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El agua en aquella Laguna rural

Yo río libre

JULIO CÉSAR RAMÍREZ

Pasada la Semana Santa de 2005, tuve oportunidad de coordinar un taller de comunicación de mujeres de comunidades rurales del oriente y norte de Torreón. Tenía la mayoría entre cuarenta y setenta años de edad.

Algunas llegaban con bastón a las sesiones. Otras con andador. Había quien asistía con bisnietos pequeños y hasta con la familia toda ya muy crecida. Llevaban alimentos y agua de frutas para compartir. Lápices, hojas de papel, cartones y pegamento eran herramientas sencillas que nos servían para expresar el pensamiento más allá de la voz y de nuestros cuerpos.

Nos reuníamos primero en la iglesia de lo que todavía llamábamos el Rancho de Ana; después, cuando por alguna causa ya no se pudo, conversábamos a la sombra lánguida de los pinabetes de la placita anexa, cerca de un busto descascarillado que evocaba al general Lázaro Cárdenas.

A la hora del crepúsculo y de los chanates, las mujeres provenientes de El Tajito, Buen Abrigo, La Unión, La Concha, San Agustín, El Cuije, Ana, Coyote, La Perla, compartían vivencias en los muy variados temas relacionados con la vida en la región de La Laguna, con sus comunidades, con la comunicación entre familias y con los cambios que veían a causa de la invasión de la llamada mancha urbana de Torreón sobre lo que antes eran tierras ejidales.

Recordaban la relación que tenían, por ejemplo, con el agua, como tantas mujeres, de cuando eran niñas.

Una de ellas, María de Jesús Gaitán, mujer delgadita del ejido La Unión, punta noreste de Torreón, platicaba a sus compañeras, muy animada, las vivencias que tuvo con el agua en aquella Laguna rural que, según las cuentas, era la de los años sesenta.

Lo recuerdo bien -dijo-, el agua, ¿qué les puedo contar del agua? Pues bien. Cuando niña, era muy traviesa y muy inteligente, pues cerquita de mi casa pasaba un canal que llevaba agua y ahí vivía casi, pues me gustaba mucho nadar. A los ocho años, o sea en mil novecientos sesenta y ocho, tenía muchos amigos vecinos míos; y nuestros juegos eran Doña Blanca, Hilitos de Oro, La Cebollita, Los Encantados, volibol, etcétera. No había llegado al rancho la luz eléctrica ni la tele y nos divertíamos cantando a la luz de la luna. En aquellos años bailaba yo la danza a la Virgen de Guadalupe y a otros santos del cielo. Después trabajé acarreando agua de las norias hasta las casas. Me pagaban a diez centavos la tina o cubeta. Iba también a la pisca del algodón. Era buena piscadora y me gustaba serlo. Me divertía mucho. Cuando me daba sueño, por debajo de las matas me dormía sobre el costal. También jugaba con los gusanos belloteros. Había unos que tenían como piedritas encima. Y yo con gran imaginación me ponía a soñar que eran gusanos valiosos porque esas piedritas eran de plata.

-Cuando yo me iba al campo traía bolsas llenas de fruta y verdura que vendía por las casas. Y pues en tiempo de cosecha yo ganaba buen dinero para ayudar a mi mamá y a mi abuelita. Era tan bonito mirar los campos que daban sus frutos. Se sembraban sandías y melones; uvas, granadas, nueces, calabazas y tomate. Había muy bonitas hortalizas.

-Era muy distinto. Me acuerdo que batallábamos mucho por el agua, porque no había. Teníamos que acarrearla desde las norias que estaban lejos. Todos los días y todo el día se miraba la gente como hormiguitas, acarreando agua. Todas las muchachas acarreaban agua con tinas en la cabeza, por las tardes; otras por la mañana. Por ejemplo, a las muchachas les gustaba por la tarde, porque tenían oportunidad de ver al novio, y algunas hasta se fueron con el novio, con todo y tina. Sus mamás se quedaron esperando el agua.

-En fin, que por la tarde se traía agua y por la mañana se lavaba. Con el agua que lavaba se regaban las plantas y los nopales. Con el bote de agua que se lavaban los trastes se trapeaba o a las plantas, pero no se desperdiciaba como ahora que nos bañamos con regadera y trapeamos, con mucha agua lavamos la banqueta, regamos con la manguera toda la calle, jugamos a tirar el agua; y al regar la calle lo que regamos es el agua; porque no les cuesta el cansarse a traerla de lejos.

-Les aseguro que si la trajeran de lejos no la regaban. Y eso sí me parece mal, que seamos tan desperdiciados, porque también el agua es un regalo de Dios, es muy necesaria. Sin el agua se acaba nuestro existir. El agua es vital. Y es una falta de respeto y de amor al prójimo de parte de quien la desperdicia y la riega.

Escuchaban reflexivas sus compañeras, sonreían algunas y hojeaban sus cuadernos, porque se habían puesto de acuerdo en que a cada una de ellas le tocaría también contar su historia.

@kardenche

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