Himenia Camafría, madura señorita soltera, le hacía confidencias de su vida a Celiberia Sinvarón, célibe otoñal como ella. “A los 20 años tuve un novio -le contó llena de tristeza-. Jamás lo he podido perdonar”. “¿Se aprovechó de ti?” -se alarma Celiberia.”¡Al contrario! -rebufó la señorita Himenia-. ¡No se aprovechó!”... El muchachillo le pregunta a su papá: “¿Qué es el apetito sexual?”. Responde el señor sin vacilar: “Es algo que empieza con la adolescencia y llega a su fin con el matrimonio”... Jactancio y un amigo se pusieron a hacer pipí desde lo alto del puente que cruzaba a 3 metros sobre el río. Dice el amigo: “¡Qué oscura está el agua!”. “Deja lo oscura -acota el tal Jactancio-. ¡Lo fría!”. (No le entendí)... En México los izquierdistas tienen vocación suicida. Muchos mexicanos pensamos que este país necesita con urgencia un gobierno de izquierda que mire por los más necesitados, en vez de gobiernos como los de centro y derecha que hemos tenido, mantenedores del statu quo que favorece a los más privilegiados. En vez de ofrecernos esa opción, el PRD se empecina en negarse al ejercicio democrático, y sigue atado a las viejas prácticas de violencia, desorden y caos institucionalizado que caracterizan a las innumerables tribus, bandas y facciones en que la llamada izquierda se divide. Lo sucedido en la elección de dirigentes perredistas daña por igual a Ebrard y López Obrador. Si cualquiera de ellos llegara a ocupar la Presidencia, piensan muchos, con él llegarían esas hordas en las cuales reinan la bribonada y la truhanería, y que se encontrarían de pronto convertidas en dueñas de la Nación. Ni López Obrador ni Ebrard son un peligro para México, pero algunas malas catervas que los acompañan sí. Lo que pasó en el interior del PRD es un suicidio para ese partido y para la izquierda en general, y un eventual asesinato para las aspiraciones de sus dos precandidatos. (¡Riájale!”)... La noticia conmovió al mundo: seis misioneras de la Iglesia de la Tercera Venida (no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite a sus fieles el adulterio a condición de que sea entre miembros de la congregación), seis misioneras, digo, fueron violadas por salvajes en un remoto país del hemisferio sur. Se supo después que una de las misioneras se libró del atentado. Le preguntó una periodista: “¿Por qué a usted no la violaron?”. Responde con candidez la misionera: “Es que yo sí opuse resistencia”. (Por cierto, dos jóvenes casados decidieron ingresar en esa iglesia, la de la Tercera Venida. El reverendo Rocko Fages, antes de bautizar a los conversos, le preguntó al muchacho: “¿Renuncias a las pompas y vanidades del mundo?”. Le dice por lo bajo su angustiada mujercita: “¡A mis pompas no renuncies!”)... La novia de Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le informó: “Voy a tener un hijo. ¿Cuándo nos casamos?”. Responde con cinismo el descastado: “El hecho de que vayas a tener un hijo no es razón suficiente para que nos casemos”. La muchacha se enoja: “¡Pero ya tenemos otros cinco, cabrísimo grandón!”... El boticario de aquel villorrio llegó a su casa cuando su mujer no lo esperaba, y la encontró en consorcio fornicario con el cura párroco del pueblo, a quien la gente llamaba el padre Incapaz, porque las hincaba y ¡paz! Aunque el tonsurado le ofreció numerosas indulgencias para sedar su cólera, el indignado esposo rechazó la oferta, y después de llenar de injurias al profeso abaldonó a su esposa con fuertes adjetivos. La llamó “calientacamas”, “trotacalles”, “jinetera”, “falena”, “cellenca”, “maturranga”, “furcia”, “tía” y “horizontal”. La señora se dolió por esos inris. A los dicterios respondió: “Pero, Apoteco, tú me dijiste que ibas a buscar cura para mi insomnio. Yo lo único que hice fue encontrarlo primero”... FIN.