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La muerte de Posadas, un caso aprisionado

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

Como cada año al cumplirse el aniversario del asesinato del cardenal Posadas no faltan las voces que piden que se reabra la investigación. Es una forma de decir que la versión oficial resulta poco creíble y que la investigación dejó más dudas que certezas, pero hoy, 20 años después, no tiene caso gastarle dinero y esfuerzo a una averiguación que difícilmente arrojará algún elemento nuevo. El expediente del asesinato del Cardenal, y seis personas más de las que nadie se acuerda, tiene muchísimas lagunas de origen y genera más dudas que certezas, pero de ahí a que la solución sea reabrir el caso, volver los mismos expedientes, las mismas especulaciones e ideas preconcebidas, hay un abismo.

El exprocurador Jorge Carpizo defendió hasta su muerte una conclusión indefendible. La escena del crimen fue manipulada, los asesinos encubiertos y hubo autoridades que fueron cómplices de lo que sucedió en el aeropuerto de Guadalajara aquel 24 de mayo. Todo eso quedó documentado e incluso puntualmente analizado por Fernando González en el libro Una historia sencilla: la muerte accidental de un Cardenal (Ed. Plaza y Valdés). El caso se reabrió dos veces después de que Carpizo lo diera por concluido, con aquella frase digna de grabarse en piedra: "la investigación tiene un avance de 90 por ciento, sólo falta atrapar a los asesinos". En ambas ocasiones los nuevos investigadores encontraron un montón de indicios que abrían nuevas hipótesis, algunas que apuntaban a complots dignos de una novela de Umberto Eco, pero nunca lograron probar nada. A las investigaciones oficiosas de Carpizo y la Procuraduría Federal de la República, la Iglesia y el Gobierno de Jalisco (en la época azul) lo que aportaron fue una metralla de especulaciones que abonaban a la idea del martirio. Hubo, curiosamente, otros indicios que nadie quiso tocar ni seguir, como la relación del padre Montaño con los Arellano Félix; la falsificación que hizo este sacerdote de una acta de bautismo para proteger a los líderes del cártel de Tijuana; el exilio del padre Montaño a California apoyado por la Diócesis de Tijuana. Para el entonces nuncio, Girolamo Priggione, era un asunto de "poca importancia" (literal) y para la Procuraduría un elemento que le descuadraba su caso cerrado.

Si de algo podremos estar seguros es que nunca sabremos lo que realmente pasó aquella tarde calurosa en el aeropuerto de Guadalajara y que reabrir el caso sólo aportaría nuevas especulaciones imposibles de probar. Por el asesinado del cardenal hay muy pocos presos, pero, paradójicamente, el caso Posadas terminó siendo prisionero de un conflicto ideológico; fue el escenario de actualización de una pugna decimonónica entre liberales y conservadores, representados en las figuras de Jorge Carpizo y el cardenal Juan Sandoval. El cardenal Posadas merece más que el minuto de silencio un momento de sensatez.

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