Los partidos políticos que en la historia humana han detentado el poder durante más tiempo de manera continua han sido: el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), de la URSS; y el Partido Revolucionario Institucional (PRI), de México. Ambos duraron alrededor de 71 años gobernando (bueno… es un decir) sus respectivos países. Les siguen, aunque todavía de lejecitos, dos dictaduras familiares: la de la familia Kim, en Corea del Norte; y la de los hermanitos Castro, en Cuba.
Kim Il Sung y Kim Jong Il han hecho y deshecho (más bien lo último) a su antojo en la mitad norte de la península coreana desde 1949. Nomás para que se den un quemón, y como ejemplo perfecto del surrealismo socialista, constitucionalmente Kim Il Sung sigue siendo Presidente Vitalicio, aunque murió en 1994. Por su parte, los Castro Ruz han despachado los asuntos de la isla bella desde 1959. Apenas van a cumplir cincuenta años de tiranizar a un pueblo que ya se hartó de proclamas y discursos, y quisiera ver realidades y algo de prosperidad.
Ah, cabe hacer notar que los actuales campeones en la categoría de aferramiento al hueso se dicen cabezas de democracias populares, constructoras del socialismo y vanguardia del proletariado mundial. El que quiera seguir comulgando con semejantes piedras de molino, que con su pan se lo coma. La terca realidad se encarga de advertirnos qué ocurre con quienes se perpetúan en el poder: indefectiblemente se corrompen y arrastran a sus pueblos a la inercia, la parálisis y el estancamiento. No hay organización humana que siga funcionando sanamente teniendo el mismo liderazgo más de quince o veinte años. Se llame Gobierno, empresa o universidad, no hay vuelta de hoja: la ley de la naturaleza clama por el relevo, los viejos deben ser sustituidos por los jóvenes, y nuevos procedimientos e ideas deben sustituir a aquellas que se hicieron tan viejas como sus impulsores usuales.
Volviendo al principio: ya sabemos qué le pasó al PCUS en 1991: Gorbachev lo descharchó tras el intento de golpe de la Vieja Guardia, y el sistema, país e ideología que Lenin y sus sucesores habían construido durante décadas se desintegraron en unas cuantas semanas, como castillo de arena en resaca mazatleca. Para entonces, otros partidos comunistas igualmente longevos, y en distintas partes del mundo, ya habían tirado los bártulos o sido fulminantemente desaparecidos en los años precedentes.
El PRI, en cambio, ha sabido sobrevivir: después de todo, su camaleonismo le había servido bien y bonito a lo largo de siete décadas. Sin definición ideológica precisa, sin principios qué defender, se adaptó a los tiempos y supo resistir las torpes embestidas del foxismo por arrojarlo al basurero de la historia. Y todo ello mientras defendía a capa y espada a alimañas como José Murat, Ulises Ruiz, Mario Marín y Arturo Montiel; y postulaba a la Presidencia de la República a una auténtica lacra indigna de habitar en cualquier comunidad humana, Roberto Madrazo. En un país civilizado, el PRI ya hubiera desaparecido por simple obsolescencia y sentido del ridículo, si no de la vergüenza. Pero ahí sigue, pretendiendo volver a gobernar a un país que, ya lo adivinaron… no es civilizado.
Durante décadas, los analistas y observadores internacionales se dieron de topes contra la pared intentando comprender cómo funcionaban esos ejemplos vivos de persistencia. El PCUS seguía el principio que Churchill enunciara acerca de la URSS toda: era “un enigma rodeado de un misterio envuelto en un acertijo”. Querer saber qué pasaba y por qué en los entresijos del Partido Comunista soviético era un ejercicio de infinita futilidad. Había que echar mano de cábalas y quiromancias que tenían que ver con minucias tales como qué tantos pasos atrás de Brezhnev estaba Fulanito a la hora de la foto; o qué música había tarareado Andropov en la recepción de la Embajada de Zambombia cuatro años atrás. A propósito de este último, y para que vean cómo estaban las cosas: no supimos que estaba casado hasta que, durante su funeral, una señora fue conducida con escolta de honor ante el féretro y se le permitió llorar de hinojos durante cinco minutos. La confirmación de que era la viuda de Andropov salió del Kremlin, si no mal recuerdo, tres días después.
Pero lo que desafiaba toda comprensión era el sistema político mexicano. De hecho, algunos analistas internacionales decían que entender los intríngulis del Kremlin era un juego de niños en comparación con lo que se requería para digerir situaciones como “el tapado”, “el dedazo”, “la estampida de búfalos”, “la cargada”, “el acarreo”… nuestro diccionario del exotismo político denotaba lo extraño y primitivo del sistema priista. Y lo escudaba contra todo estudio e investigación externos. Si los mexicanos, sabe Dios…
Por ello no deja de tener una cierta simetría que ahora en Rusia se estén copiando los usos y costumbres que fueron del PRI durante mucho tiempo. Me explico:
En la década posterior al derrumbe de la URSS, Rusia estuvo presidida por un borrachín populista e irresponsable, Boris Yeltsin. El cual, todo hay que decirlo, permitió el florecimiento de numerosos partidos políticos, algunos de ellos sencillamente impresentables. El sistema político ruso era muy frágil, y sólo estaba esperando el arribo de un hombre audaz (y sobrio) que lo manipulara a su antojo. Cuando Yeltsin, por motivos de salud (hepática) dejó la Presidencia en manos de un exoperativo de la KGB llamado Vladimir Putin, éste vio su oportunidad: creó su propio partido, se lanzó como candidato presidencial y barrió con sus oponentes. Luego procedió a consolidar su poder, extendiéndolo y concentrándolo, censurando rivales, saldando cuentas judicialmente y hostigando a la Oposición. Ganó fácilmente la reelección en 2004. Pero había un prietito en el arroz: según la Constitución, no puede buscar un tercer periodo presidencial: va a tener que dejar sus oficinas del Kremlin (a las que les ha tomado un cariño endemoniado) en marzo de 2008. ¿Qué hacer?
Lo que hacía el PRI: Putin se encargó de que su partido, Rusia Unida, ganara las elecciones parlamentarias generales de hace unas semanas, obteniendo dos de cada tres escaños del Congreso ruso: el equivalente eslavo del “carro completo”. Luego procedió a “destapar” a su sucesor mediante el proverbial “dedazo”, proclamando la candidatura de uno de sus adláteres, Dimitri Medvedev. Le faltó la etapa del “tapado”, pero ya aprenderá, ya aprenderá. No tardan en aparecer en los Urales múltiples cerros pintados con leyendas como “Arribasky y adelantov con Medvedev” o “La solución somos Todas las Rusias”. Supongo que a los “acarreados” les darán gorros de piel (de cartón) y vodka con Mirinda de naranja. Digo, no es lo mismo andar de borrego (sobre todo en invierno) en Chalchihuites que en Arkhangelsk o Irkutsk.
La diferencia más notable con el modelo priiísta es que todos esperamos que Medvedev será una marioneta de Putin. De hecho, el flamante candidato destapado ya anunció que le gustaría que Putin fuera ¡su primer ministro! Quizá el equivalente priista sería cuando Plutarco Elías Calles fue secretario de Guerra en el régimen de Pascual Ortiz Rubio… una de tantas razones por las que El Nopalito renunciara a la Presidencia de México en menos de dos años.
Lo normal, natural y sano en el sistema priista era que los ex presidentes se convirtieran en émulos de Hellen Keller: mal entregaban la banda, se volvían ciegos, sordos y mudos. Y al que salía respondón le esperaba la Embajada de México en Australia, Nueva Zelanda y las Islas Fidji, como le asestara José López Portillo a Luis Echeverría, cuando el psicópata de los espejuelos empezó a irse de la lengua sobre las políticas de su sucesor.
Así pues, tenemos un nuevo producto de exportación: las malas mañas y el surrealismo priistas. ¿Arraigarán en tierras de Iván el Terrible, de Pedro “el Grande”, de Stalin? ¿No serán inventos de la más pura imaginación latina y tropical, incapaces de funcionar en la tundra y la taiga? Ya veremos. Digo, si en Rusia les encantaban las telenovelas de Verónica Castro, supongo que pueden adaptar cualquier cosa nuestra que les llegue por allá.
Consejo no pedido para le den Stolichnaya en vez de lonche-pecsi-y-guaripa: Lea “El tiempo de los lobos” del maestrazo Martin Cruz Smith, sobre la corrupción de la nueva Rusia y el desastre de Chernobyl. Arkady Renko, uno de los detectives más entrañables de las últimas décadas, vuelve por sus fueros. Provecho.
PD: ¿Ya compró el Tomo 4 de “XX: historia ligera de un siglo pesado”? Correo: [email protected]