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Las glorias mundanas

Gilberto Serna

Me he estado preguntando ¿qué podría llevar a un deportista a buscar un galardón sin merecerlo? No creo lo necesite. A su edad, la corona de laureles no es el obtener falsos premios en justas deportivas. ¿Alimentar su ego al derrotar a los demás competidores, aunque sea de mentiritas? Ni falta que le hace, pues los honores corresponden a una época en que la adolescencia da paso a peores barbaridades. En ese tenor, algo hay detrás de todo el barullo que se ha despertado en el pantano ocioso de las políticas partidistas. El cocodrilo parece sonreír, desde su refugio entre la maleza que se forma en los esteros de los caudalosos ríos tabasqueños. Lleva millones de años de existencia, generación tras generación, acostumbrado a los más extraños ruidos creados por el asombro. Ja, Ja, Ja, qué bocota tienen los sapos, dice el saurio, sobreviviente de la época jurásica. De pronto se rompe el silencio. Las hermosas aves alzan su vuelo majestuosas, son de las que el poeta recreó aseverando no manchan su albo plumaje cruzando el pantano, aunque sus patas estén embijadas de cieno. Se oye el alboroto de las demás especies, las serpientes escupen su saliva venenosa mostrando sus lenguas bífedas. Se denota en el ambiente un tétrico jolgorio de linchamiento.

Los perros de caza ladran sin más razón que la de aprovechar el escándalo. No les interesa la competencia de la que tuvieran noticia hasta cuando se armó la ventolera de un supuesto engaño. Dicen que lo trae en la piel, pero no hay a cuál irle, pues todos sangran de la boca por que seguramente se mordieron la lengua. Los pececillos que nadan en la cenagosa agua observan cautelosos sin atreverse a salir porque de todo tienen miedo. Es un pantano en el que habitan aquellas criaturas que como camaleones cambian de color esperando confundirse con el medio ambiente. La lechuza parece girar su cabeza 360 grados buscando su comida en la oscuridad, parada en la gruesa rama de un encino con los ojos bien abiertos. Los ratoncillos están a salvo, se han escondido en sus agujeros, encontrando la palabra adecuada al deslindarse de lo que se supone ha hecho su líder. No saben aun la veracidad de los hechos y sin embargo, niegan a quien no hace mucho abrazaban prometiendo solemnemente que estarían a su lado por encima de cualquiera veleidad. Le ofrecían estar siempre a su diestra, mientras derramaban lágrimas de emoción en su hombro; algunos le juraban fidelidad eterna.

Es cosa de políticos el de acusar sin averiguar, sentenciando sin escuchar la versión del que han condenado. La cosa es aprovechar la oportunidad de una información que no tiene pies ni cabeza. Acuden al sencillo expediente de llamar falto de ética, podrido, árbol torcido, mal ejemplo e ícono de la trampa, en tanto se solazan en escucharse a sí mismos sin darse tregua para enterarse de la verdad cualquiera que ésta sea. Semejan caimanes tragándose a su víctima sin masticarla, dando por sentado, sin más trámite, que es culpable, tiene que serlo, desde siempre lo ha sido junto a sus correligionarios. Es la conclusión de una claque de políticos que no han aprendido el abc del respeto que deben a sus antagonistas. Es el modo de darle salida a su ira por que se pasan la vida viendo moros con tranchete, con la nariz fruncida y el gesto agriado. Los nuevos tiempos siguen siendo los viejos tiempos, igual ahora que antes. El grito descompuesto desde la galería, sin consideraciones para el público que asiste como espectador esperando el desenlace. Las sombras de una noche tensa se han apoderado del pantano. Las fieras nocturnas gruñen en una oscuridad tenebrosa. Dispuestas a devorar al que caiga en sus garras. El temor hace hueco en los corazones, un extraño vacío se siente en los estómagos donde negras mariposas revolotean. El enemigo de las almas, el monstruo de las aguas podridas, el Leviatán que imaginó Job, sí, los demonios andan rondando.

Es la primera vez que se les ha visto en las orillas del lodazal, pero ahí están, las hienas, que aprovechan cualquier descuido para con sus potentes mandíbulas destrozar al que cae en sus garras. También aparecen los buitres que, una vez posados en tierra, avanzan rijosos, dando brincos en dos patas, para hincar su curvado pico, descuartizando por el vientre, porque suelen degustar de las tripas y de su contenido, que estiran en la vorágine que forman las demás aves de rapiña, las que alzan el vuelo al primer ruido sospechoso. El atrapado sabe que quieren entregarle la medalla del deshonor, difundiendo en forma desmesurada y desproporcionada su participación, que no tenía más motivación que un momento recreativo. El que practica el deporte del atletismo sabe que no compite sino para sí mismo, a mayor razón cuando los años han empezado a mermar facultades naturales. Es la alegría de vivir, no hay rivales a los cuales vencer, es estar en forma para gozar. No hay tiempo ni ánimo para disfrutar de glorias mundanas. En fin, no deben preocupar las críticas, es tan sólo el sórdido empeño por acabar con el prestigio de un político. Los veo a todos en el pantano, ventrudos, mofletudos, lacios, fofos, cuyo ejercicio físico consiste en dar unos cuantos pasos con rumbo a la despensa, atendiendo demasiado a las cosas del mundo, a sus pompas y placeres.

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