Bien merecería Piedras Negras, Coahuila, el título de ciudad heroica. Por su historia ya es una ciudad prócera, además constituye un paradigma de dignidad urbana, de población ordenada y bella.
La sociedad de Piedras Negras se ha destacado, en la longitud de la frontera mexicana con Estados Unidos, por haber conservado, a título de orgullo comunitario, los valores éticos esenciales que otras poblaciones fronterizas sacrificaron por la tentación de un falso “boom” económico impulsado por los negocios del vicio, por la imitación de costumbres de la sociedad y cultura estadounidense y la indiferencia de pasadas autoridades ante la intrusión de las organizaciones criminales.
Hace tiempo que no viajo a Piedras Negras. La conocí en 1950, hace casi sesenta años: fui enviado por Heraldo del Norte para hacer un reportaje sobre la ciudades fronterizas. Piedras Negras era pequeña todavía, pero la traza de sus vialidades urbanas seguía el estilo de las poblaciones estadounidenses: rectas, amplias y dotadas con más o menos eficientes servicios públicos.
El Centro Histórico prevalecía con cierto añejo savoir faire: tenía inmuebles de dos y tres pisos y destacaban los edificios de la Presidencia Municipal, la Aduana, el Correo y el Telégrafo; todos poseían la característica severidad de los edificios públicos del porfirismo. La última vez que visité a esa ciudad fue en 1999. Ya habían transcurrido 45 años de la terrible inundación del 28 de junio de 1954, de la cual Piedras Negras se recuperó al paso del tiempo después de haber rescatado a los pobladores de los daños recibidos.
Piedras Negras ha sido víctima frecuente de la madre naturaleza. Su ubicación en la línea divisoria con Texas la convierte en víctima inevitable de los altibajos climáticos que con frecuencia agobian a los habitantes del semidesierto norteño: veranos intensos, duras épocas de secano y apretados aguaceros acompañados de granizo, vientos huracanados con violentas tolvaneras que literalmente aterran a las comunidades. De noviembre en adelante los inviernos son duros y prolongados: intenso frío a causa del hielo prieto o candelilladas, cierzo riguroso, las nevadas abundantes, el dicho granizo o la pertinaz aguanieve. Aquel 28 de junio de1954 que les cuento, muchos habitantes de Piedras Negras sufrieron por la crecida y posterior salida de madre del caudaloso Río Bravo.
Igual que ahora, entonces nadie se sentó a llorar y a lamentar las pérdidas: apenas salvado todo lo que era posible, sobrevino la reconstrucción. Los habitantes se unieron a las autoridades y al Ejército y entre todos pronto reivindicaron lo perdido en la catástrofe. Qué mejor homenaje podían haber recibido los adultos, jóvenes e inocentes que perdieron la vida en el siniestro.
Hace tres años, en Villa de Fuente, la naturaleza volvió a acrecer el agua de los ríos en la cercanía de Piedras Negras. La recoleta localidad nigropetense sufrió la inundación con pérdida de vidas, personas desaparecidas, otras lesionadas gravemente, en tanto que los hogares y pequeños negocios fueron destrozados. Muchos automóviles volaron por el viento y se impactaron contra las casas los árboles y el suelo. Poco tiempo después, aunque con menor intensidad, se repetiría puntualmente, pero con menos intensidad. Y recién ahora, el pasado lunes 23 apareció del Norte un tornado sobre la ciudad fronteriza: fenómeno metereológico mayúsculo que actuó con despiadada y violenta fuerza eólica y pluvial, sólo conocida por medio de las ficciones del cinematógrafo.
Muchos y cuantiosos daños han sufrido, nuevamente, las gentes de Piedras Negras. El tornado había barrido horas antes con la vecina ciudad de Eagle Pass, dio la vuelta y regresó por el lado mexicano a pegarle duro a Piedras Negras y a su hermosa Villa de Fuente. De inmediato llegó el gobernador Moreira Valdés a encabezar el operativo de salvamento, una vez convocadas por la emergencia todas las instituciones responsables de la seguridad civil: en lo posible había que salvar vidas, bienes e inmuebles. El tornado afectó a cerca de 20 mil habitantes, a sus viviendas, a sus vehículos, menajes de casas y despensas. Ocupadas en la rehabilitación de la zona están ahora las autoridades estatales y municipales, el Ejército, las policías y los cuerpos de bomberos de la región. En estos casos es cuando se hace patente la solidaridad comunitaria y la responsabilidad de los gobiernos.
Todos podemos ayudar desde donde estemos: las necesidades son muchas y deben ser solventadas. Una aportación económica, botellitas o garrafones de agua potable, alimentos, cobijas, cobertores, ropa de niño, joven y adulto, de mujer o de hombre, dinero que será bien empleado, etcétera. Cáritas y la Cruz Roja reciben todo. Hagamos una cadena de solidaridad desde todos los municipios coahuilenses. Piedras Negras nos necesita. Seamos generosos.