Esta semana me atrapó la tristeza y me envolvió la melancolía.
En verdad, era un sentimiento más fuerte que esos dos juntos. Fue entonces cuando caí en cuenta que lo que sentía era "saudade".
Hace muchos años, en Brasil, aprendí lo que significa esa expresión, que no tiene una traducción exacta en español, porque el diccionario la define así:
"Saudade (del portugués saudade)1 es un vocablo de difícil definición incorporado al español empleado en portugués y también en gallego, que expresa un sentimiento afectivo primario, próximo a la melancolía, estimulado por la distancia temporal o espacial a algo amado y que implica el deseo de resolver esa distancia. A menudo conlleva el conocimiento reprimido de saber que aquello que se extraña quizás nunca volverá".
En efecto, es un sentimiento próximo a la melancolía, pero más fuerte que ésta, porque "conlleva el conocimiento reprimido de saber que aquello que se extraña quizás nunca volverá".
Se juntaron las ausencias, por un lado, el primer año del fallecimiento de Chacha, mi hermana; y el sexto de Alfonso, mi hermano por elección.
Pero todos estos días he traído el alma en bandolera y lo peor es que se me nota.
Llegué a desayunar con "El Cuate", pero con ánimo de estar solo y aunque lo agradezco, Juan José se sentó conmigo y me preguntó: ¿Qué te pasa? Así que le tuve que contar que estaba así porque mi hermana cumplía un año de muerta.
Él me respondió: "Yo ando igual, pues mi padre cumple mañana treinta y un años de muerto". Y me platicó parte de la historia de su padre, una de esas historias bellísimas, como la de muchos inmigrantes que llegaron a esta tierra a partirse el alma para sobrevivir y sacar adelante a una familia.
En esas estábamos, en un intercambio de vivencias mutuas, cuando Juan José tuvo que levantarse a atender la caja, que es lo que realmente deja dividendos; y me quedé solo unos momentos, cosa de nada, porque enseguida llegó el padre Jorge e hizo la pregunta obligada: "¿Qué te pasa?". "Estoy muy triste" -respondí. El lunes se cumplió un año de la ausencia de Chacha y junto con eso, extraño también a Ricardo, a Poncho y al Ricky, o sea que se me juntó todo.
No puedo evitarlo y por más que trato de pensar en positivo, me atrapa la saudade.
"Te voy a platicar una historia -me dijo Jorge. Cuando mi padre murió, yo estaba aquí y no obstante que siempre le había pedido a Dios que cuando eso sucediera me permitiera estar a su lado, pero eso no fue posible. Obviamente me revelé contra Él y la rabia se apoderó de mí, por varios días, hasta que uno de ellos, en ese ejercicio de preguntas y respuestas ante el Señor, escuché una voz interior que me decía: "¿Para qué querías estar tú ahí?". Sólo para despedirme y tocarlo, por última vez me contesté. Y la voz añadió: "Tú no estabas ahí, pero Yo sí; y eso era suficiente".
Yo sé que en esos casos es nuestro egoísmo el que habla y quisiéramos retenerlos aquí, aunque ya hayan cumplido su ciclo.
Hay casos, como el de una querida amiga, cuyo padre tiene años en estado crítico y ella le ruega a Dios que se acuerde de él y sin embargo aquí sigue.
Mis afectos vivieron su vida en forma plena. Vieron crecer a sus hijos, y algunos vieron hasta sus nietos. Por Chacha y Ricardo yo conocí lo que es la hermandad y por Alfonso el sentimiento de la amistad más sincera y fraternal. Debo agradecer por haber tenido esos hermanos y ese amigo y sin embargo en momentos me rebelo contra la decisión de que se fueran de mi lado.
Fui tan feliz con ellos, que no resisto la idea de que esa felicidad, cuando menos a su lado, nunca ha de volver y eso es lo que estruja el alma.
Sé que no es nada comparado con el sentimiento de quien pierde a un hijo, o la persona que pierde a su padre en edad temprana. De eso nunca se recupera uno, según me cuentan.
Por eso escribo estas líneas, porque quiero sacarme ese sentimiento del alma, porque estando ahí me la hace jirones. La desgarra y atormenta.
En su libro, "La venganza de Nofret", de Agatha Christie (1965), la maestra del suspenso termina diciendo estas palabras:
"Si Hori muriera, yo nunca lo olvidaría. Su recuerdo perduraría en mi corazón para siempre.
Y eso significa... ¡Significa que la muerte no existe!".
Y así es, mientras los recordemos siempre estarán con nosotros.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".