El relativismo radical que inunda de forma acelerada los espacios de nuestra cultura, está causando graves estragos a la manera en que nos relacionamos individual y colectivamente. Eso de que "todas las opiniones son iguales en su valor" y de que "cada quien tiene su propia verdad", mina toda estructura del mérito y resta cualquier autoridad, pero, en especial, la moral que, ahora, ya no se considera necesaria.
Tal vez, sea cierto que toda opinión tenga algún valor; pero, de ahí a suponer que todas las opiniones valen lo mismo, hay un abismo insalvable que, sin embargo, parecemos cada vez más dispuestos a ignorar. Creemos que se trata de ser "demócratas" pero nos estamos equivocando terriblemente, confundiendo la forma con el fondo.
La auténtica democracia no pasa por la consulta de todo a todos, sino por la generación de prosperidad generalizada. ¿De qué sirve que pidan nuestra opinión si la decisión que se tome estará pensada en beneficiar a unos pocos? Ello tampoco significa que no se nos consulte en nada. La toma de opiniones es necesaria bajo determinadas circunstancias, pero no debe convertirse el método en sistema. Hay asuntos, quizá la mayoría, en donde todos deberíamos estar conscientes de nuestras limitaciones para emitir una opinión válida.
En el presente, los procesos educativos, particularmente de educación superior, se han vuelto sumamente complicados porque los alumnos llegan a esos niveles bajo la convicción de que sus profesores sólo están opinando, y que tal como ocurre con el resto de las opiniones, las de sus maestros valen lo mismo que las suyas propias; es decir, nada les tienen que aprender.
Estamos construyendo una generación a la que el mérito poco le importa; que cree que ya se lo ganó todo; que vive bajo la convicción de que tiene ganados todos los derechos; que no tiene que esforzarse ni luchar por nada. Para los adultos que los están formando así, tal vez eso sea más cómodo, porque dejar hacer y dejar pasar evita el tener que confrontar y demostrar; pero, ¿qué les espera a nuestras sociedades en el futuro? Me parece que tendríamos que ser un poco más reflexivos, y darnos cuenta del daño que les estamos causando. Porque, además, tarde o temprano la realidad les demostrará que no siempre tienen la razón.
No es un tema menor, vean el presidente que tenemos, y piensen un poco en lo que ocurre cuando el mérito deja de ser importante. Ojalá y nos demos cuenta a tiempo de que, este relativismo radical que estamos cultivando, puede derivar en la más cruel de las tiranías: La de la ignorancia.