EDITORIAL Sergio Sarmiento Caricatura Editorial Columna editoriales

Cuando sólo queda desaparecer

GABRIELA WARKENTIN

Desaparecer, en todas sus conjugaciones, presentaciones y obsesiones, parece ser la palabra que inspira los tiempos que corren. Tiempos ominosos, qué duda cabe.

Desaparecieron los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa. Desapareció José Luis Abarca, (ex) alcalde de Iguala. Desapareció María de los Ángeles Pineda, esposa de Abarca. Desaparecieron los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa. Desapareció la certidumbre. Desapareció la "buena" imagen de México en los medios internacionales. Desaparecieron los autores materiales de la desaparición. Desaparecieron los autores intelectuales de la desaparición. Desapareció la tranquilidad. Desaparecieron los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa.

Y luego viene también la desaparición como pregunta, como horizonte posible: ¿deben desaparecer las policías municipales?, ¿deben desaparecer todos los poderes en Guerrero?, ¿debe desaparecer el gobernador de Guerrero?, ¿deben desaparecer esas instancias de procuración de justicia? Y la desaparición como deseo: ya desapareció la indignación, ya desapareció la frustración, ya desapareció la protesta, ya desapareció el malestar.

Desaparecer, desaparecer. Una revisión somera de la prensa mexicana en estos días me arroja como una de las palabras más usadas (en notas, en opinión, en reportajes, en declaraciones) sí… "desaparecer". Sólo que, seamos honestos, nada desaparece. Si acaso, se transforma.

La desaparición, en su inevitable excepcionalidad, ha sido parte de nuestras historias humanas (y sociales). Desde siempre, y más allá de cualquier geografía. Secuestros, huidas, alejamientos, abducciones. Hay toda una industria del entretenimiento que se alimenta de esta posibilidad. Y la angustia que conlleva la desaparición de alguien para los que se quedan, ha sido material de algunas de las mejores ficciones que hemos visto, leído, cantado, escuchado. Porque toda desaparición trae un correlato de vacío: algo que estaba, que debía estar, se fue. ¿Ahora, cómo lidiamos con esa incertidumbre? ¿Cómo encontrarle sentido al espacio inanimado? Vaya motor de sensaciones.

El problema es cuando la desaparición deja de ser excepcional y se inserta en la normalidad de nuestras relaciones.

En México tendríamos que obligarnos a dejar de usar "desaparición" como eufemismo, y en una de esas comenzar a nombrar la realidad. Los estudiantes no desaparecieron, se los llevaron (y como no sabemos quiénes ni a dónde, pues usamos el impersonal "desaparecieron"). El (ex) alcalde no desapareció, se fue (y algunos lo dejaron ir o lo fueron). La "buena" imagen de México en la prensa internacional no desapareció, sino que mutó en un relato de realidad (que es más complejo que el aplauso pretendido). Los poderes no se desaparecen, ceden espacio a otros (que incluye los que, tal vez, son los verdaderos poderes desde hace tiempo). Bueno, tan nada desaparece sino se transforma, que la tétrica revelación de fosas y fosas con cuerpos… es manifestación expresa de que los "desaparecidos" sí están en algún lugar.

Desaparecer tiene dos acepciones dominantes: ocultar y dejar de existir. Aplicada a nuestra realidad inmediata, la primera es perversa y la segunda es una tragedia.

Twitter: @warkentin Gabriela

Correo: [email protected]

(Comunicadora y académica)

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1048801

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx