Tendría unos siete añitos cuando castigada en la Dirección del colegio, mientras la Superiora me daba severa reprimenda ¡me ganó! Mirar cómo se agrandaba el charco bajo mis pies me provocó el primer ataque incontrolable de risa. Volví a reír a lágrima batiente a la mitad de la misa del solemne funeral de mi abuelo y aquella vez que el Querubín, rebanado accidentalmente su talón de Aquiles, saltaba por la recámara en un solo pie dejando en el piso un rastro de sangre.
Pues bien; la semana pasada al ver las imágenes de unos policías rescatando chiquitines del kínder “Alegría” atrapado en medio de una balacera allá en Tijuana; me volvió a dar la risa. En mi familia están convencidos de que soy una sádica, pero yo he descubierto que en mí, la risa incontrolable cumple el propósito de amortiguar el miedo y la tensión. Nunca he creído en la violencia como solución de nada y de pronto, sentirme en medio de una absurda y costosísima guerra contra el narco, con su cotidiano saldo de torturados, destazados o decapitados; me arrincona en un miedo atroz, y en la impotencia, mis ataques de risa se hacen cada vez más frecuentes.
Desgraciadamente cuando intento ponerme seria me entero de que ante la imposibilidad de destinar recursos adicionales -que de momento destinamos a combatir una delincuencia cada vez más osada y dispuesta a defender sus “derechos” aunque éstos sean bien chuecos- diputados y senadores estudian un mecanismo para aplazar la reforma constitucional que establece que a partir de 2008 son obligatorios tres años de kínder para todos los niños del país. ¡O sea!
Qué risa, todos lloramos. Y ahí es donde entra en acción mi economía cebollera y se me ocurre que si en todos estos años lo único que hemos conseguido manteniendo las drogas en la ilegalidad es fortalecer el narcotráfico; ha llegado el momento de intentarlo por otros medios como por ejemplo, promover la salud apostando a la educación como lo hicieron en su momento los finlandeses quienes en 1990 en medio de una gravísima recesión, su Gobierno decidió apostar todo a la educación, investigación y tecnología. Sólo faltaba el dinero, pero aprovechando el providencial hundimiento de la Unión Soviética que los obligaba a mantener muy alto el presupuesto de defensa; al debilitarse la amenaza rusa pudieron transferir esos fondos a colegios y universidades con lo que en menos de diez años, consiguieron formar a los estudiantes mejor calificados del mundo; y hacer de su país el primero en índices de bienestar.
El Gobierno apoyó a las empresas a adaptarse a la era tecnológica y el caso más llamativo es el de Nokia que de ser un pueblito donde se fabricaban botas de hule, pasaron a fabricar televisores, de ahí saltaron a la telefonía celular y de ahí a liderar el mercado mundial de las telecomunicaciones. Muchos pensarán que los mexicanos no tenemos por qué medirnos con gente de tan diferente genética. Yo pienso lo mismo, creo que podemos ser mejores. Sólo tenemos que modificar nuestras circunstancias. Nada me quita de mi dura cabezota que una sólida educación puede muy bien conseguir ciudadanos responsables de su propia salud sin que el Gobierno tenga que invertir recursos que urgen en otras áreas, para protegerlos de la drogadicción, el alcoholismo o el humo del cigarro. Y como detesto a los predicadores déjenme que para terminar esta nota, les cuente las intenciones de año nuevo de un amigo que quiere abandonar el cigarro: ha prometido no fumar mientras duerme y no encender dos cigarrillos a la vez.