El dinosaurio le dijo con enojo a la dinosauria: "¡Carajo! Somos una especie en vías de extinción, y tú: 'Me duele la cabeza; me duele la cabeza'"... Doña Gelidia le reclamó a su esposo: "¿Por qué no me compras un abrigo de mink? Siempre estoy fría". Contestó, hosco, el individuo: "Si sabes la respuesta ¿para qué haces la pregunta?"... Don Crésido, rico señor sexagenario, invitó a cenar a Pirulina, muchacha pizpireta. Tras el opíparo festín, y después de beber algunos bajativos que le inspiraron rijosos ardimientos, el maduro caballero le propuso a la avispada chica: "¿Qué le parece, señorita Pirulina, si esta noche rompemos el turrón?". "Ay, qué pena, don Crésido -respondió al punto la muchacha-. ¡Ya lo tengo roto!". (Ignoraba Pirulina que en lengua de mayores eso de "romper el turrón" significa dejar de hablarse de usted para hablarse de tú). Le comentó una chica a un amigo de su papá: "Veo, don Petiso, que su esposa es bastante más alta que usted. ¿Cuántos centímetros le saca?". Respondió, humilde, el chaparrito: "En la casa somos de la misma estatura, pero cuando se pone la faja crece medio metro"... El ginecólogo le informó a la nerviosa chica: "Está usted embarazada". "¡No puede ser! -rechazó ella-. Tengo novio, es cierto, pero lo único que hacemos es platicar". Responde el facultativo: "Pues seguramente él le dijo alguna frase muy penetrante"... El marcianito le dijo a su papá: "Acaban de pasar dos naves espaciales de la Tierra. Una era de Estados Unidos y la otra de México". "¿Cómo lo sabes?" -le preguntó el marciano a su retoño. Explica el pequeñín: "La de Estados Unidos llevaba la bandera de las barras y las estrellas. La nave mexicana tenía atrás un letrero que decía: 'A qué no me pasas', y adelante otro que decía: '¡A tu hermana, güey!'"... El joven agente viajero llamó por teléfono a su casa para anunciar que se había casado con una muchacha de rancho. "¿De rancho? -se preocupó su madre-. Pero, hijo, esa muchacha ha de ser de condición social muy distinta de la nuestra. ¿Qué tiene su papá?". Suspiró el joven: "Una escopeta"... Por supuesto que la Marina y el Ejército deben seguir en las calles. Sin esas dos instituciones la población quedaría en estado de absoluta indefensión frente a la delincuencia organizada. Ciertamente es cuestionable desde el punto estrictamente jurídico que los soldados y marinos cumplan tareas de policía, pero no menos cierto es que en las actuales circunstancias es indispensable su presencia si no se quiere que el país caiga por completo en manos de los criminales. La declaración de Enrique Peña Nieto en el sentido de que el Ejército y la Marina seguirán cumpliendo esa labor de protección social es reconocimiento tácito a la forma en que Felipe Calderón hizo frente al problema de la inseguridad. Se puede cambiar la estrategia para combatir a quienes han acabado con la tranquilidad que antes había en muchas ciudades mexicanas, en las cuales la vida cotidiana es ahora una aventura peligrosa. Sin embargo no se puede hacer que los militares vuelvan a sus cuarteles. De ellos depende en forma total esa lucha contra los delincuentes, lucha en la cual no puede haber cuartel, si me es permitido el juego de palabras. La afirmación oficial según la cual la criminalidad va en descenso por el ataque permanente de las autoridades, encuentra un pronto desmentido en acciones brutales de las bandas, acciones que se dirían efectuadas expresamente para contradecir tales manifestaciones. En ese contexto pedir que el Ejército y la Marina regresen a sus cuarteles es una supina irresponsabilidad. Al terminar la noche de bodas la zarina le dijo con desdeñoso acento a su marido: "¡Ahora me explico por qué te dicen Iván el Terrible!"... El señor conocía muy bien a su esposa. Cierto día que andaba de viaje perdió el avión. Inmediatamente le puso un mensaje a la señora: "No podré llegar hoy en la noche. Guárdame mi lugar en la cama"... El pequeñito de primer año de kínder levantó la manita para pedir permiso de ir al baño. Regresó inmediatamente. Le preguntó la maestra: "¿Por qué viniste tan pronto del baño?". "No lo pude hallar" -contesta el niño-. "¿El baño?" -inquirió la profesora. "No -precisó el pequeñín-. Lo que debe uno sacar en el baño"... El ancianito y la viejecita hacían recuerdos. "Cuando yo era joven -declaró el viejito- tenía el cuerpo de un atleta". "Eso no es nada -replicó la ancianita-. Yo tuve el cuerpo de diez"... FIN.