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El río efímero

A la ciudadanía

MANUEL VALENCIA CASTRO

En el norte de México existe una gran cantidad de ríos intermitentes o efímeros, su corriente crece o disminuye de acuerdo a las lluvias que ocurren en sus diferentes cuencas de captación. La creciente de sus corrientes aparece imponente e impetuosa, siempre amenazando con desbordarse en la parte más baja de su cuenca, aunque desaparece con la misma velocidad con que llega.

El río Aguanaval es un río efímero, su corriente crece con los impulsos de la época de lluvias, conduciendo aguas broncas que arrastran consigo una gran cantidad de sedimentos que enturbian el agua a tal grado que desaparece su transparencia por completo. Durante el día el color del agua es marrón, pero hacia la tarde, cuando el sol se pone en el ocaso, se convierte en un denso espejo dorado que busca afanosamente llegar a su destino.

Una gran cantidad de obstrucciones tapan, detienen o desvían su corriente en toda su longitud; desde grandes presas de almacenamiento, hasta las pequeñas represas derivadoras que desvían el agua por canales hasta la parcela de los ejidatarios. La elevada cantidad de sedimentos ocasiona grandes problemas a la numerosa, pero poco desarrollada infraestructura hidráulica, el más importante es el azolvamiento de las mismas, causando rompimiento en cortinas y bordos.

Ni la intermitencia de las avenidas ni el alto grado de modificación del río Aguanaval, han evitado que se exprese el ecosistema de bosque y vegetación de galería, es como un mensaje permanente y callado que indica las formas de vida espléndidas que se asocian o quizá se aferran a la corriente y a sus ritmos de nutrientes y humedad.

Hace unas semanas, los técnicos que administran la Reserva Ecológica Municipal Sierra y Cañón de Jimulco, organizaron una excursión que consistía en caminar un tramo del río Aguanaval, hasta entonces poco conocido. Se pensaba que más allá de las áreas conocidas como el Cañón de la Cabeza en el ejido Barreal de Guadalupe, el Cañón del Realito y la Presa de la Flor, no existían áreas con bosque de ahuehuete y sauce y otro tipo de vegetación de galería. Estábamos equivocados.

Desde que salimos del Cañón de la Cabeza rumbo al Cañón del Realito, la calidad del paisaje fue excelente. Ubicados dentro del cauce y bajo un sol que aún no calentaba, divisamos a la delgada línea verde de las riberas perderse hasta desaparecer en la belleza de los macizos montañosos del Cañón de la Cabeza. Iniciamos nuestro camino por lo que parecía el banco del cauce, aunque pronto nos dimos cuenta que en las crecidas el nivel del río subía mucho más, así lo indicaban las jarillas embarradas en los troncos de los ahuehuetes y las costras de sedimento marcadas en toda la vegetación.

Fue más cómodo y agradable caminar por dentro del cauce, en ese momento, sólo el agua de los manantiales que emergen desde el piso nos acompañaba en la caminata. Seguramente, esta condición de permanencia de la humedad producida por los manantiales, es la responsable de la presencia de arboledas ralas, aunque en algunos sitios, como en Las Trocas, el río hace una curva o meandro muy amplia en la que una densa arboleda de ahuehuetes bordea la margen izquierda y enfrente, en la margen derecha, predominan los sauces. Es posible, que en este lugar, en otros tiempos, haya existido el álamo, por lo menos así nos lo indicaba un solitario árbol que ahí se encontraba.

Después de Las Trocas, nuevamente se arrala la vegetación y el bosque, aunque las sorpresas no pararon, en algunos sitios encontramos arboledas de mimbre, como siempre luciendo sus flores rosas-púrpura y ahora también las flores blancas. La forma de la copa de estos arbolitos, indicaba que estaban siendo aprovechados, quizá algunos artesanos estaban cosechando sus delgadas y flexibles ramas para elaborar muebles u otros objetos.

Mientras caminábamos, el sonido del agua y las llamativas aves del lugar, como las garzas morena y blanca, las parvadas de patos, los pájaros carpinteros, los chivos y las tórtolas, nos acompañaban.

La llegada al Cañón del Realito desde este lado, es espectacular, el río nuevamente se encañona y además se abre un meandro suave y de buena longitud, en el que los ahuehuetes exhiben sus densas raíces como manos que se sujetan con fuerza a la ribera, impidiendo el daño del poder erosivo de las corrientes. Sin duda, uno de los lugares más bellos del tramo recorrido.

A la salida del Realito, cuando se vuelven a definir las planicies aluviales, hay un sitio en donde de alguna manera el río construyó una pared de barro de aproximadamente cuatro metros, las raíces de los mezquites la detienen, aunque éstas la traspasan en busca de la humedad que se encuentra en el cauce.

Nuestro recorrido de 18 kilómetros, terminó en la Presa de La Flor, donde nuevamente se define la belleza del bosque de galería. Sin duda una experiencia inolvidable, que vuelve a constatar la importancia recreativa del turismo de naturaleza que en esta zona puede realizarse.

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