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Machos cabríos emisarios

EL COMENTARIO DE HOY

El ritual tenía dos elementos que lo hacían muy aceptable: por un lado, la gente se despojaba de un peso moral, y terminaba sintiéndose mejor; o al menos, eso es de suponerse. Y por otro lado, era lo suficientemente bizarro, tan fuera de lo común, como para que resultara creíble que tenía un efecto sobrenatural.

Los judíos del Antiguo Testamento, en una fecha determinada, se reunían a las orillas de la villa o poblado, y ahí le arrojaban ritualmente todas sus faltas, pecados y meteduras de pata a un ejemplar masculino de la especie caprina. Luego procedían a despachar al chivo, con cajas destempladas, al desierto. La bestezuela se retiraba con tan pesada carga inmaterial, llevándose consigo los puntos negros de la comunidad.

Según un sacerdote con quien trabajé luengos años, la traducción correcta de la función del animal era: "el macho cabrío emisario", dado que era un enviado ante Dios con las faltas de la comunidad. La referencia usual es la de "chivo expiatorio"; esto es, un caprino que sirve para expiar las culpas

En el lenguaje coloquial, el macho cabrío emisario o chivo expiatorio es un personaje al que se le echa la culpa de algún desaguisado, aunque no haya tenido nada que ver con el asunto, o aunque haya otros mucho más responsables o culpables. Por lo general, identificamos a esos chivos expiatorios como gente humilde, indefensa, que termina pagando pecados ajenos, y que carga con las culpas de personajes encumbrados, poderosos, que utilizan su influencia para no dar la cara ni responder de sus actos.

Las consignaciones hechas contra empleados de la Secretaría de Hacienda de Sonora, responsabilizándolos del incendio de una bodega de esa institución, y la subsecuente muerte de casi medio centenar de niños en una "guardería" aledaña, nos recordaron el viejo ritual judío, y su acepción más común.

Y es que entre los consignados no se encuentra ninguno de los dueños de la Guardería ABC; tampoco hay ningún inspector del IMSS de los que certificaron la seguridad del local. Siendo que ni siquiera ha quedado claro cómo se inició el incendio, ¿por qué responsabilizar por la tragedia a empleados de bajo nivel, que todo lo que hicieron en el almacén ese día fue mover cajas y buscar documentos? ¿Qué tenían ellos qué ver con el material inflamable del techo del albergue, con que éste fuera un galerón inapropiado para el cuidado de infantes?

Como suele ocurrir en este país, una vez más se hace mofa de la justicia, nada más para taparle el ojo al macho y que los del dinero queden impunes. Quizá la clase política sonorense esté apostando al olvido, a que surja un nuevo escándalo en este país nuestro de escándalo y folletín, a que los ánimos se calmen con la consignación de unos cuantos desdichados cuyo principal pecado es no conocer al gobernador. Pero algo me dice que la sociedad mexicana y sonorense, y especialmente los padres de los difuntos, no se dejarán convencer tan fácilmente. En este caso, creo que no servirán de mucho los machos cabríos emisores.

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