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El Síndrome de Esquilo

Vicente Alfonso

Petróleo, poder y locura

La presentación de la iniciativa de Reforma Energética y la posterior toma de los recintos legislativos de San Lázaro y de Xicoténcatl han puesto sobre la mesa una discusión interesante por lo que revela. Se trata de un debate sobre el debate.

Gracias a las imágenes de diputados del Frente Amplio haciendo barricadas con curules, a las indignadas declaraciones de tono blanquiazul y a los silbatazos de un PRI que se ha convertido en juez y parte del trabajo legislativo, en realidad muy poco hemos podido enterarnos acerca de los contenidos de la iniciativa. Todo se les ha ido en debatir sobre el debate: que si cuánto tiempo conviene destinar al análisis y a la discusión, que si los días son naturales o laborales, que si es una iniciativa descafeinada, que si el proyecto involucra capitales de riesgo. El asunto es que la charla aún no comienza y ya tiene cada quién sus conclusiones, algo así como anunciar el marcador antes de que el partido arranque. Esto revela, de uno y otro lado, una profunda incapacidad para el diálogo.

“Por muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser gobernador, pues hay por ahí ciento que apenas saben leer y gobiernan como unos girifaltes; el toque está en que tengan buena intención y deseen acertar en todo, que nunca faltará quien les aconseje”, dice Don Quijote a Sancho Panza frente a la posibilidad de que el escudero sea nombrado gobernante.

Han pasado cuatrocientos tres años desde que apareció la novela fundamental escrita por Miguel de Cervantes. Las sociedades han cambiado mucho y algunas ideas de don Quijote se han vuelto obsoletas: ya no consideramos que el poder de las autoridades proviene de Dios, en lugar de ello las elegimos en votaciones libres. Tampoco es suficiente que los gobernantes “tengan buena intención y deseen acertar en todo”: ahora se les exigen resultados, cuentas claras, eficiencia, honestidad. Y si algunas ideas de don Quijote ya no operan, otras siguen tan frescas como si Cervantes las hubiera escrito ayer. Por desgracia, parece que muy pocos diputados, senadores y funcionarios públicos han leído la novela. Pero, como se verá más adelante, tampoco esto es extraño.

La posibilidad de gobernar es el motor que mueve a Sancho a acompañar a don Quijote en sus aventuras. El Caballero de la triste figura le ha prometido ponerlo al mando del primer reino que conquisten. Y Sancho, cegado por las promesas de poder, se enfrenta a peligros innecesarios y se vuelve cómplice en las locuras de su patrón. Quien lee las aventuras de Sancho y don Quijote piensa que el escudero jamás logrará su propósito: los dos caen en tantos disparates que parece imposible que puedan conquistar un reino. Sin embargo, en el capítulo XLII de la segunda parte Sancho está a punto de partir a gobernar su codiciada ínsula, un lugar llamado Barataria. En México ya es cosa de todos los días escuchar disparates en boca de nuestros gobernantes. Y si don Quijote llena a Sancho de consejos para gobernar con tino, quizá valga la pena recordar algunas de estas recomendaciones:

“Lo segundo ÿdice don Quijoteÿ es poner los ojos en quién eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse”. Pareciera que don Quijote está consciente de que hay locuras más graves que la suya, y que éstas suelen ser consecuencia de un empacho de poder. Qué le vamos a hacer, no se pueden pedir peras al olmo. Un ignorante con poder es más peligroso que un loco. Y hoy, como hace cuatrocientos años, es frecuente que haya quienes cambian radicalmente cuando acceden a altos cargos de gobierno.

Hay en ese capítulo XLII otras ideas que don Quijote comparte con Sancho para vivir “en paz y con el beneplácito de las gentes”. Parece decirle que debe gobernar sin intereses de grupo, con una actitud ajena a revanchismos: “cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso”. Pero además le advierte que es necesario que no lo “ciegue la pasión propia en la causa ajena; que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito”.

Nuestro México no es la ínsula Barataria, ni nuestras autoridades lo son por decreto de algún noble. Ojalá ahora, que parece vislumbrarse la oportunidad de un diálogo nacional, todos estén conscientes de que los yerros son a costa del poco crédito que les queda.

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