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¡Noooo! ¡Que mi personaje no lo interprete Eugenio Derbez!

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Una de las cuestiones más peliagudas en el mundo del cine es lo que se llama casting. Esto es, el seleccionar qué actor hará qué papel, de acuerdo a los requerimientos de guión, director, productor y hasta distribuidora. Y es que poner al hombre adecuado en el rol adecuado puede significar la diferencia entre un exitazo con ganancias astronómicas o un fracaso total de taquilla... y de crítica, aunque eso no parece importar tanto.

Ejemplos de buen casting y lo que se da en llamar misscasting (metida de pata en la selección) hay por montones. Quien escogió a Sean Connery para hacerla de Bond, James Bond, quedó como un genio. El botarate que para reemplazar a Connery seleccionó a George Lazenby (quien tenía el carisma de una torta de aguacate de hace una semana), ha de haber sido despedido de manera fulminante. Hay actores que parecen haber nacido para el papel y otros que sencillamente no tienen nada qué andar haciendo interpretando ciertos personajes. Como existen quienes no se salen del mismo cartabón y nadie les pide nada más. John Wayne era un vaquerote hasta cuando la hacía de coronel de la Segunda Guerra. ¿Y quién puede tomar en serio a Mike Myers? ¿Alguien ha visto sonreír jamás a Clint Eastwood?

Pues bien, el escándalo hollywoodense más reciente (aparte de las papalinas de Lindsay Lohan) es la reacción de ciertos sectores de la sociedad alemana al casting de una película que, a pesar del tiempo transcurrido desde el hecho que le da origen, toca una fibra muy sensible de la conciencia germana. El filme se trata del atentado realizado por un grupo de conspiradores, civiles y militares, en contra de la vida de Hitler, el 20 de julio de 1944. El problema es que el héroe de la película será interpretado por Tom Cruise.

Vamos por partes. La intentona del 20 de julio tiene un significado especial para amplios sectores del pueblo alemán, por una razón muy sencilla: que es la evidencia y el símbolo más poderoso de que no toda la sociedad de aquellos días se hallaba conforme con lo que estaba ocurriendo. Que había gente decente, honesta, que deseaba detener aquella locura y que llegó al extremo de tratar de matar al perro para acabar con la rabia. Que no todos eran nazis, pues. Y con la cargota de conciencia que se cargan por allá (porque el sistema educativo se encarga de eso), el que alguien se la jugara intentando matar al Führer es un aliviane.

Situémonos en Alemania, 1944. En un país descompuesto y en una época ambigua, llena de atrocidades (pero en la que muchos murieron creyendo sinceramente que lo hacían por la Patria), el ejecutor del atentado es una de las pocas figuras nobles en el imaginario popular: el coronel Claus Schenk Graf von Stauffenberg. Descendiente de la más rancia nobleza bávara, católico practicante y convencido, amoroso padre de familia y mutilado en combate (aparte de guapo, según apreciación de mi mujer a partir de una foto), este hombre se aventó el trompo a la uña de poner una bomba en las cercanías de Hitler para asesinarlo. Sabiendo cuál era su destino (y el de su familia) en caso de fallar, sin duda Stauffenberg tenía los destos de considerable tamaño, lo que sea de cada quien. Con todas esas virtudes y conociendo su triste destino, sin duda constituye un personaje romántico perfecto. Y de la vida real, además.

Lo que causó indignación en teutonas tierras fue que, en la nueva versión hollywoodense (conozco al menos otras dos anteriores, alemanas), el personaje de Stauffenberg va a ser interpretado por Tom Cruise. De hecho, el hijo mayor de Stauffenberg ya dijo que mejor haría el actor en no meterse con la figura de su padre. Palabras duras, provenientes no sólo de un familiar, sino de un general de la Bundeswher, el ejército federal alemán, sucesor democrático de la Wehrmacht.

¿Cuál es el problema? ¿La gente no quiere que su héroe sea interpretado por un tipo tan imbécil que corrió a patadas de su cama a Nicole Kidman? ¿O temen que la imagen de un hombre valiente sea demeritada por alguien que en red nacional salta sobre sillones como puberto lleno de hormonas, para demostrar su amor por su nuevo ídem, Katie Holmes? ¿Temen que, sabiendo como se las gasta Hollywood, el atentado lo realice Maverick, el personaje de “Top Gun” (1986), bombardeando desde un F-16?

No, el problema para muchos es la dedicación de Cruise a la Iglesia de la Cientología o como se le da en llamar, la dianética: el movimiento, culto, secta, religión, terapia o vaya uno a saber qué, fundado por L. Ron Hubbard.

La dianética ha estado rodeada de controversia desde hace mucho, mucho tiempo. Si es un culto esotérico anticristiano; si es una forma de desvalijar incautos; si es una terapia que beneficia a la gente, usted oirá muy diversas versiones al respecto, tanto en Estados Unidos como en México. Lo que sí es que en Europa la Cientología tiene muy mal cartel. Tanto así, que hay países donde existen grupos de presión para prohibir su difusión, con el alegato de que se trata de una secta intolerante y autoritaria.

Y por ese lado va la andanada en contra de Cruise, uno de los más conspicuos y vocales defensores de la Cientología: ¿Cómo va a interpretar a un héroe de la libertad el miembro de una secta que coquetea con el autoritarismo, que del secreto hace una de sus bases, de la que se cree usa el lavado de cerebro? Por ahí va la queja.

Por supuesto, se puede alegar que éste es uno de esos casos en que la ficción y la realidad se confunden. Y es que Cruise no es Stauffenberg (ni es Jerry Maguire ni es Ethan Hunt ni es el último ni el antepenúltimo samurai). Siguiendo esta línea de pensamiento, el actor (su vida personal, su ideología, sus caprichos y perversiones) no tienen nada que ver con el personaje de la pantalla y no debería mezclarse una cosa con la otra.

Por otro lado, la gente recibe buena parte de su información por este tipo de medios. El cómo la procesa puede resultar en una carambola de muchas bandas. Y es que para muchos, esa línea entre lo real y lo ficticio es más bien tenue. Y cuando tiende a desvanecerse, la comprensión de lo real se puede tornar verdaderamente calamitosa. Como que sí está para pensarse.

En todo caso, los chaparros del mundo (Cruise mide sólo 5 cms. más que un servidor) le seguiremos echando porras... pero en la pantalla.

Consejo no pedido para que le den el papel de Ulises Ruiz en la película “Pesadilla en la Guelaguetza del Infierno 2”: vea “Operación Valkiria” (Operation Walküre, 1971) y Stauffenberg (Stauffenberg, 2004). Ambas son pesadonas, pero interesantes. Provecho.

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