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¿Por qué nos odian?/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“El odio es con mucho el placer más prolongado. Los hombres aman con prisa, pero odian con calma”. Lord Byron.

¿Por qué nos odian? La pregunta se la han hecho los estadounidenses una y otra vez desde los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001. El propio presidente George W. Bush la manifestó en un discurso televisado el 20 de septiembre de ese año.

Este odio se manifestó en las celebraciones que llevaron a cabo algunos palestinos cuando las torres gemelas de Nueva York fueron atacadas. Y en las encuestas de opinión que en países como México sugerían que una gran parte de la población pensaba que Estados Unidos se merecía los atentados. En la nueva guerra de Iraq se expresa en cada celebración en los países árabes por la captura o muerte de un soldado estadounidense.

No hay duda de que Estados Unidos se ha portado con agresividad y arrogancia a lo largo de su historia. México mismo perdió la mitad de su territorio ante el expansionismo estadounidense a mediados del siglo XIX. Pero incluso cuando los estadounidenses acuden a la ayuda de otros pueblos son despreciados. Las tropas estadounidenses inclinaron la balanza a favor de los aliados en la Segunda Guerra Mundial y liberaron a Francia e Italia del control nazi. El poderío militar estadounidense permitió el aprovisionamiento de Berlín en 1948 y 1949 durante el bloqueo soviético de la ciudad. Y, sin embargo, después de la guerra la imagen del “feo americano” no hizo sino afianzarse en Francia y el resto de Europa.

El odio que hoy sienten los árabes hacia los estadounidenses es producto del apoyo que la Unión Americana le ha dado a Israel. Los 150 millones de árabes no pueden entender que los seis millones de israelíes los hayan mantenido a raya durante tantas décadas a no ser por el respaldo de la mayor potencia militar del mundo. La verdad, sin embargo, es que Estados Unidos ha hecho grandes esfuerzos por obtener un arreglo al conflicto árabe-israelí. La paz de Campo David entre Egipto e Israel de 1977, que le permitió a Egipto recuperar la península del Sinaí, es quizá el ejemplo más notable.

Si bien los estadounidenses se han visto a sí mismos siempre como un pueblo pacífico, no hay duda de que la suya ha sido una nación belicosa. A las guerras de Corea y de Vietnam hay que añadir en el último medio siglo las intervenciones en la República Dominicana, Panamá y muchos otros países. Paradójicamente, cuando Estados Unidos se ha negado a intervenir, como ocurrió en Ruanda en 1994 durante la matanza de tutsis a manos de sus rivales hutus, los cuestionamientos a Washington han sido por su falta de acción.

Pese a las acusaciones, Estados Unidos no ha tomado desde hace muchas décadas posesión de los recursos naturales de los países en los que ha intervenido. En 1991 expulsó, con el aval de las Naciones Unidas y el apoyo de casi todos los países árabes, a las tropas iraquíes que habían invadido Kuwait sin hacer ningún intento por quedarse con el petróleo de Kuwait o de Iraq. En el 2001 derrocó al régimen talibán de Afganistán sin buscar ningún beneficio económico posterior. En 1998 y 1999, con el apoyo de la OTAN, Estados Unidos intervino en Serbia para evitar el genocidio en Kosovo de la población albana musulmana a manos de los serbios ortodoxos de Slobodan Milosevic. La acción no fue sometida a votación en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, porque se sabía que Rusia, cercana a Milosevic, la vetaría. Pero fue aplaudida con entusiasmo por los países árabes.

Hoy los árabes no recuerdan a Kosovo, ni los franceses la Segunda Guerra Mundial. Nadie recuerda tampoco la intervención nunca realizada en Ruanda. Sin embargo, las imágenes de Iraq están presentes en las pantallas de televisión. El mundo ve en Estados Unidos a un pueblo imperial y arrogante que busca aplicar su ley en otros países. Y conforme el “ejército liberador” avanza, los propios estadounidenses se dan cuenta de que los iraquíes no querían ser liberados, por lo menos no por los estadounidenses.

Parece inevitable que cada determinado tiempo los estadounidenses se pregunten a sí mismos por qué los odia el mundo. Quizá la razón sea su papel como la única gran potencia que queda en el planeta. El odio hacia los estadounidenses sería así similar al que alguna vez existió contra los romanos o los británicos en la cúspide sus imperios. Pero me da la impresión de que los romanos y los británicos entendían mejor ese odio y cuando menos no se preguntaban su porqué.

La potencia

El odio se aplica solamente a la gran potencia. Nunca hubo manifestaciones pacifistas cuando Iraq atacó Irán o cuando invadió Kuwait. El pacifismo organizado sólo se expresa contra Estados Unidos.

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