¿Quiénes vivían en esta región, de dónde vinieron? Nuestro historiador ingeniero Alfonso Porfirio Hernández, basándose fundamentalmente en el Archivo General de la Nación y en los escritos que dejaron los jesuitas, nos dice que “en la última década del siglo XVI cuando llegaron los jesuitas a realizar la conquista del desierto lagunero los españoles tiempo atrás habían sentado sus reales en la Región de Cuencamé, donde tenían ranchos ganaderos”.
En cuanto a los naturales, nos dice que los tobosos habitaban en Mapimí y recorrían el bolsón del mismo nombre. Esta tribu se caracterizó por ser nómada, muy belicosa y cruel; constantemente atacaba a las tribus del valle, con las que tenía gran rivalidad.
Los tobosos no tenían religión, poseían creencias, eran supersticiosos, hablaban el toboso, andaban desnudos, eran grandes cazadores con el arco y la honda, muy golosos para la carne, les gustaba el baile (mitote), en general tenían las mismas costumbres que los irritilas, distinguiéndose por ser belicosos, crueles y de mal natural, matadores y robadores.
Fue una tribu muy numerosa y en su forma de vida y costumbres tuvieron gran influencia de los tepehuanes, como sucedió con las demás tribus. Los padres trabajaron mucho con el fin de domeñarlos y catequizándolos… En 1651 el padre José Pasquel expresa: “En este tiempo le vino orden del gobernador para que entrase con la gente que se había levantado de guerra así españoles como indios al castigo de los tobosos capa única de todos lo males que han hecho por tantos años “El tres de septiembre de 1669, el capitán general del Reino de Nueva Vizcaya dirigió una carta a Jon Joan Antonio de sarria, alcalde mayor de la Provincia de Saltillo y Valle de Parras, donde le comunica que el padre Acosta logró poner en paz a los principales capitanes de la nación tobosa. “Que hoy los ha transformado el santo en mansos corderos y viven sentados en paz habrá dos años”.
De los irritilas, Santos Valdés habla de que estaban asentados en un sitio llamado Ximulcox (el actual Jimulco) que equivale a viento fuerte; sin embargo, los padres los sitúan diseminados por los actuales municipios de Gómez Palacio, Torreón y Parras, esta tribu y los tobosos fueron los más nombrados de los que habitaron La Laguna; hablaban irritila y algo de mexicano, eran nómadas, andaban desnudos, no tenían religión, eran supersticiosos, poseían creencias; los gustaba el baile (mitote); eran grandes cazadores con la honda y la flecha, les gustaba comer carne; no eran antropófagos, comían carne de venado, de pato, de liebre, pescado, así como productos vegetales; eran polígamos, la mujer cuando se cansaba de vivir con un hombre se iba con otro; sentían gran respeto por las cabezas de venado, le lloraban y lanzaban lamentos a los muertos; mataban a sus hijos por superstición; en caso de una epidemia, mataban al primero que se enfermaba; cuando la mujer daba a luz, el hombre era el que guardaba cama y dieta durante veinte días.
De los mexues y ocoles sólo se sabe que la misión de San Pedro se fundó con estas tribus que habitaban la región.
Los zacatecos eran vecinos de los laguneros, desde Parras hasta cerca de Durango. Hablaban el zacateco, vivían en comunidad formando pequeños clanes; la mujer vestía una faldilla de cuero hasta la rodilla, el hombre se cubría el frente, usaban vendas en la frente; se tatuaban y pintaban su cuerpo; reverenciaban al sol y creían que todos sus males se los ocasionaban las estrellas; en el río y en las lagunas creían que habitaba un genio al que llamaban Chan, el que surgía de las aguas en forma medio hombre y medio animal.
No tuvieron mayor influencia sobre los pobladores de la Región de las Lagunas.
Los tepehuanes: esta tribu fue muy numerosa y estaba diseminada en toda la Provincia de Nueva Vizcaya. Hablaban el tepehuano, eran idólatras, supersticiosos, vivían en comunidad, vestían ropa de lana y algodón. Sus sepulturas eran redondas y enterraban a sus difuntos sentados y les ponían sus arcos, flechas, cuernos y tecomates (vasijas redondas) y alguna comida.
Lenguas: la mayor parte de los indios que habitaban esta gran región, tenía un tronco común, puesto que entendían y “champurraban” el mexicano, “ello facilitó que el evangelio tuviese más fácil entrada en tierras donde tantas lenguas hay y tan varias y diferentes unas de otras”.
Al ingeniero Hernández envío un respetuoso y fraternal saludo. No me cansaré de agradecerle como lagunera todo su esfuerzo en el rescate de nuestra historia.