“No sufrir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma”, es la frase del griego Epicuro que podría resumir su filosofía, y su arte de vivir.
Para este sabio de la Grecia Antigua, la filosofía la consideraba como los razonamientos que podemos hacer para alejar el temor a la muerte, que es un suceso natural inevitable, y también la filosofía de este pensador consiste en todos aquellos pensamientos sensatos y razonables que sólidamente nos pueden conducir a una vida feliz.
En la Grecia de Epicuro, lo determinante para el individuo consistía en trabajar permanentemente a fin de adquirir los grandes ideales de la educación y de la cultura. En ese tiempo, aun cuando Grecia se constituye con Pericles en el Estado más perfecto que jamás se haya visto, la educación tendía a desarrollar y fortalecer las fuerzas del espíritu. Toda la educación y la cultura griega permanecen porque desde Homero, se trabaja por fortalecer los ideales más nobles del espíritu humano.
Epicuro, que vivió en el tiempo de esta grandeza espiritual, que es la base de nuestra Civilización Occidental, escribió algunas reflexiones, que transcribiremos y comentaremos.
“Vana es la palabra del filósofo –dice Epicuro– que no remedia ningún sufrimiento del hombre. Porque así como no es útil la medicina si no suprime las enfermedades del cuerpo, así tampoco la filosofía si no suprime las enfermedades del alma”.
La filosofía griega nace de los grandes ideales del hombre cantados por cientos de poetas cuyas obras han desaparecido. Pero tenemos la Ilíada de Homero, que con esta sola obra educó a toda Gracia. Poetas como Píndaro, Hesíodo, Menandro, son la base de la filosofía de ese centro de inteligencia inigualable que fue Grecia. Este pueblo no empezó a filosofar de forma sistemática sino hasta que Aristóteles lo hizo, pero todos sus poetas y sus trágicos clásicos como Esquilo, Sófocles, y Eurípides, y otros grandes pensadores, forjan una filosofía encaminada a proporcionarle al hombre “un arte de vivir”, un arte para alcanzar las escalas más altas del espíritu humano. Para Epicuro de nada sirve la filosofía si “no remedia ningún sufrimiento del hombre”. El mundo actual está hambriento de esta clase de filosofía. Epicuro nos dice que “con amor a la verdadera filosofía se desvanece cualquier deseo desordenado y penoso”.
Para este inmenso pensador, la filosofía tiene como meta fundamental, convencer al hombre que nuestros deseos desordenados y penosos causan nuestra infelicidad. Epicuro vive una vida ejemplar, y él observó que los seres humanos empiezan a ser infelices cuando sus deseos de riqueza, de poder, lujos, notoriedad, ocupan sus afectos y sus intereses. Este filósofo nos dice que nuestros deseos no deben depender de la Fortuna, pues esta rueda sube y baja caprichosamente.
Hay una sentencia impresionantemente sabia de Epicuro, que nos puede servir como una guía segurísima para normar nuestra vida, y que así la escribió este filósofo:
“La felicidad y la dicha no la proporcionan ni la cantidad de riquezas ni la dignidad de nuestras ocupaciones ni ciertos cargos y poderes, sino la ausencia de sufrimiento, la mansedumbre de nuestras pasiones y la disposición del alma al delimitar lo que es por naturaleza”.
Critilo nos invita a que nos demos cuenta de la profundidad de pensamiento de Epicuro. Este filósofo, al final de la cita que hemos transcrito, nos aconseja que dispongamos nuestra alma “al delimitar lo que es por naturaleza”. Lo que “es por naturaleza” para Epicuro consiste en aquellas necesidades que son muy fáciles de cubrir, como es la alimentación y una vida sencilla y sin lujos.
Epicuro vivió durante toda su vida de la manera más austera y sencilla, y sus contemporáneos afirman que vivió muy feliz y de una manera ejemplar. Epicuro les aconsejaba a sus discípulos, que trataran de evitar todo tipo de dolor físico, dolores que con frecuencia vienen por el exceso de comida y de placeres, lo que va contra la Naturaleza.
Para Critilo, lo planteado por este pensador griego es esencial: lo determinante en nuestras vidas no son los niveles económicos o de posición social, sino la forma como encauzamos las fuerzas de nuestro espíritu a fin de vivir una vida más noble y elevada.