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El reloj de cuerda

Gilberto Serna

Cada año que termina es un año menos en la existencia de las personas, que estamos sujetas a terminar nuestros días en un abrir y cerrar de ojos. El tiempo es un verdugo implacable que se nos va más rápido que agua de un arroyo entre los dedos. Las hojas de un almanaque que tenemos colgado de un clavo en la pared tiene los días, las semanas y los meses impresos, menos los años que no nos damos cuenta se van hasta que lo renovamos poniendo un calendario nuevo. El tiempo nos aleja de la cuna donde nacemos para conducirnos al más allá en un santiamén. Si nos quedamos viendo el segundero de un reloj antiguo o escuchamos latir su corazón pegando el oído a su tapa, como el hombre de lata, en el cuento El Mago de Oz, que careciendo de ese órgano vital, acompañando, en la película filmada en 1939, a la juvenil Judy Garland, un espanta-pájaros, relleno de paja, además de un tímido león, los que después de grandes vicisitudes logran llegar con el ilusionista que remedia la falta agregándole un reloj al pecho metálico, donde los segundos transcurren con una rapidez asombrosa, oyéndose el peculiar tic tac de su mecanismo. Al igual que el reloj de muelle espiral al que necesita para caminar de que se le dé cuerda, a los humanos se nos acaba la cuerda el día menos pensado.

Al año que se va lo visualizamos con un reloj de arena en la mano, una larga túnica en el cuerpo, las huellas en la cara de una vejez que se enmarca en barba y cabellos blancos. Lo característico es la llegada de un niño que trae sobre su pecho una banda con el año que entra lleno de ilusiones. El año viejo que termina y el infante, hacen renacer la esperanza de una vida mejor. Lo acompañan nereidas a las que hemos bautizado como primavera, verano, otoño e invierno. La verdad es que los entendidos dicen que el tiempo no existe, que por comodidad lo hemos inventado los humanos. Así hemos dividido el día en 24 horas que es el tiempo en que tarda la Tierra en girar sobre su propio eje. En un mes que es la traslación en el firmamento del satélite lunar para completar una vuelta a la Tierra. En un año, que es el intervalo de tiempo que tarda la Tierra en completar una traslación alrededor del Sol, está constituido por un periodo de 12 meses. Si contamos como el año uno el del nacimiento de Cristo Jesús a partir del cual a la fecha, en la era cristiana, han transcurrido dos mil más siete años.

La gente tuvo su reunión la noche de ayer que fue el último día del mes de diciembre y por tanto del año. A las doce de la noche arribó el Año Nuevo que el mundo recibió con natural alegría y gritos de bienvenida, celebrando que hemos sobrevivido un año más. No sé cuando se impuso la moda de balear la atmósfera lanzando un proyectil de plomo hacia las alturas, pero como todo lo que sube, dice Isaac Newton (1642-1727), debe bajar; más nos vale estar a cubierto pues en este día la mala suerte puede que, al igual que el TLC, nos dé en la crisma con resultados indeseables. Las autoridades advierten a los ciudadanos que se abstengan de disparar al aire, sin embargo pocos atienden la recomendación. Es una tentación irresistible salir al patio interior de la casa a jalar el gatillo lanzando tiros al viento. En fin, afirmaba Albert Einstein (1879-1955), usted los reconocerá por la larga melena alborotada, distintiva del sabio, que teóricamente es posible viajar en el tiempo. Hasta ahora no se sabe que alguien lo haya hecho, salvo en películas y novelas. El novelista ingles H.G. Wells (1866-1946) narra lo sucedido en una aventura utópica, que tituló La máquina del Tiempo. Me pregunto ¿si hubiera la posibilidad de hacerlo? ¿Si pudiéramos viajar al pasado? ¿qué cambiaríamos? o ¿al futuro? ¿que medidas tomaríamos para no caer en errores, una vez regresado al tiempo presente, sabiendo lo que el mañana nos depara?

¿Cuántos habrán devorado las doce uvas? ¿asegurarían alegría y bienestar? ¿La ropa interior de color rojo habrá adornado el cuerpo de los mexicanos? ¿conseguirán así dinero y dicha? ¿Qué promesas hicimos para este nuevo año? -que, no dudo ni tantito, se olvidarán en unas cuantas semanas-. ¿Apegarnos a una dieta estricta dejando de comer sabrosos antojitos grasosos? ¿Juraremos no volver a beber alcohol? ¿Seguiremos llenando nuestros pulmones de humo? -hasta que el enfisema o un tumor canceroso se vuelvan nuestros acompañantes-. En fin, los recuerdos no nos dejarán, tantos seres queridos que se han adelantado, tantos amigos y familiares que ya no están. No quiero ser aguafiestas pero no resisto el decir que seguiremos siendo los mismos año tras año mientras sigamos conservando el egoísmo que no somos capaces de apartar de nuestros espíritus. El aumento anunciado en gasolina, acero, transporte, cemento y en los impuestos, que no empañe mi deseo para Usted de un feliz y próspero Año Nuevo.

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