Era pequeña y era tímida. Anciana y viuda, conservaba rubores de doncella. Bebía una copita de vermut todos los días, antes de comer. "Dos no --solía decir-, porque me empieza a dar la risa".
Sentía alarma por la destreza que los niños mostraban en el manejo de los novísimos juguetes electrónicos. Decía con tristeza. "Ya no nacen inocentes". Se sabía de memoria las 8 bienaventuranzas de Nuestro Señor, los 7 dones del Espíritu Santo y las 14 obras de misericordia que enunció en su catecismo el buen Padre Ripalda.
La tía Conchita... Si no está en el Cielo será porque no hay Cielo. Hoy la recuerdo --hoy es su día-, y siento en la memoria la misma dulcedumbre que ponía en mis labios la jalea de tejocote que ella hacía, tan clara que se podía leer el periódico a través del vaso que la contenía, tan transparente como el alma de niña de mi tía Conchita.
¡Hasta mañana!...