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Etnias laguneras

Diálogo

YAMIL DARWICH

Dice Hegel que: "Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetir los mismos errores"; por ello, la presentación del libro de Jorge Eduardo Rodríguez Pardo: "Asamblea de las Culturas en La Laguna", que se efectuará en el Teatro Isauro Martínez, el día de hoy a las 20:30 hrs., reviste especial importancia histórica, al ser un documento de consulta sobre los ingresos de extranjeros a México, procedentes de cuarenta y dos países diferentes, quienes vivieron radicados en la Comarca Lagunera.

Ellos fueron los portadores de los genes biológicos y sociales que se unieron a los de mexicanos arribados a la región desde distintos estados federales, para dar origen a los laguneros.

Más allá de las nacionalidades muy conocidas, caso de españoles, chinos o libaneses, asienta datos de personas que llegaron a nuestra región en busca de oportunidades para labrarse un futuro y dejar el producto de su trabajo como herencia, además de contribuir a la gestación de la cultura y economía regional; entre ellos: armenios, como Jacobo Boyajian Yetarían, que declaró como oficio: relojero, e ingresó en 1924; el escocés Arthur Graham Walker, industrial, que entró al país en 1929; o la lituana Raquel Kretinger Shulman, arribada en 1930, de ocupación: "labores propias de su sexo".

En la presentación de la memoria, Diana Urow Schifter escribe: "Así pues, desde agricultores, agentes viajeros y artistas de circo, pasando por cocineros y comerciantes, así como empleados de todo tipo, ingenieros, mecánicos, panaderos, peluqueros y zapateros, por mencionar sólo algunos, encontramos un amplio espectro de oficios a los que, según la época, se dedicaron los inmigrantes extranjeros en Torreón".

Si la dinámica de la antropología social nos enseña que los seres humanos nos organizamos en comunidades y dentro de ellas encontramos la especialización en el trabajo como curanderos, sacerdotes, agricultores, guerreros, comerciantes, o reyes -los más afortunados- por mencionar las básicas, igual habría de sucedernos en La Comarca Lagunera; baste recordar la tradición de agricultores exitosos entre los españoles, o los comerciantes, -establecidos o ambulantes- vendedores de zapatos, ropas varias, telas y productos del hogar, caso de árabes, sirios y libaneses; sin olvidar a los grandes abarroteros chinos, también empresarios y banqueros, citando algunos.

Jorge Eduardo Rodríguez Pardo, en su presentación de la investigación, nos comparte la experiencia de conformar su investigación monográfica diciendo: "tengo la convicción de que si a lo largo del tiempo se ha venido configurando una identidad lagunera, no resultaría nada extraño que ésta hubiera sido moldeada por la manera de ser y por el temple de muchas de las personas que hacen su aparición en este libro".

Esa gran verdad la podemos confirmar con un repaso en la memoria: nosotros, aprendimos de ellos el gusto por el trabajo y el esfuerzo dado con decisión y entrega, de ser necesario aun con sacrificio; del amor a la familia y a la tierra; sobre sus disímbolas culturas, incluyendo las creencias religiosas y la degustación de las comidas internacionales, que aún ahora, a algunos nos mantienen confundido el paladar al acostumbrarnos a comer carne con chile un lunes y, al día siguiente, kipe bola; tampoco olvide nuestra particular alegría y disposición para el festejo, por lo que somos reconocidos como alegres, francos y directos.

Reflexione en el orgullo de venir y ser -vencer- al desierto, de quienes rompieron con sus raíces y hasta expusieron la vida -literalmente- cuando debieron enfrentar a forajidos o indios que defendían lo que consideraban sus derechos.

Recuerde aquel "arabito", que cruzando el mar, solo y sin recursos económicos, desconociendo el idioma español, pero cargado de ilusiones por triunfar en la vida, llegó a La Laguna; así: ¿cómo no estar orgullosos de sus logros, para los que se bastaron sin ayuda de nadie?

Ese rescate histórico es tan importante que, conforme pasen los años y centurias, habrá lectores que buscarán en ellos sus orígenes, quizá tratarán de armar la historia de familias y biografías individuales; o tal vez, algunos genetistas del futuro encuentren respuestas a sus cuestionamientos médicos.

Quizá piense que exagero, le aseguro que no es así, aunque me emocionó leer entre esas páginas los datos de Don Emilio, como era conocido Yamil, quien a pesar de su buena pronunciación del castellano aún arrastraba algunas palabras como "riyo", por río o "amaryllo", por amarillo. Mi relación con él, de admiración, amor y respeto, no impedía las bromas que sobre su condición de "majacano" le hacía ocasionalmente.

Un día, cuando no estaba de buen humor, no respondió a mi saludo de:

-"Buenos días sanior" y ante mi insistencia, levantó la vista del periódico que leía y me dijo:

-"Mire sanior, yo soy más mexicano que usted, porque yo decidí vivir aquí y usted aquí nació y no le quedó de otra". Así eran esos viejos.

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