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Marcial Maciel

Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

La primera estancia del Papa Juan Pablo II en México, en enero de 1979, fue posible por la influencia del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel Degollado, que murió anteayer: “La familia del presidente López Portillo era devota católica y el padre Maciel (confesor) de la madre del Presidente y en particular de su hermana, secretaria (particular) de aquel…López Portillo les hizo caso a ellas y pasó por encima de las objeciones de ministros de su Gobierno…Durante su visita… el Papa y su secretario, el padre Dziwisz, expresaron su gratitud al padre Maciel por su oportuna intervención. Ambos quedaron sumamente impresionados por un hombre que había puesto los cimientos de su “ejército espiritual” siendo apenas un estudiante de teología de 20 años. Antes de sentirse inspirado a hacer eso en 1941, Maciel ya había sido expulsado de dos seminarios por lo que su historia oficial describe como “malos entendidos”, y había sufrido una suspensión de dos años de sus deberes mientras se investigaban varias acusaciones. Aunque en 1979 el Papa acababa de recibir alegatos extremadamente detallados del continuo abuso sexual de Maciel por parte de nueve de sus víctimas, eso no había hecho vacilar ni a su secretario ni a él. Maciel nunca se separó de su lado durante…el viaje”.

Apesadumbrado por la posibilidad de que Juan Pablo II sea beatificado muy pronto y en breve canonizado; y ante la supresión del papel procesal del “abogado del diablo”, el periodista David Yallop, británico y católico, asumió ese papel. Conocido mundialmente por su libro En el nombre de Dios, donde sostiene que el Papa Juan Pablo I fue asesinado en octubre de 1978 (sólo dos meses después de su elección), Yallop acometió aquella tarea en un libro cuyo título copia el de su paisano y correligionario Graham Greene, El poder y la gloria, donde acumula pruebas que harían inviable la santificación de Karol Wojtila. El capítulo más extenso de su libro se refiere a la impunidad procurada por el Papa para el abuso sexual. Sólo después de su muerte el Vaticano procedió contra Maciel, documentada una larga serie de episodios en que envileció a decenas, cientos quizá, de niños dejados a su cuidado. El 19 de mayo de 2006 se anunció que luego de estudiar tales acusaciones, así como la defensa del acusado, expresada en 2002, “la Congregación para la doctrina de la fe…decidió, teniendo en cuenta la edad avanzada del padre Maciel, y su frágil salud, renunciar a un proceso canónico e invitar al padre a una vida reservada de oración y penitencia, renunciando a todo ministerio público”.

Su edad avanzada había sido también la causa formal, en 2005, de su renuncia al mando de la congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón y la Virgen de los Dolores, nombre original de la Legión de Cristo. Por esa lenidad, que era ya encubrimiento cuando el 26 de noviembre de 2004 el Papa, su secretario de Estado y “diversas personalidades eclesiásticas (celebraron) con todo boato el sexagésimo aniversario de la ordenación sacerdotal” de Maciel, por eso ha sido posible que el anuncio oficial de la muerte del fundador, y la carta dirigida por su sucesor, Álvaro Corcuera a los miembros del Movimiento Regnum Christi (el apostolado de los laicos próximos a los legionarios) no sólo omitan toda referencia a esas leves maneras de sancionar su conducta (que no implicaron exoneración ninguna) sino que lo consideren “instrumento de Dios para dar inicio de esta obra al servicio de la Iglesia y de la sociedad”, y se establezca que “el mejor modo de recordarlo y tenerlo siempre en nuestros corazones” sea “en el Sagrario, en la oración, ante el Santísimo”.

Muy poco después de la fundación de los legionarios, en 1944 Maciel fue acusado con precisión por la primera de sus víctimas que se atrevió a hablar y lo hizo ante el obispo Francisco González Arias. En los años siguientes no faltaron señalamientos semejantes, hasta el punto de que en 1956 Roma ordenó una investigación, frustrada por el silencio de las víctimas, que fueron avasallados por el poder de su corruptor. Otros callaban porque se habían hecho sacerdotes, legionarios, y Maciel los elevaba a cargos jerárquicos en la congregación y en su poderoso sistema universitario y escolar. Algunos reproducían en nuevas víctimas la aberrante lección recibida de Maciel. Pero todo se mantenía en silencio, requerido e impuesto por el propio abusador: “Van a venir algunas personas del Vaticano a preguntarles. Ya tú sabes, ellos son enemigos, el demonio ha logrado meterse incluso en el Vaticano para destruir a la legión. Si nos destruyen, destruyen la obra de Dios y tu vocación”.

Eso dijo en 1956 Maciel a Juan José Vaca, que sólo veintidós años después, junto a otros al mismo tiempo víctimas y cómplices de Maciel hizo pública su denuncia, a la que siguieron muchos otros testimonios. Desde hace una década, pues, nadie puede ignorar quién era el fundador de los legionarios de Cristo, salvo que se crea en una eficaz conspiración demoniaca. A las acusaciones de los directamente involucrados se sumaron en ese lapso documentos y aun archivos enteros que si bien no indujeron la condena merecida por Maciel, empujaron a Roma a apartarlo de su misión, así fuera tardía y tibiamente. Lejos de las habladurías que una historia como la que terminó el miércoles puede provocar, el libro de Fernando M. González (Marcial Maciel. Los legionarios de Cristo: testimonios y documentos inéditos) no deja lugar a dudas.

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