Hace unos días pasé una peculiar semana en uno de los más inexpugnables sitios de la Sierra Madre Occidental: el poblado de Navíos, Durango, a 2 mil metros de altura sobre el nivel del mar y a seis horas de la costa más cercana, participando en un taller intensivo e intenso de novela.
Este proyecto es la tercera ocasión en que se realiza y, en la labor de coordinador, me han precedido los amigos Hernán Lara Zavala y Julián Herbert, quienes, al igual que yo, trabajaron con jóvenes escritores representantes de los estados de Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua y Durango, los cuales conforman la región noreste del país, aunque a ojos nuestros viene siendo el verdadero norte de México.
A mí me tocó la cifra récord de 22 participantes -repartidos en tres cabañas comunales y los más diversos géneros novelísticos-, y espero no sólo que la cifra siga aumentando, sino que se mantenga la continuidad de la propuesta.
Sacar a un grupo de jóvenes de su cotidianidad, entregarlos al ejercicio y revisión de su pasión, lejos del halo de las familias y la nube tóxica de la Internet (allá se podía conseguir señal por teléfono, aunque resultaba prohibitivo en aquellas cumbres) es un hito en el esquema de fomento a la escritura. Sumarle la magia del espacio serrano a la sensación de aislamiento, y el estar de súbito en otro mundo, complementan la ilusión del no casi siempre estático viaje de la literatura.
Si bien existen los encuentros del FONCA u otras actividades similares, la apuesta de Navíos goza la impronta del aparente retiro espiritual, la monástica pérdida del oficio literario y la ardiente mística del silencio. La lluvia y la oxigenación naturales de sus laderas es fértil para los duendes de la imaginación y los demonios de la trama.
Volver a la disciplina del claustro imaginario se vuelve más difícil hoy en día, incluso desde antes de las tecnologías actuales: hace 10 años estuve unos meses en algo similar -en Banff, Canadá-, y varios amigos mexicanos me confesaron que, luego de pasar unas semanas en una sociedad ordenada y respetuosa a sus reglas, sus vidas terminaron ordenándose y volviéndose productivas.
En cuanto a residencias o incursiones en universidades anglosajonas, los artistas visuales nos llevan ventaja a los escritores. El caso más emblemático y pionero fue el personaje de Ciudades desiertas, de José Agustín, pero por fortuna he visto que los aspectos negativos de ese personaje ya se nos han desaparecido, como el mexicano que se pone a fumar en sitios prohibidos, creyendo que con eso ya ha roto los grandes tabúes o simplemente quiere en todo salirse con la suya.
El solo nombre de Navíos, otorgado a un sitio a orillas de un arroyuelo que al parecer es afluente del río Baluarte, río que desemboca en mi natal Sinaloa, ya nos otorga una perspectiva de irrealidad. Este proyecto es impulsado por la Dirección de Vinculación del Instituto de Cultura del Estado de Durango (ICED) y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y pronto mudará a otra entidad de esa misma zona, pero ojalá las autoridades de Durango aprovechen la semilla sembrada y retomen la oportunidad de este escenario.
Al tercer campamento literario "El Ejercicio Novelístico del Noreste de México" -nombre correcto y completo del proyecto- asistieron jóvenes de variadas edades y formaciones, unidos por un empeño de contar, y volverán a reencontrarse el próximo mes de noviembre. Todavía queda mucho por contar y recontar en el norte de México. No toda esa vasta geografía humana habla como "El Piporro": pero toda tiene verdades que decir del tamaño de aquellas que nos reveló don José Revueltas.