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Pueblo bicicletero

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

Pueblo bicicletero es una expresión común entre la gente, mediante la cual se identifica un lugar de manera despectiva o demeritoria, como prototipo de población rezagada donde una gran parte de las personas ahí residentes tiene que usar este medio de transporte y no los automóviles, en el supuesto de que además de que se carece de éstos o que el parque disponible es reducido, también de calles, avenidas y en sí la infraestructura vial para que circulen; se entiende como una población rural o sin la urbanización suficiente que le parezca a una ciudad.

Tal percepción indica que la posesión y uso de automóviles se asocia con estatus social y comodidad para el desplazamiento al trabajo, paseo, de una ciudad a otra, bajo el supuesto de que se adquiere mayor movilidad y seguridad al transportarse, de ahí que la infraestructura vial urbana se diseña para facilitar su flujo. Así, se cultiva la idea de que disponer mayor inventario de automóviles y de esa infraestructura vial es sinónimo de progreso económico, urbanización y pertenencia al primer mundo, el de los países desarrollados.

Sin embargo, en el contexto actual tal expresión no puede tener ese significado que el colectivo ha creado, puesto que hoy en día una ciudad saturada de automóviles es sinónimo de una serie de problemas asociados al estrés que sufre el conductor, obesidad, contaminación, lesiones y muerte de personas por accidentes y otros aspectos que no necesariamente forman parte del concepto de calidad de vida moderna. Quizá no sea el comparativo adecuado, pero comer bien no significa consumir alimentos en establecimientos de comida rápida como hamburguesas o pizzas; quizá en ambos casos, el automóvil y las hamburguesas deberíamos de utilizarlos y comerlas sólo de manera circunstancial y necesaria.

El asunto es que algunos países desarrollados y con mejores niveles de vida que el nuestro y otros muchos más, como Holanda, Suiza y Alemania, o países muy poblados como China e India, utilizan la bicicleta como principal medio de transporte, sea porque han adquirido la cultura de desplazar a segundo término el automóvil para evitar o reducir los problemas derivados de su uso cotidiano, o porque es el medio de transporte más económico disponible para realizar sus actividades diarias, siendo además los que concentran el mayor inventario de las 800 millones de bicicletas que circulan en el planeta.

Quizá cuando se inventó el automóvil aún no se hablaba de contaminación del aire atmosférico por las emisiones de bióxido de carbono (CO2) y del cambio climático influenciado por éste y otros gases de efecto invernadero; novedad, comodidad y negocio lo impulsaron como principal medio de transporte, pero cada vez más está destinado a ser desplazado por el transporte público y la bicicleta, tendencia que, sin embargo, enfrenta no sólo la carencia del primero como un servicio que los gobiernos deben promover de manera eficaz, segura y más económica para que todos los estratos de la población accedan a él, o de la infraestructura vial para que el segundo se use de manera adecuada y segura, sino también la falta de cultura o la existencia de una resistencia cultural a aceptar este cambio.

Quienes vivimos en la Comarca Lagunera, región identificada por Naciones Unidas como una de las cien zonas más contaminadas del planeta por las emisiones de gases de efecto invernadero provenientes de industrias, automóviles, ganado y otras actividades en que se basa la economía local, debemos pensar seriamente en cambiar algunas de las formas en que producimos la riqueza, pero también de aquéllas en las que sustentamos nuestro quehacer cotidiano. Es tal el grado de deterioro ambiental que este no sólo se presenta en la calidad del aire atmosférico, sino en el agua del subsuelo, en algunos suelos agrícolas y en la pérdida de biodiversidad.

De esa manera, la planeación del desarrollo urbano moderno no se debe basar en el concepto de crear la infraestructura vial que gire en torno al uso del automóvil, sino a que la población reduzca su uso e incentive la utilización del transporte público y la bicicleta, es decir, concebir al primero más como un servicio público al que acceda la población y no como un negocio de particulares; de igual manera, estimular el uso de la bicicleta y la educación de cómo hacerlo, para evitar o reducir los riesgos de accidentes en virtud de que también este usuario es un conductor que tiene derechos y obligaciones, como el automovilista.

Es por ello que en un futuro próximo identifiquemos a un pueblo bicicletero, con todo lo que implica, como expresión de desarrollo urbano moderno, de protección y cuidado del ambiente, de indicador de calidad de vida, en sí de sustentabilidad y no de rezago económico-social. Afortunadamente, en La Laguna se están dando pasos en ese sentido, aún pequeños, pero significativos, como la habilitación del Paseo Colón y la creación de la ciclovía sobre el bulevar Constitución en Torreón, o las proyecciones que se están realizando en Gómez Palacio de crear otra ciclovía en el periférico, donde la circulación de bicicletas es fluida entre los trabajadores que diariamente acuden a laborar en las empresas del parque industrial.

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