Los fuegos pirotécnicos están prohibidos en nuestro país, pero es una de esas prohibiciones que nadie respeta, empezando por los propios gobernantes. Los mexicanos tenemos una obsesión con los cohetes que hunde sus raíces en la historia. No hay festejo nacional o celebración parroquial que valga si no está acompañada de cohetes.
La vida en México, el testimonio sobre la vida cotidiana en nuestro país a mediados del siglo XIX que ofreció la marquesa Calderón de la Barca, originalmente Frances Erskine Inglis, de origen escocés, subrayaba ya esta propensión. Cuando de regreso en Europa en 1843 se le pregunta "¿Qué estarán haciendo los mexicanos?", ella responde: "Lanzando cohetes".
Fernando del Paso tomó esta respuesta y la adaptó a su novela Noticias del imperio: "Un día el monarca español Fernando VII le preguntó a un visitante mexicano: '¿Qué piensa usted que están haciendo sus paisanos en estos momentos?' 'Tronando cuetes, Su Majestad'. Algunas horas después, el monarca español repitió su pregunta y el mexicano dio la misma respuesta. Así varias veces. Y Carlota lo aprendió esa noche: para los mexicanos toda fiesta o conmemoración, cualquier pretexto, era ocasión para hacer estallar cohetes y petardos ensordecedores por horas, días enteros, años, sin acabar nunca."
Octavio Paz subrayó el costo de la proclividad del "solitario mexicano" a las fiestas. "Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares", escribió en El laberinto de la soledad. "Durante esos días el silencioso mexicano silba, grita, canta, arroja petardos, descarga su pistola en el aire. Descarga su alma. Y su grito, como los cohetes que tanto nos gustan, sube hasta el cielo, estalla en una explosión verde, roja, azul y blanca y cae vertiginoso dejando una cauda de chispas doradas."
Las cosas no cambian a pesar del paso del tiempo. En el pueblo de Cliserio Alanís, en Jiutepec, Morelos, los pobladores este fin de año festejaron no sólo "tronando cuetes" sino "echando bala". Esta costumbre se repite a lo largo y ancho del país. Una fiesta sin tronidos no es fiesta. Nadie sabe, sin embargo, cuántas víctimas inocentes deja esta lluvia de cohetes y de balas.
Cada año se dan a conocer reportes de adultos o niños heridos o muertos por explosiones en fábricas o depósitos de fuegos artificiales. Las muertes o heridas por balas perdidas no son tan frecuentes, pero inevitablemente se registran también. El aire, por otra parte, se contamina de pólvora.
Ayer la ciudad de México amaneció con mala calidad atmosférica según el sistema de monitoreo del propio gobierno. Y no sorprende. Las quemas de cohetes y de llantas la noche del 31 y la madrugada del primero generan esta situación. De nada sirven las prohibiciones o las súplicas de las autoridades a la población para que se abstenga de estas prácticas. Cómo aceptarlas cuando el propio gobierno capitalino ofrece su espectáculo de fuegos artificiales en su fiesta callejera en Paseo de la Reforma. No se puede predicar sin el ejemplo.
Quizá nada se pueda hacer al respecto. Los cohetes se han convertido en una parte fundamental de los festejos mexicanos. Lo eran en los años de 1839 a 1842 en que la marquesa Calderón de la Barca vivió en México y también en los tiempos de Carlota. Lo siguen siendo ahora con la connivencia o complicidad de las autoridades.
Un verdadero esfuerzo por aplicar la prohibición sería sin duda bueno para la ecología y reduciría también el número de muertes y heridas por quemadura. Pero ¿cómo pedir que se aplique una norma que los propios gobernantes violan?
¿CUÁNTO COSTÓ?
¿Cuánto cuestan las fiestas de fin de año? ¿Cuánto costó el concierto "gratuito" (esto es, pagado por los contribuyentes) de Luis Miguel en Parque Fundidora de Monterrey? ¿Cuánto costó el concierto de la Sonora Santanera en el Paseo de la Reforma de la ciudad de México? ¿Es éste el mejor uso de los recursos de los contribuyentes?
Twitter: @SergioSarmiento