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Jacobo Zarzar Gidi

ESTIGMAS Y MILAGROS DEL PADRE PÍO

(Tercera parte)

Una de las más grandes obras que realizó el Padre Pío fue el hospital llamado "Casa Alivio del Sufrimiento". A causa de la Segunda Guerra Mundial, los trabajos no pudieron empezar sino hasta mayo de 1947. El 5 de mayo de 1956, fiesta de su Patrono San Pío V, se inauguró el hospital con la bendición del cardenal Lercano y un inspirado discurso del Papa Pío XII. La finalidad de este hospital es la de curar al enfermo tanto espiritual como científicamente. Así lo expresó el Papa en su discurso: "La fe y la ciencia, la mística y la medicina deben ponerse de acuerdo para auxiliar a la persona del enfermo toda entera: cuerpo y alma.

Los grandes pilares de este hospital fueron tres de sus amigos espirituales: el farmacéutico Carlos Kisvarday, el médico Guillermo Sanguinetti y el agrónomo Mario Sanvico. El P. Pío sacó del bolsillo una moneda de oro que había recibido como regalo de una viejita desconocida y dijo: -Ésta es la primera piedra.

El principal responsable de la "Casa Alivio" fue el doctor Sanguinetti que por mucho tiempo fue enemigo de la Iglesia Católica y de los sacerdotes. En 1940, el doctor aceptó acompañar a su esposa Emilia a San Giovanni Rotondo, pero solamente como "chofer de su mujer". Cuando el P. Pío lo vio de lejos, lo llamó por su nombre, como si fuera un amigo de siempre, y le dijo: -He aquí el hombre que buscaba para mi hospital.

-¿De qué me conoces? - le contestó sorprendido el doctor.

-Eso no importa. Ve y vende lo que tienes en Florencia y ven a vivir aquí -le contestó con decisión el Padre.

-Es imposible, soy pensionado y mis pocos ahorros no son suficientes ni siquiera para construir una casita en este pueblo.

-Tú tienes "un papel" -replicó misteriosamente el P. Pío -que solucionará el problema.

Sin entender lo que el P. Pío le estaba diciendo, el doctor Sanguinetti se regresó a Florencia, y después de unos cuantos días se enteró sorpresivamente que había ganado un gran premio en el sorteo de bonos cuyo documento guardaba celosamente en su casa. En esos momentos recordó las palabras del P. Pío, fue a San Giovanni Rotondo, se fabricó una modesta casita y se dedicó de tiempo completo a la "Casa Alivio", como médico y director hasta 1954, año de su muerte.

Cuando le comunicaron al P. Pío la muerte repentina del doctor Sanguinetti, lloró como un niño. Juan Gigliozzi estaba con el P. Pío aquella mañana y cuenta que los sollozos le sacudían los hombros y escuchó de su boca unas palabras desconcertantes: -"Jesús, me lo has escondido. ¡De haberlo sabido, te lo hubiera arrancado!". Palabras tremendas que demuestran cuánta confianza y familiaridad tenía el P. Pío con Jesús, y cuánto amor por su amigo Sanguinetti. Durante su vida, el P. Pío -con la gracia de Dios- pudo enterarse de muchas cosas que iban a suceder en el futuro, pero le fue vedado el conocer la fecha exacta de la muerte de su colaborador y amigo. Si se hubiera enterado, con toda seguridad -como él lo dijo- habría convencido al Señor de la Vida para que lo dejara más años aquí en la Tierra.

En 1954 se inauguró la clínica "Casa Alivio del Sufrimiento" con un importante congreso de cardiocirugía, presidido por famosos científicos de fama mundial. A todos ellos el P. Pío les dijo: "lleven su ciencia al enfermo, pero recuerden que también deben llevarle amor". Tres días después los mismos congresistas fueron recibidos en audiencia por el Papa Pío XII que habló hermosamente sobre la Casa Alivio de San Giovanni Rotondo. -Santidad -le dijo uno de los científicos ¡-Hacen falta muchas personas como el P. Pío! -Sí, es un hombre extraordinario -contestó Pío XII-. Pero no lo puedo decir demasiado en voz alta, si no, me lo canonizan en vida.

Durante los trabajos de construcción, el P. Pío les había dicho a los responsables: -Háganla tan bonita como el paraíso, porque en ella habitará Cristo enfermo. La Casa Alivio resultó uno de los mejores centros hospitalarios de Italia, dotado de las instalaciones más modernas. Tiene incluso terrazas para helicópteros para un más rápido traslado de los enfermos y accidentados, laboratorios, farmacia, central termoeléctrica, imprenta, cine y capilla. Cincuenta médicos y más de trescientos empleados atienden a un millar de enfermos.

La Casa Alivio testimonia para siempre el amor fecundo e infinito de Dios. El P. Pío dijo un día: -Es el Señor el que con sus manos lleva adelante la Casa Alivio. Es obra suya y saldrá adelante por siglos. ¡Ay de aquel que la toque...!

Sin embargo, la envidia humana se echó encima de la obra del P. Pío. Desde 1959, periódicos y semanarios empezaron a publicar artículos y reportajes mezquinos y calumniosos contra la Casa Alivio. Con la finalidad de quitar al P. Pío los donativos que le llegaban de todas partes del mundo para el sostenimiento de la Casa Alivio, sus enemigos planearon una serie de documentaciones falsas para acusarlo injustamente. Hasta la misma Iglesia católica por medio de sus visitadores apostólicos llegaron a desanimar a los fieles para que asistieran a su misa o se confesaran con él. Destrozado por las persecuciones, el P. Pío tuvo todavía la fuerza de decir: "-Dulce es la mano de la Iglesia también cuando golpea, porque es la mano de una madre".

El P. Pío repetía con frecuencia: "Lo que hace falta a la humanidad es la oración". Los continuos llamados del Papa Pío XII a la oración para alcanzar la paz en el mundo destrozado por la Segunda Guerra Mundial, encontraron en el P. Pío una respuesta concreta. Él ideó y fundó sus famosos "Grupos de Oración", que definió: "Semilleros de fe, hogares de amor en los cuales Cristo mismo está presente cada vez que se reúnen para la oración bajo la guía de sus directores espirituales." Las dos oraciones principales y básicas de estos grupos son la misa y el rezo del rosario.

Cuando el papá del P. Pío que vivía en América se sintió enfermo, regresó a Italia y pidió alojamiento en el convento de San Giovanni Rotondo. El P. Pío se dio cuenta que su padre muy pronto moriría y que necesitaba el Sacramento de la Reconciliación. Lo escuchó en confesión durante varios minutos, pero el anciano no podía pronunciar una falta grave que su conciencia reclamaba. Fue entonces cuando el P. Pío le dijo: "Yo te voy a ayudar. Durante los años que trabajaste en América, viviste con una mujer". El papá del P. Pío se asombró sobre manera de que su hijo -por una Gracia especial de Dios- conocía aquel secreto que tan celosamente guardaba. Con lágrimas en los ojos, pidió perdón a Dios y de esa manera obtuvo la absolución para morir en paz.

Mucho tiempo después, el viernes 20 de septiembre de 1968, el P. Pío cumplía cincuenta años de haber recibido los estigmas del Señor. Aquella mañana en todo San Giovanni Rotondo había un extraordinario aire de fiesta. La gente llegó de todas partes de Italia y del mundo, en autobuses, trenes, coches y aviones. Los hoteles estaban llenos y muchas personas todavía por la tarde buscaban alojamiento.

El P. Pío celebró la misa a la misma hora de siempre. Después de misa, el P. Pío pasó a través de una larga fila de sacerdotes y religiosos que le expresaron su afecto fraternal. Luego fue a sentarse en el confesionario como siempre. Al día siguiente, 21 de septiembre, no se sintió bien, no pudo celebrar misa, sólo comulgó. El día 22 era domingo. Esa noche, le dijo a su enfermero el P. Pellegrino: -Hijo mío, si hoy el Señor me llama, pide a todos que me perdonen las molestias que les he dado. Y ruega a mis hijos espirituales que oren por mi alma. Después murmuró varias veces: -¡Jesús, María!

Minutos después lo colocaron en una silla para que pudiera respirar mejor y le dieron oxígeno mientras le administraban la Unción de los Enfermos. A las 2:30 horas, dulcemente inclinó la cabeza sobre el pecho y expiró. Por la mañana temprano empezó a correrse la voz por los teléfonos, y como un relámpago se difundió la triste noticia: "El P. Pío ha muerto". Sus funerales fueron impresionantes. Se tuvo que esperar cuatro días para que las multitudes de peregrinos pasaran a verlo en el ataúd descubierto. En esos momentos la gente se dio cuenta de un hecho misterioso: las manos, el tórax y los pies del P. Pío aparecían sin ninguna señal de los estigmas.

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