A principios de los años cuarenta los chiquillos del rumbo corrían desaforados, con esa curiosidad que los empujaba a arrostrar fingidos peligros, dejándose llevar por la más inocente de las fantasías, creando monstruos de fábula, influenciados por la lectura de las novelas de Emilio Salgari (1863-1911), de Marck Twain (1835-1910) y de Julio Verne (1828-1905) acudiendo al lugar donde se había oído un estruendo, en medio de la vida tranquila que respiraban los provincianos de entonces, logrando hacer volar la imaginación propagándose la voz de que un extraño bólido, que había ingresado en la atmósfera proveniente de otros mundos, acababa de caer con gran estrépito en una de las avenidas de la ciudad. No era tal. Se trataba de un helicóptero que con dos tripulantes se había venido abajo por una falla mecánica golpeando una palmera, que de alguna manera amortiguó el golpazo que se dieron a continuación en el duro cemento de la banqueta.
Este incidente, casi olvidado, lo recordé a consecuencia de la noticia que se esparció, durante los días de la semana pasada, de que un moderno aparato, en el que viajaban funcionarios del Gobierno Federal, se había desplomado en las inmediaciones del poblado serrano de San Miguel Mimiapan, en el Estado de México. Durante varias horas nadie supo qué había pasado hasta que los restos del autogiro y sus ocupantes fueron localizados en la parte alta del cerro conocido como La Cima. La labor, de quien de la mano de su amigo había llegado a la otra cima, a la del poder público, que era la persecución de hombres ligados al crimen organizado, dio pábulo a que se soltaran los rumores de que el aparato pudo haber sufrido un atentado. Los adelantos técnicos con que cuentan estos naves aéreas permitieron dudar sobre que el percance fuera producto de una avería, aun en condiciones climatológicas desfavorables, contando con un equipo computarizado que les permitía advertir cualquier obstáculo.
Se ha especulado desde entonces sobre el asunto. No habrá que esperar el resultado de las investigaciones pues, desde un principio, ausentes los peritajes, el Gobierno Federal ha establecido que se trató de un mero accidente de aviación. Nunca se tendrá la certeza de qué fue lo que verdaderamente ocurrió. Es el caso que la credibilidad del sistema se encuentra en los índices más bajos. Algo debe estar sucediendo, de lo que no tenemos la menor idea. Hace unos días nos enterábamos que el Gobierno había comprado un sofisticado equipo, a un costo millonario, para bloquear las llamadas desde o hacia el interior de los presidios donde esperan o purgan sentencias peligrosos delincuentes. ¿No costaría menos impedir que se usen celulares en las cárceles de máxima seguridad del país? Se supo que el secuestro del conocido técnico de un equipo de futbol había sido ordenado y dirigido desde un penal por un preso de alta peligrosidad dedicado a esos turbios negocios.
¿Se nos quiere mantener a los mexicanos en una especie de limbo?, ¿que no se piense que los criminales se le han subido a las barbas a nuestros gobernantes? La cosa es que se dice está construyéndose un México seguro, de paz, justicia y libertad, aunque no se advierte que se haya tenido éxito cuando los homicidios, aún de funcionarios entregados a la lucha contra el narcotráfico, continúan asolando la República. Corre la versión, publicada en los periódicos, de que Ramón Martín Huerta y José Antonio Bernal, comisionado de la Policía Federal Preventiva y visitador de la Comisión Nacional de Derechos Humanos respectivamente, se entrevistarían con el acusado de narcotráfico Osiel Cárdenas Guillén, preso en La Palma, quien a través de terceros habría amenazado de muerte al visitador. La junta, por obvios motivos, ya no tendrá lugar. Queda en el aire la pregunta ¿se cumplió la amenaza? o ¿es una casualidad? o ¿no hubo tal desafío? o, si lo hubo, ¿se trató de una baladronada?
Nota bene.- Baladrón, fanfarrón y hablador que, siendo cobarde, blasona de valiente.