Los puristas del lenguaje me dirán, -con razón-, que la frase original del capítulo IX del Quijote es: "con la iglesia hemos dado, amigo Sancho", que Cervantes pone en labios del caballero andante al divisar la iglesia del Toboso, pero tanto ellos como todos sabemos que esa frase se usa cuando la Iglesia mete las narices en donde no debe.
México es un Estado Laico, hay libertad religiosa, cada quién puede practicar la religión que desee sin cortapisas, pero por ley debe existir una sana separación entre la Iglesia y el Estado; pero una vez más, la malhadada complicidad entre la jerarquía católica y el poder político se confirma con las leyes antiaborto que han sido aprobadas ya en 17 estados -panistas y priistas- de la república, para reconocer el derecho a la vida desde la concepción y estipular sanciones por aborto, tanto a quien lo realiza como a la mujer que decide abortar.
El asunto es nefasto, porque de un plumazo se convierte a la mujer en delincuente, y se le condena a que tenga el hijo no deseado, fruto de una violación, de un abuso, o simplemente de una equivocación, o que ingrese a la cárcel por haber decidido no tener ese hijo.
Acabamos de celebrar un día más de Lucha contra la Violencia a las Mujeres, pero los legisladores, azuzados por los dignatarios católicos, han olvidado que la mujer tiene derechos, -y que uno de ellos es el derecho a tener y proteger su cuerpo-, y violando la Constitución, deciden sancionar y condenar a una mujer que decide abortar.
Sabemos por qué una mujer opta por el aborto: porque tiene muchos hijos y no los puede mantener, porque el esposo es casi inexistente y sólo llega para embarazarla, porque por inocencia o equivocación una relación sexual resultó en embarazo, o, lo que es más frecuente, por abuso, agresión y violación, en particular a jovencitas adolescentes; pero ¿sabemos el dolor que representa para una mujer esa opción, el dolor que le causa esa pérdida, las larguísimas horas que pasa en soledad meditando esa decisión, muy suya, muy íntima, muy amarga?; nunca podremos saber lo que sufre una mujer en estas condiciones.
Y cuando encima de esto las leyes le caen encima y para no ir a la cárcel tiene que optar por un aborto clandestino, con gravísimo riesgo para su salud, peligro de infecciones, esterilidad o muerte, me pregunto dónde quedan los derechos, la lógica y el humanismo.
Vivimos en un Estado Laico, pero tal parece que regresamos a los tiempos de "Religión y Fueros"; legisladores de todos los partidos han claudicado frente a l'os dogmas religiosos y avalan en sus estados las leyes antiaborto; incluso una campeona de los derechos de la mujer, la priista Beatriz Paredes, calla, y su silencio es cómplice.
Urge evitar que se sume otro estado a la ley antiaborto, porque si llegan a 18, el asunto pasaría a la Cámara de Diputados, se podría convertir en ley general y anularía toda posibilidad de defender a miles de mujeres que en uso de sus derechos, han decidido no continuar su embarazo.