempo después estuvo ahí don Benito, con el asunto de la Cueva del Tabaco, que mejor sería decir por aquello del archivo de la nación; y por la delimitación de terrenos para el pueblo que después sería Matamoros. Los vecinos decidieron ponerle el nombre del primer mártir degollado de la Independencia a su congregación, Hidalgo, pero preservando en la memoria el viejo denominativo, El Gatuño, y les gustó.

Mas los campesinos como Benjamín seguían igual que antes, sumergidos en la miseria, generación tras generación. Hijos incluso de pequeños propietarios de la tierra, en explotaciones de diez, veinte, treinta o cincuenta y sesenta hectáreas, labraban ellos mismos un pedazo de tierra y eran aparceros de mediana importancia económica.

Pero la mayoría era peón o mediero de una a cuatro hectáreas; o sea casi peones. Y así no podían.

Decidieron entonces lanzarse a la lucha y entendieron que sólo a balazos podrían abrir el camino a lo que siempre les habían prometido: la tierra. La posesión de la tierra que era de ellos y que la trabajaban pero cuyos productos se les escapaban de las manos para enriquecer y mejorar la vida de la pequeña y gran burguesía regional y nacional.

Así mismo lo contó don José Santos Valdés, historiador de Matamoros.

Pasado el tiempo, cuando ya casi cumplía un año el triunfo de la revolución, ni don Panchito Madero, nuevo presidente de la nación, oriundo de Coahuila, ni nadie de su gobierno, daba muestras de que la promesa sería cumplida: la posesión de la tierra.

Al contrario, en su cuartel general en Morelos, el zapatismo era perseguido como en los tiempos de Don Porfirio. Y el nuevo régimen, salido de la revolución armada, pretendía acabar con el Plan de Ayala y darle un sesgo menos radical a la sencilla pero lúcida bandera de Emiliano y de los suyos: la tierra es de quien la trabaja.

Bandera e ideal que según platicaba don Santos, sacudieron los cimientos y resquebrajó paredes y techo del edificio social que la tiranía porfirista levantó y que la corriente burguesa de la revolución quería apuntalar.

Y parecía que tendrían éxito, pues habían obtenido una primera victoria: que el gobierno de Pancho Madero licenciara a los campesinos armados que habían hecho la revolución.

Benjamín era uno de ellos: inconforme, rebelde y enemigo de los militares profesionales que, para empezar, trataban con desprecio y altanería a los ciudadanos armados que los habían derrotado en los campos de batalla. Y luego porque ellos, los militares de carrera, habían forzado el licenciamiento de los campesinos y obreros soldados.

Descendiente de hombres y mujeres que tan obstinadamente habían luchado el siglo pasado por la libertad y la tierra, era mayor la inconformidad y el disgusto de Benjamín, porque la tierra , el agua y la libertad volvían a parecerles inaccesibles, como en los años de dictadura: nunca podrían llegar a ellas.

(Continuará)

@kardenche

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