Simpliciano se iba a casar con Pirulina. Le pregunta solemnemente: "¿Conservas tu virginidad?". "No -responde ella-. Pero conservo el estuchito en que venía, y estoy segura de que te va a gustar". (No le entendí)... La señora le dice al doctor: "Esas píldoras anticonceptivas que me recetó no sirven. Al menor movimiento se me salen". (No le entendí)... El pretendiente le dice al papá de su novia: "Vengo a pedirle la mano de Rosibel". Inquiere el genitor: "¿Tiene usted dónde ponerla?". "No -contesta el galancete-. Precisamente por eso quiero casarme". (No le entendí)... De pronto la vida te dice: "Ven acá, que te tengo un regalo". Y tú vas, porque a la vida siempre hay que ir, y ella te abraza como si fuera tu cumpleaños -que no lo es- y luego te da el regalo prometido. Para mí ese regalo de domingo fue León, Guanajuato, y fue su gente. El marco lo formó la espléndida Feria del Libro, que este año rompió récord de asistencia (¡Felicidades, Alicia!). La gente abarrotó el amplísimo local donde presenté el libro que Diana, mi casa editorial, acaba de reimprimir -después de agotado el primer tiraje- con una antología de mis textos. Hubo 800 asistentes, que se acomodaron hasta en el piso. Cuando llegué al vasto salón fui recibido por el público con un aplauso tan largo que al terminar dije que lo mejor que podía yo hacer era dar las gracias y retirarme luego, pues ningún otro aplauso mayor podría ya suscitar. (Me equivocaba, como diré después). ¡Qué generosa es la gente de León; qué bondadosos son los guanajuatenses! Todo lo que decía yo lo celebraban; con jubilosas risas recibían mis cuentos; se emocionaban con el relato de mi vida. Por eso declaré que sentía mucho que no estuviera ahí mi esposa, mi brazo derecho, mi brazo izquierdo, mi corazón y mi cerebro y mi alma, porque seguramente -añadí-el aplauso mayor habría sido para ella. Y he aquí que al escuchar aquello la gente rompió en una ovación aún más grande que la que me había dado a mí, tanto que expresé mi convicción de que ese aplauso seguramente habría llegado hasta Saltillo ("Si hay viento favorable" -condicioné, para que la afirmación no se oyera tan exagerada). Al final por poco se hace una sarracina cuando lectores impacientes querían ser los primeros en ver firmado su libro. Todos los ejemplares que llevó Diana se vendieron, y mucha gente ya no pudo conseguir el suyo, pero de cualquier modo hizo fila durante más de una hora para que yo pusiera mi autógrafo en otro libro, o en su agenda personal, o en una hoja de cuaderno. Recibí obsequios, como en las funciones de beneficio de los actores de antes: plumas, libros y discos, objetos de artesanía, pequeños grandes dones que se agradecen con el corazón, y muchos de mis cuatro lectores llevaron colecciones de mis artículos, sobre todo de "Mirador", que han recortado con paciencia a lo largo de los años y pegado en un álbum, donde también puse mi firma. Me entregaron recados, acrósticos y poemas, cartas con lindas laudanzas, como la de Toñita, que me cuenta que es "mochita", pero que aun así me lee; o de Osvaldo, que me dice: "Gracias por hacerme entender de una manera fácil esto que lleva por nombre 'política', pero sobre todo por despertar en mí el amor a México"; o de Enrique, quien vive en una privada con bello nombre, Tierra Prometida, y que me escribe:
"Dios le dio un gran don con tanta lucidez y tanta sabiduría". Desde luego, querido don Enrique, no soy sabio, y la lucidez sólo de vez en cuando me visita. Pero poseo algo que vale infinitamente más, y es el cariño de la gente, el afecto que me demuestra siempre, la bondad con que me trata en todas partes. Por ese don de amor cambio todos los demás. Así de bello es el cuento de mi vida. Mañana volveré a la vida de los cuentos, es decir a la política y cosas peores... FIN.
