“Mi mamá me ama” “Mi mamá me mima”. Con frases sencillas como éstas me enseñaron a leer, pero también me iniciaron en la frustración, porque alguna vez sí, pero muchas no me mimaba ni me amaba mi mamá; quien incapaz de imaginar un destino diferente al matrimonio y la maternidad, joven, inmadura y sabrá Dios con qué sueños rotos, pasiva, dependiente y más hija que esposa de papá; por aquello de que nadie puede dar lo que no tiene, mamá careció de recursos para ser amorosa.
Frustrada y rabiosa canalizó su tiempo y su energía en resistir la autoridad indiscutible de papá, sus descalificaciones y sus infidelidades, pero aprendió a capitalizar sus lágrimas que con el tiempo le dieron el título de mujer abnegada, sufrida y casi santa. Pasados los años he podido darme cuenta que ni mamá era una santa ni papá un cavernícola, sino dos seres humanos que sobrevivieron a sus circunstancias del mejor modo posible. Las madres de carne y hueso… y un pedazo de pescuezo, somos quienes somos y no quienes deberíamos ser de acuerdo al papel que la historia nos ha asignado.
Además, no todas las mujeres por el hecho de serlo, tenemos la vocación o estamos en circunstancias propicias para ser madres. Y sin embargo, lo somos.
“Mi corazón me dice que mi hijo se va a salvar”. Confiaba mi amiga Paule al realizar los engorrosos trámites que por ser madre soltera y francesa, le impuso el Gobierno Mexicano antes de entregarle en adopción a un niño que en pésimo estado de salud y con los ojitos purulentos, había sido encontrado en un basurero de la Delegación Benito Juárez. Hoy, Arturo –como lo bautizó mi amiga en el mismo Hospital Infantil donde hubo de internarlo al recibirlo- es un guapo adolescente que crece en la seguridad y el amor de su madre.
He aquí una mujer con corazón maternal. En cambio, la extraordinaria escritora Margarita Yourcenar publicó cartas exhortando a las mujeres a no tener hijos porque según ella, ya había demasiada gente en el mundo. Creo también que Sor Juana hubiera resistido muy mal que el llanto de uno o dos chiquillos interrumpieran su intenso ritmo de creación y lectura.
Benditas las madres pacientes, generosas y acogedoras. Benditas las madres graciosas y amabilísimas; capaces de todo sacrificio por sus hijos. Por mí que las pongan en un altar. Pero benditas también aquellas que sin estar a la altura de las altísimas expectativas que la sociedad ha depositado en ellas, consiguen al menos estar a la altura de sí mismas -cosa que ya de por sí entraña un alto grado de dificultad- y sin renunciar a sus propios sueños logran sacar a sus hijos adelante para que llegado el momento, sin exigencias ni manipulaciones, sin cobro de cuentas atrasadas –por ti me aguanté, me sacrifiqué, no me compré, nunca me atreví…- puedan echarlos a volar libremente hacia la vida.
Creo que ya va siendo tiempo de terminar con la sacralización de la maternidad. El prodigio de la vida sólo corresponde a Dios, nosotras sólo somos el conducto y muchas veces aún en contra de nuestra propia voluntad. Aún ahora que es posible planificar la familia, el nacimiento de los hijos con sus inevitables exigencias a la madre tiene lugar por lo general cuando las mujeres empezamos a enfilar hacia la vida y los adorables chiquillos llegan para adueñarse del tiempo que necesitamos para sentar las bases de nuestro propio futuro.
Debe ser por eso que muchas veces las madres no tenemos tiempo de amar y mimar a nuestros niños. A partir del nacimiento de un niño, nada nunca volverá a ser lo mismo para la madre. Debe ser por eso que rebasadas y nerviosas, no estamos tan de buen humor ni encontramos el tiempo para amar y mimar a nuestros niños.
Vaya un abrazo en su día para las madres amorosas y también para las que no lo son tanto.