La tragedia de Ayotzinapa ha unido al país en la empatía y el sentimiento: queremos otro México. El problema es que para llegar ahí debemos pasar por la política.
El 26 de septiembre me encontraba en Acapulco con Rogelio Ortega, actual gobernador interino de Guerrero. Fui a dar una conferencia sobre José Revueltas. En su calidad de secretario general de la Universidad Autónoma de Guerrero, Ortega era nuestro anfitrión. Recibimos con estupor las noticias de Ayotzinapa. Indignado por los hechos, me contó de su largo camino en la izquierda. Participó en la Asociación Cívica fundada por un normalista que luego optaría por las armas: Genaro Vázquez. También conoció a otro maestro guerrillero, Lucio Cabañas, con quien subió a la sierra, aunque sólo para recibir la orden de volver a la ciudad, donde podría expresar su rebeldía a través de la enseñanza. Con un posgrado en la Universidad Complutense de Madrid y conocimiento de los movimientos sociales de Guerrero, Ortega fue un elocuente interlocutor en los días posteriores al drama. Ni él ni sus acompañantes imaginábamos que sería gobernador.
Su designación ha despertado las simpatías de quienes consideran que vale la pena darle una oportunidad a un universitario comprometido con las luchas de su estado, pero también ha revelado la crispación del medio político y de la prensa. "El izquierdismo: enfermedad infantil del comunismo", escribió Lenin. Quienes padecen ese síntoma, han acusado a Ortega de ser acomodaticio ante el poder y no declarar una amnistía para presos políticos el mismo día de su toma de posesión. Esta postura impaciente contrasta con la de quienes lo acusan de terrorista por su supuesta intervención en un secuestro orquestado por las FARC en Guerrero. Antes de cumplir una semana en el cargo, el gobernador ha sido sentenciado.
La polarización de los discursos es tan extrema que la auténtica radicalidad parece quedar en el centro (lo difícil es saber dónde ubicarlo). Ortega tendrá un año escaso para hacer algo. No aspiraba al puesto; carecía de programa de gobierno y equipo de trabajo. Conoce el territorio pero deberá enfrentar el dilema de desmontar "tenebras" sin pertenecer a ellas. Lo mejor que podría pasar es que le fuera bien. Para ello requiere, si no de respaldo, por lo menos del beneficio de la duda. Pero en México, como en las novelas de Kafka, la condena antecede al juicio.
Si ha faltado tolerancia para valorar al gobernador interino, al PRD le ha sobrado indulgencia para valorarse a sí mismo. Aunque importantes miembros de ese partido (Cuauhtémoc Cárdenas, Alejandro Encinas, Miguel Barbosa) criticaron a Aguirre, la cúpula tardó en hacerlo. Es la peor pifia de una organización que no ha vacilado en postular candidatos ajenos a sus convicciones. ¿Tiene sentido que la izquierda sea la zona de repechaje del PRI? Se puede argumentar que Arturo Núñez es mejor para Tabasco que Andrés Granier, pero eso no significa que ofrezca una alternativa real. Lo mismo puede decirse de Juan Sabines en Chiapas, Gabino Cué en Oaxaca y Ángel Aguirre en Guerrero.
En vez de ejercer la autocrítica y acabar de una vez por todas con el resultadismo que lleva a vestir priistas de amarillo, el PRD repite que se trata de un "crimen de Estado". Aunque esto es cierto (la guerra sucia, la connivencia de décadas con el crimen organizado y la violencia impune de la policía y el Ejército son cosas probadas), no exime de responsabilidad a los poderes en manos del PRD.
Nadie acepta culpas y todos buscan culpables. López Obrador ha sido señalado como "cómplice" de José Luis Abarca, el infausto alcalde de Iguala. Las "pruebas" son unas fotos en actos de campaña (en una época en que un candidato se retrata con millones de personas) y una presunta simpatía por Abarca. Sin ser concluyente, esto se aprovecha para denostar al líder de la "otra" izquierda. A río revuelto, ganancia de difamadores. Se diría que por cada estudiante desaparecido, los políticos quieren cobrar una víctima en el campo rival.
La gente enciende velas, reza, guarda minutos de silencio, busca razones para convertir el miedo en esperanza. ¿Es posible construir un futuro a partir de esos signos solidarios? No mientras la política sea campo de la opinión airada, la falta de sentido de las obligaciones, la intolerancia, la búsqueda de fines sin reparar en los medios. En ese ámbito, otorgar el beneficio de la duda o escuchar una idea ajena, son gestos disidentes.
Habitamos el país de Pedro Páramo, donde los muertos dicen la verdad y donde campea el "rencor vivo".