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El Pastor

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

Entre las noticias cotidianas sobre la violencia que en diversas formas azota a nuestra Comarca Lagunera, aparece la del joven Pastor de la Iglesia Metodista del Ejido Trece de Marzo del Municipio de Gómez Palacio, Durango, que es procesado por el delito de violación en perjuicio de una niña de diez años, que por añadido es hermana de la esposa del acusado y por tanto, la víctima es cuñada del agresor.

De acuerdo a la crónica aparecida en El Siglo de Torreón la semana pasada, a raíz de que la suegra del Pastor falleció hace tres años en Ciudad Juárez, Chihuahua, tres de sus hijos se vinieron a vivir a nuestra región a la casa del clérigo y su esposa, como parte de una reconstitución familiar tendiente a resolver los problemas derivados de la orfandad emergente.

Tiempo después la víctima regresó a su ciudad de origen a refugiarse en la casa de una tía de ella, a quien hizo saber que había sido violada en repetidas ocasiones por el Pastor, lo que ocasionó que la familia presentara una denuncia en octubre del año pasado, que generó a su vez una investigación que culmina con una confesión de culpabilidad ante el Juez de la causa. Al aceptar su responsabilidad el imputado enfrenta una sentencia de diez a quince años de prisión, agravada hasta en dos terceras partes más porque la víctima es una menor que al momento de la violación, se encontraba bajo la guarda y custodia de su agresor.

Lo sucedido es un drama en primer lugar respecto a la víctima, que además del daño físico que la violación implica entraña un daño psicológico que le dejará huella de por vida. La desintegración de la familia se da por sentada, tanto por la ruptura emocional consecuente, como en virtud de la separación física de la pareja de esposos derivada del confinamiento del violador en prisión.

La conducta del agresor es desconcertante, porque se trata de un hombre que se supone bien formado, que se ha propuesto una misión trascendente en la vida. El Pastor abrió con generosidad las puertas de su hogar a los hermanos de su esposa y de protector se convierte en verdugo de la pequeña a su cargo, por virtud de un misterioso resorte de su yo profundo, de muy difícil explicación, tanto para la ética religiosa como para la medicina psiquiátrica y para la criminalística.

El hecho de que se trate de un hombre de Iglesia que ejerce el ministerio de pastor al tiempo que es casado, pone de manifiesto que esta clase de conductas en los clérigos, no deriva del celibato asumido por algunos de ellos como ocurre en el caso de los sacerdotes católicos.

El caso se inscribe en el de los delitos sexuales cometidos en perjuicio de víctimas que son abusadas por sacerdotes, pastores, profesores, jefes laborales o familiares mayores, sobre personas inocentes cuyo cuidado les ha sido confiado. El ejercicio de la autoridad se convierte en tentación de dominio y manipulación para satisfacer instintos básicos y de pastores se convierten en lobos, al desviar su conducta para cometer un ultraje primero moral y enseguida físico. Lo ocurrido nos hace reconocer que la existencia del mal es un hecho, que entraña una contradictoria realidad que contamina nuestra naturaleza creada para el bien.

En casos como el que es objeto de comentario, la comunidad humana eclesial y civil sufre también consecuencias desastrosas, que implican escándalo, división y encono. Es necesario que la verdad salga a la luz por dolorosa que sea, como condición para que haya una curación derivada del cumplimiento de la sentencia en el orden penal y la expiación en el orden espiritual, para sentar un precedente ejemplar, y como presupuesto de justicia que lleve eventualmente al perdón y a la sanación.

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