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El Síndrome de Esquilo

Vicente Alfonso

Diez de mayo

Hace un par de años, se publicó en el suplemento Siglo Nuevo de este mismo diario, un texto que considero la mejor tarjeta de diez de mayo. Por eso le he pedido permiso a su autor, un tal Lucas Gavilán, para reproducirlo. En esa ocasión se imprimió con una breve nota de la señora Olga de Juambelz y Horcasitas: “Cuando una palabra altisonante se usa con la verdad que está usada aquí, es válida”. El texto del señor Gavilán dice así:

Aunque citaré a personajes tan diversos y reconocidos como Octavio Paz y Sigmund Freud, este pequeño texto no debe ser tomado como un intento de divulgación científica, un ensayo antropológico ni mucho menos. Se trata mas bien de un homenaje a toda aquella mujer que ha pasado ya (o está en esas) por los nueve meses, poco más o menos, tras los que adquiere el merecido apelativo de Mamá. Es, al mismo tiempo, una mínima reflexión, más que oportuna en este día, sobre la frecuencia con que evocamos a nuestras santas madrecitas y a las de nuestro prójimo en nuestras expresiones del lenguaje cotidiano. Tal vez haya usted oído hablar del complejo de Edipo. Es un término usado por los psicólogos que se refiere a aquella fase en que los niños, principalmente entre los tres y cinco años de edad, se ven envueltos en una mezcla de sentimientos intensos de amor y hostilidad hacia sus padres.

Sigmund Freud, psicólogo que nació hacia 1856, decía que los niños varones tienen deseos sexuales hacia su madre y en el caso de las niñas el deseo es hacia su padre. Estos deseos se ven envueltos, como hemos dicho, en una mezcla de amor y hostilidad que el niño debe resolver adecuadamente hacia los seis o siete años. Todos pasamos por esto, es un proceso natural, como enamorarse de la maestra en el jardín de niños. Pero ¿por qué se le llama complejo de Edipo? Porque, de alguna manera, esta situación ya estaba plasmada por el griego Sófocles en una de las más perfectas obras del teatro griego: Edipo Rey. Tengo aquí muy poco espacio para referirme con más profundidad a Edipo Rey, sólo diré que, en esta obra, Edipo se enamora de su propia madre, Yocasta. Por eso, siglos después, Freud bautizó su teoría como “complejo de Edipo”. Está bien, dirá usted ¿y qué tiene que ver todo eso con los mexicanos en específico?

Voy con mi hacha: Todos, alguna vez, aunque sea en el rincón mas oculto e inaccesible de nuestra conciencia, le hemos rayado su madre a alguien. No se alarme, ni me la miente. Es parte de lo mexicano, como los tacos o el tequila. El gran poeta Octavio Paz dice en el capítulo cuatro de El Laberinto de la Soledad: “En cierto sentido todos somos, por el sólo hecho de nacer de mujer, hijos de la chingada, hijos de Eva”.

Antes de eso, Paz nos ha hecho ya una aclaración: “¿Quién es la chingada? Ante todo es la madre, no una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad, como la llorona o la sufrida madre mexicana que festejamos el diez de mayo. La chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en el verbo que le da nombre. (...) La chingada es la madre abierta, violada o burlada por la fuerza”. Y prosigue definiendo, o más bien descifrando la identidad del mexicano a partir de su lenguaje: “La palabra chingar, con todas esas múltiples significaciones, define gran parte de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas. Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o ser chingado.”

Entonces tenemos que la peor maldición que puede proferirse contra alguien en México, no es, irónicamente, la que insulta a ese individuo en específico, sino la que le escupe en la cara que su madre ha sido ultrajada, tomada por la fuerza. O, lo que es peor, mandarnos a ultrajarla nosotros mismos. Quien nos la raya, nos remite, con un simple enunciado, al complejo de Edipo en un instante. Eso duele más que cualquier otra cosa. Como diríamos en la calle: eso ya calienta. Nomás con mi jefa no te metas, es la advertencia por excelencia, aún entre los amigos más entrañables. Tan introyectada tenemos ya la cultura de las mentadas, que el simple silbido nos recuerda a las palabras. Pregúntele usted a un árbitro de futbol cualquier domingo, a un taxista en el bulevar Revolución. Paquita la del Barrio, célebre cantante imprescindible en cualquier cantina, juega hábilmente a los rebotes con su tema Me saludas a la tuya. En el título de esta canción crea, por reflejo, a un mentador hipotético a quien le contesta con esa hábil frase y de paso le manda saludos a su santa madrecita, que no tiene la culpa de tener por hijo a una inmunda alimaña. Hábil silogismo popular. Más mexicano ni el mole, Paz tenía razón. Pero no deje usted que hoy sea esa la frase del día, mejor deje aquí deleer este soez artículo y aproveche este tiempo para ir hasta donde su madre y decirle franca y abiertamente: felicidades mamá.

Ayer, en la Ciudad de México, falleció Antonio Jáquez Enríquez: un magnífico periodista y un inmejorable ser humano. Un mexicano imprescindible que sin duda hará falta. Descanse en paz Antonio Jáquez.

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