Cuando de niño hacía una travesura en la escuela, y luego la maestra se enteraba que yo había cometido tal acción, me daba muchísimo coraje.
Mi ira no era provocada por el regaño de la profesora ni por su acostumbrado castigo de cargar, en medio del patio y durante diez minutos, cinco libros Alfa en cada mano y con los brazos extendidos. Mi ira se despertaba más bien por la traición de un compañero anónimo que no sé con qué finalidad me delataba. “¿Quién fue el chismoso?”. En vano trataba de descubrir su identidad, lo cual alimentaba aún más mi enojo.
Hoy, después de casi 25 años, he comprendido que lo importante no es saber quién fue con el chisme, sino más bien reconocer las fallas y asumir las consecuencias.
Arturo Montiel no ha aprendido esta elemental lección. Hace unos días, cuando los mexicanos nos enteramos del enriquecimiento inexplicable de su familia y de los millonarios depósitos bancarios hechos a la cuenta de su hijo, en lugar de ofrecer una explicación de tal fortuna, el precandidato lo único que hizo fue responsabilizar a Roberto Madrazo de filtrar tal información.
Es vergonzoso el nivel que ha tomado la política en nuestro país. Aquí no importa el delito cometido por algún funcionario público, sino más bien quién fue el indiscreto que sacó a la luz las corruptelas cometidas.
Hace unos meses, López Obrador afirmaba que los videos en los que Bejarano se embolsaba miles de dólares, era parte de un complot. Muchos creyeron tal versión, al grado que Bejarano está ahora en libertad y “El Peje” encabeza todavía las listas de popularidad en la carrera hacia la Presidencia de la República.
Lo mismo sucede en el caso de Montiel. No importa que tenga casas por todos lados, que posea múltiples empresas y que la cuenta bancaria de su hijo engorde cual si fuera un marrano de criadero. Lo único que a él importa es descubrir quién fue el chismoso. ¿Acaso los mexicanos ganamos algo con ello?
Nosotros no debemos caer en la trampa. En la política no hay más complot que el que cada uno se fabrica a sí mismo. Si un funcionario es honesto y ofrece una explicación sobre el origen de cada peso depositado en sus cuentas, entonces difícilmente alguien podrá convertirlo en víctima de un complot.
Montiel y Madrazo son una misma cosa. Ambos representan lo peor de un pasado, que por culpa de personas como ellos, no se ha ido todavía. Aquel dos de julio los mexicanos demostramos estar cansados de un régimen partidista basado en la corrupción, en el abuso y en la mentira. Más que representar un nuevo PRI del que tanto se ha hablado en los últimos años, los precandidatos a la Presidencia reúnen en sus personas lo más despreciable de nuestra historia política.
Las grietas en el PRI que aparentemente estaban desapareciendo con los triunfos obtenidos en Coahuila, Tamaulipas, Nuevo León, Durango y Chihuahua, entre otros estados, ahora vuelven a mostrarse profundas e irreparables. Los enfrentamientos internos entre Elba Esther Gordillo y Madrazo y ahora los protagonizados entre Montiel y el tabasqueño, son golpes duros contra la credibilidad de ese partido. Aunque han recuperado la confianza de los mexicanos en muchos estados, el PRI sigue siendo el partido de siempre, es decir, el partido donde prácticas tan indignas como la corrupción, la impunidad y la mezquina lucha por el poder son cosa de todos los días.
El dinosaurio está vivo. Sin embargo, su vida no ofrece nada nuevo ni nada bueno a los mexicanos. En Arturo Montiel y en Roberto Madrazo, el PRI sólo podrá ofrecernos la continuidad de una historia digna de olvidarse.
Dejemos que los priistas se den con la cubeta del poder. Ellos mismos cavando su tumba están. Montiel ha lanzado la toalla pidiendo un respiro, sin embargo, ni él ni su oponente podrán salvarse del duro golpe que da el desprestigio.
