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Cebolla quemada

RELATOS DE ANDAR Y VER

Ernesto Ramos Cobo

Sencillamente la cosa está mal, eso ni dudarlo. No hace falta nada para reconocer que la situación está sistémicamente dañada. Existen deficiencias en todos los ámbitos, y malolientes corrompidos en todos los sectores. Hay malas noticias y sangre salpicando la vuelta de la esquina, y encima caritas sonrientes de candidatos que aparecen de pronto en las calles con sus promesas de siempre. La cosa pareciere una cebolla quemada al fondo del papel de estaño.

Pero les pido a ustedes disculpas por la imagen anterior. Sé lo desagradable que resulta un asado impecable con las cebollas quemadas. Mi intención no es alimentar la histeria colectiva. Ni capitalizar la historia en base de amarillentas líneas. Simplemente deseo ilustrar que la corrupción e ineficiencia (deshonestidad) institucional todo lo ha permeado, todo lo ha pintado de negro con sabor a carbón quemado, y que esa situación en sí misma genera desazón, riesgo, retraso, desesperación, incertidumbre.

Reconociendo entonces la fragilidad de la coyuntura, deviene cuestionarnos: ¿qué hacer para mejorar las cosas? Aquí el lector podrá optar por dar vuelta a la página –y seguramente lo hará-, porque ante la vorágine de complicaciones excesivas, de problemas dondequiera, hasta pensar en una puerta de luz provoca dolor de cabeza, pesadumbre de ánimo, y más en domingo por la mañana.

Y eso es cierto. Tan del orto está la cosa que provoca somnolencia. Pero no hemos venido aquí a dormir sin hacer nada. ¿No es cierto? A menos que nos conformemos con la comodidad del sillón y del control remoto; a menos que estemos tranquilos con la inmediatez, y desde ella nos reconfortemos. A menos que seamos como cualquier otro pragmático a ultranza que, entreviendo el no remedio, decide mejor aprovechar el revoltijo diario para trampear más, llenar las arcas, pescar lo que se deje, y mañana ya veremos. A menos que simplemente optemos por tirar la toalla, nos marchemos a otro lado, y desde allí esperemos que la madeja se desenmarañe sola, de ser eso posible.

Pero al margen del pragmático, o de quien abandona las naves, lo cierto es que en esta tierra los olores reconfortan, ¿no es cierto?, y que las madejas no se desenmarañan solas. Entonces se precisa despertar. No es posible que nuestros hijos crezcan en un ámbito carbonizado de estaño. Reconozco que los sistemas políticos y las dinámicas sociales son siempre perfectibles (lo contrario sería utópico), pero una descomposición nacional como la que ahora enfrentamos es sencillamente inaceptable.

Así que entonces despertar. ¿Pero despertar para hacer qué? ¿Por dónde empezar, si desde la acción individual pareciere todo imposible? ¿Por dónde empezar, si los mecanismos de participación ciudadana son inexistentes, o su peso es mínimo y no llegan a nada? ¿Por dónde empezar, si el voto individual se diluye, borrado por dinámicas perversas de voto corporativo que termina aplastando? ¿Por dónde empezar, y a quién exigir, si a la pequeñez de la autoridad sólo le importa el posible beneficio que pudiera obtener de su posición actual, y el posible trampolín al que pudiera acceder para saltar a lo que sigue?

Entonces, ¿cuáles son los canales institucionales y desde dónde exigir? Y es aquí donde las preguntas podrían continuar y la desesperación hacerse más latente. Porque no tenemos quien verdaderamente decida iniciar la reconstrucción desde arriba. Alguien que lo haga desde el seno del Ejecutivo, encauzando al Constituyente Permanente, con visión de Estado. Reconstruyendo nuestros procesos políticos –los procesos legislativos— para que sean más agiles y más acordes a nuestra idiosincrasia. Para que desaparezcan los monopolios y esas fortunas excesivas que sólo lastiman y fracturan. Para que la justicia no se compre. Para que se rompa de tajo el sistema de liderazgos, complicidades y desfalcos eternos. Para que por lo menos identifiquemos la hebra que permita comenzar a desmadejar la historia.

Mas el alcance de tales acciones -y un dejo de pragmatismo-, me deja desconsolado, y me hace pensar en la imposibilidad de su ejercicio. Llevarlas a cabo requeriría acuerdo en la clase política, e implicaría reducción de prebendas, salpicadura en las posiciones de privilegio, y nadie se pisa sus propios callos; menos tratándose de simples agarrahuesos y buscatramoplines.

Pero, si no nos despertamos a exigir, nada cambiará, y seguiremos teniendo a los gobernantes que nos merecemos.

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