L A estampa del Portal de Belén, ofrece cada año una nueva oportunidad de reflexión. El hombre Dios que decide habitar entre nosotros para participar de nuestra naturaleza y brindarnos la ocasión de vivir la vida, de tal suerte nos elevemos a la condición de hijos suyos.
La palabra paradoja significa contradicción aparente y es justo lo que el Cristianismo entraña. El Hombre Dios aborrece el pecado, pero ama al hombre pecador hasta el punto de dar la vida por éste. Nuestra propia miseria nos acerca al Creador, porque genera la necesidad de la Gracia Divina como condición para vivir plenamente, lo que hizo que San Ignacio de Antioquía expresara esta paradoja en los siguientes términos: ¡Bendita culpa!
La encarnación no sólo supone para el Hijo de Dios protagonizar los momentos espectaculares a saber, su predicación, sus milagros, su pasión y su resurrección gloriosa. Jesús asume la condición humana en forma cotidiana a lo largo de toda su vida, incluidos los treinta años en que permaneció incógnito en el seno de su familia y de la sociedad de su tiempo, estuvo acotado por las limitaciones propias del cuerpo, del tiempo y del espacio; sujeto a la autoridad de sus padres María y José; sometido a las autoridades judías y romanas, inmerso en el proceso de toma de conciencia y conciliación plena, entre la vertiente humana y la divina de su doble naturaleza y su misión salvadora, no en términos mágicos, sino ciertamente milagrosos.
Por ello el anciano Simeón que servía en el Templo de Jerusalén en espera de la llegada del Mesías, fue testigo de la presentación de Jesús en el templo y después de dar las gracias a Dios por haberle permitido llegar a la plenitud de su vida, al haber visto y conocido al Salvador, dijo a María: "…este niño está destinado a ser la caída y elevación de muchos, a ser signo de contradicción, y a ti (la Madre del Niño), una espada traspasará tu alma…" Lc 2, 34-35.
Simeón profetiza sin rodeos que Jesús es salvador, pero sólo de aquellos que quieran aceptar su salvación, mediante un acto de voluntad personal que tiene por presupuesto la libertad: He aquí la paradoja del Cristianismo.
Esta paradoja esencial propone la misión de construir un mundo nuevo de paz y de justicia por medio del amor, en cuya tarea el hombre es llamado por el Creador a colaborar como elemento decisivo bajo el principio según el cual, Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti. Ante esta realidad, cada vez que frente al desastre que hemos hecho de nuestro mundo alguien interpela ¿en dónde está Dios?, surge la respuesta obligada: Está fuera de la civilización, a donde nosotros lo hemos relegado.
Una vez más en ocasión de la Navidad, la paradoja de la libertad frente al Niño recostado en el pesebre, nos llama al compromiso para que en un acto supremo de voluntad, aceptemos la responsabilidad que nos corresponde en cuanto a la construcción de ese nuevo mundo que Jesús propone y pongamos manos a la obra. La presencia de Dios en nuestras vidas a partir dela encarnación, la cruz y la resurrección, tiene una dimensión de eternidad que se renueva a cada momento.
Los abrazos, los regalos, las fiestas de convivencia en familia o con los amigos están bien y son pertinentes, porque son un reflejo de lo acontecido en aquella fría noche de Belén en que a pesar de la pobreza material del evento, acude una corte de ángeles a cantar el Gloria al Señor de la vida, que va acompañado de un llamado de paz dirigido a los todos los hombres de buena voluntad, en la persona de los pastores y de los reyes que acuden a reconocer a Dios en aquel Niño.
Las manifestaciones de respuesta al Misterio desde aquel momento hasta nuestros días, se reproducen desde hace dos mil años en tono festivo en nuestro círculo inmediato.
Sin embargo es necesario que los frutos del amor desborden nuestro espacio cercano e impregnen a toda la comunidad humana, para que podamos hablar de una verdadera paz con justicia y de justicia para todos, porque si no es para todos, no es justicia.