Lo que leerá el lector en las líneas que siguen adelante, es una serie de conjeturas que se hacen a partir del hecho sabido de que quien fuera presidente de Irak tenía varios dobles con un parecido extraordinario, entrenados para hablar y moverse, igual que Saddam Hussein. No había ninguna diferencia con el original y se podría decir que era tal la semejanza que su propia madre no sabría cuál era uno o cuál el otro. En su momento, la prensa internacional dio cuenta de la existencia de los duplicados que tenían como fin el de representarlo cuando fuera necesario. Al caer Bagdad todos nos hacíamos cruces de dónde estaría el dictador, el Ejército estadounidense no halló el menor rastro que los condujera a su paradero. Se especuló en un principio que se habría refugiado en algún país cercano. De pronto la noticia llegó a las redacciones de los periódicos del mundo: había sido encontrado sucio, zarrapastroso, en el patio trasero de una granja donde había una oquedad en cuyo interior se encontraba oculto. Cuando los soldados de las Fuerzas invasoras preguntaron quién estaba dentro, salió un hombre desaliñado con el pelo enmarañado, las barbas crecidas, el rostro demacrado, diciendo que era el que buscaban, por lo que no dudaron que se trataba de la persona que reconocía ser Hussein. En ese tiempo y ahora mismo, aún no logro hacerme a la idea de que el más poderoso dictador se hallara viviendo solo, sin guardias, enclaustrado en lo que mucho semejaba una tumba. Ingenuamente se entregó sin siquiera resistir un poco. No vendió cara su vida como era de esperarse a quien se atribuye la muerte de cientos de ciudadanos. Con el dinero proveniente del petróleo hubiera podido ir al lugar más apartado de la Tierra. No, en vez de eso, mansamente se dejó conducir al patíbulo sin que su propalado fiereza diera lugar a un último forcejeo. El que un pariente delató dónde se había refugiado, es la versión más jalada de los cabellos que pudieron inventar. Lo que creo es que se tenía la intención de que fuera localizado el impostor para que al verdadero Hussein se fuera vivito y coleando a algún destino donde estaría a salvo. La Policía militar dejaría de perseguirlo a partir de que se creyó que estaba preso. Ésa era la idea. Todo estaba fríamente calculado. Su arribo al lugar en que sería ejecutado llegó un Saddam tranquilo sin temor a enfrentar a la muerte, más bien daba la impresión de que aquello no le asustaba. Eran las primeras horas de la mañana. Se escuchó el canto de un gallo cerca de ahí, lo que delató que era fuera de la ciudad, en algún villorrio, donde iba a realizarse el ahorcamiento. Varios sujetos, cubiertos la cabeza con pasamontañas, le ofrecieron una capucha que desdeñó con un leve movimiento de su rostro que lucía calmado, casi casi dando la impresión de que no estaba ahí para ser ejecutado sino para pasar revista a sus Fuerzas Amadas en un vistoso desfile. En el video que se dice fue tomado con una cámara que traen añadida los modernos teléfonos celulares, conservó el gesto de arrogancia, aunque más bien parecía sedado, cuando súbitamente desapareció al ser abierta la trampilla sobre la que se paraba. Previamente le habían colocado una soga que nada tenía que ver con las condecoraciones que países interesados le ceñían en su cuello. Era un hombre poderoso en un país que descansaba en ricos mantos petrolíferos que por siempre han sido apetecidos por Occidente. Hemos contemplado cómo mujeres y hombres son capaces de sucumbir en coches bomba o llevando en sus ropas el artefacto explosivo, ¿por qué no tener el honor de morir fingiendo ser Saddam? No sería ser la primera vez que en una celda es sustituido uno de los reos. Con una buena paga ¿cuántos reclusos falsos no cumplen una condena en las cárceles, haciéndose pasar por el verdadero que disfruta de su libertad gracias a esa estratagema? El dinero hace milagros, el fanatismo también. No olvidar que hay muchos seguidores que idolatran a Hussein, con el mismo fervor con el que odian a las Fuerzas invasoras. Bastaría citar a Paco Ignacio Taibo II, para darnos cuenta que esto de cambiar un preso por otro se hace desde tiempo atrás. En su reciente libro Pancho Villa, una biografía narrativa, describe cómo al ingenioso Villa, preocupado de la situación de su hermano Antonio, que había sido llevado de leva, meses antes, dándolo de alta en el Ejército, por culpa de los caciques de Durango, se le ocurrió para liberarlo que lo cambiaran por otro. Es de suponerse que lo logró. ¿Qué de raro sería que los partidarios de Hussein hubieran urdido, con gran picardía, simular que el líder iraquí acosado como de hallaba, se escondería en un refugio subterráneo? Lo que lleva a pensar que la cereza del pastel, era que lo delatara un pariente. Esto que parece una película de suspenso dirigida por Alfred Hitchcock, tiene un final sorpresivo. En medio de un jardín nevado, en una casita campestre, cerca de Camp David, toma café alguien que, después de varias cirugías, guarda un lejano parecido con Saddam Hussein, lo acompaña un antiguo socio, con su esposa Bárbara. Ficción o realidad. ¿Cuál sería la diferencia?