H Ace algún tiempo, al querer consultar la definición de algunos conceptos como bioclimático y sustentable en la última edición del Diccionario de la Real Academia Española, me llevé la sorpresa de que la palabra bioclimático no existe de acuerdo a ese organismo en nuestro idioma y de que el adjetivo sustentable recibe una definición distinta a la que frecuentemente damos los arquitectos. Ese respetado diccionario nos dice que sustentable es lo "que se puede sustentar o defender con razones." Por qué, me pregunté, esas palabras que desde hace un par de décadas se utilizan con tanta facilidad en mi carrera se encuentran ausentes de este prestigiado texto.
La verdad es que como profesionista -sin dejar de reconocer la importancia de los conceptos detrás de ellos- siempre he mantenido un cierto recelo hacia los adjetivos como inteligente, bioclimático, moderno, modular, regional, ecológico, contextual, etc. que solemos emplear en las presentaciones de nuestras propuestas. Pienso que los edificios deben responder a todos ellos y muchos otros más, es decir, deben en la medida de lo posible abordar la totalidad de factores que inciden sobre un proyecto, en el entendimiento de que éste a su vez es parte de un todo, que incluye no sólo a la ciudad, sino también a la región e incluso al país. Es por ello por lo que creo que el adjetivar la palabra arquitectura concentra el pensamiento del diseñador en una sola cosa, impidiendo que resuelva todas las condicionantes que intervienen en esta disciplina.
Auguste Perret alguna vez expresó que el arquitecto es el constructor que satisface lo pasajero por medio de lo permanente e indicó que la arquitectura debe responder a dos tipos de condicionantes. En primer lugar las "permanentes", que son aquellas que impone la naturaleza, como el clima, los materiales y sus propiedades, las leyes de la física así como el sentido eterno y universal de las líneas y de las formas que son inherentes al ser humano. En segundo lugar las "pasajeras", que son las que impone el hombre, entre las cuales se encuentran la función, los usos, los reglamentos y la moda.
Es así que no debe sorprendernos que el oficio del arquitecto sea tan difícil y esto ayuda a entender el por qué nunca ha habido - a diferencia de las matemáticas, la música, la pintura y otras disciplinas- niños prodigio en esta profesión. Los que ejercen esta carrera, deben tener una visión holística producto no sólo de los estudios, sino también de las vivencias y experiencias acumuladas a lo largo de su vida, que les permitan abordar de manera simultánea un gran y complejo número de condicionantes. Además de que se debe poseer la capacidad de analizar las oportunidades que ofrece el entorno, identificar los materiales y la mano de obra disponible en una localidad, así como mantenerse al día en un mundo que continuamente da grandes avances tecnológicos. Todo ello, siempre valorando lo que se lee y se dice, no creyendo las palabras de los vendedores que pretenden hacernos creer que es posible hacer fachadas de cristal que funcionan térmicamente mejor que un muro de adobe, o que un edificio es inteligente por el solo hecho de que tiene una serie de "gadgets" que a través de sensores y de aparatos electromecánicos le permiten abrir y cerrar cortinas, ajustar el clima, encender o apagar luces, abrir y cerrar puertas.
Los arquitectos responden a otras condicionantes "pasajeras", según los clasificaría Perret, como es el analizar cuál es la identidad cultural de donde se construye, las necesidades y expectativas de los usuarios, deben dirigir su mirada al entorno para hacer edificios que sean -por decirlo de alguna manera- "un cachito de la ciudad", que se sienta que pertenecen a ella y que "dialoguen" con las construcciones cercanas, destacándose cuando sea necesario o manteniéndose en el fondo cuando se encuentren al lado de alguno que sea significativo y que merezca, por su función o importancia, resaltar más.
Por otro lado, debe protegerse la economía de los clientes haciendo proyectos con un bajo costo de operación y que requieran de poco mantenimiento, que aprovechen al máximo la luz y ventilación naturales y a la vez sean lugares donde las personas se sientan a gusto. Es decir, edificios que cubran todos los aspectos y de ser posible que lo hagan con baja tecnología, consumiendo la menor energía posible y utilizando los materiales y mano de obra disponibles en el lugar donde estarán ubicados.
Las ciudades dan muchos ejemplos de lo dispendioso que puede ser para los clientes y usuarios el que un arquitecto dirija su mirada, por decirlo de una manera, hacia un adjetivo. Un renombrado caso de lo que puede llegar a suceder es el Wexner Center for the Arts en Ohio. Este proyecto de Peter Eisenmann fue inaugurado en 1989 y pretendió ser uno de los primeros edificios del llamado Deconstructivismo, un movimiento artístico que a través de la fragmentación, superposición y sustracción busca cautivar al usuario al confrontarlo con algo inesperado. La construcción del Wexner Center for the Arts requirió de una inversión de 45 millones de dólares, pero tuvo que cerrarse por un lapso de tres años apenas doce años después de su inauguración con el propósito de repararlo, para evitar entre otras cosas, que entrara el agua al edificio, de corregir algunos problemas en su estructura, así como hacer unas adecuaciones a su diseño que le permitiesen cumplir la función para la que había sido proyectado, todo ello con una inversión de más de doce millones de dólares.
Aquí en Torreón también hemos sido testigos de este tipo de errores, tal y como el que se presentó en los recubrimientos de un centro comercial, los cuales tuvieron que ser remplazados porque no se habían contemplado juntas entre los paneles de sus fachadas.
El hecho es que debemos buscar una arquitectura sin adjetivos, una que no sea calificable como: bioclimática, contextual, regional, ecológica, inteligente, funcional, solar, etc. pues la palabra arquitectura por sí sola debe englobar todos esos conceptos, en el entendimiento de que todo proyecto de calidad debe responder a ellos. Y sí, debe hacerse de una manera sustentable, pero en el sentido que le da la Real Academia a esa palabra, es decir que todo lo que se haga se pueda defender con razones.