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Vencedores del desierto: Un mito

Luis Maeda Villalobos

Nadie puede negar ante su vista, la presencia de los páramos cada vez más extensos en La Laguna y esto tiene una explicación. Los ríos sin agua, las lagunas secas, no hay lluvia, el frío intenso y un Sol abrasador, mientras avanzan los médanos. Todo ello conforman un coro silencioso que ríe a carcajadas y en su letanía recuerdan a los valientes laguneros que se han creído vencedores del desierto y están acabando con los recursos naturales y atentan contra la naturaleza. La realidad es que avanza el desierto y en los campos yermos fenecen las plantas, mueren los árboles y los animales silvestres se exterminan mientras otros huyen. Gran diferencia en una analogía de los tiempos idos, cuando en aquellas narraciones anuales (anuas) de los misioneros jesuitas del siglo XVI, como testimonios escritos dicen de los continuos sucesos por las inundaciones periódicas del río de las Nassas, llamado así por el hecho de que los aborígenes usaban unas cestas de pescar como trampas, que fabricaban con ramas de sabinos, a las que llamaban Nassas. Dicen los escritos, que el río inundaba todas las tierras de la región, desde la Laguna de los patos y las liebres, la de El Caimán o Tlahualila, la llanura del cerro de Santiago, cuyas aguas broncas llegaban a Charcos de Risa y Acatita. Luego por el Puerto de Ventanillas llegaban las aguas broncas al Valle de las Delicias, hasta El Hundido. Estas lagunas, al irse colmatando con el tiempo, con el material de arrastre de gravas y arenas, de cantos rodados, humus y limos, dejan tierras ricas para los cultivos, cambiando el rumbo de las aguas, para desembocar en la Laguna de Mayrán con el río Parras, cuyas aguas llegaban hasta la estación Hipólito o quizás más allá. Por otro lado, el río lagunero o Aguanaval que nace en las sierras de Zacatecas, conocido en el siglo XVIII como el río del Buen Habal, es hermano gemelo del Nazas y sus aguas tempestuosas, arrasan en sus avenidas todo a su paso, las que al llegar a la sierra de Picardías en tiempos ancestrales, se superimpusieron formando el cañón del mismo nombre y corrieron raudas hasta la Laguna de Viesca, no sin antes conectarse con el Nazas y formar al sur la Laguna Seca en la región. Bello espectáculo era contemplar todo el valle de Texas desde el Baicuco en La Cuchilla, el cuadro bajo de Matamoros, hasta la Laguna de Viesca, como una sola extensión llena de peces y aves acuáticas como la de Mayrán. Ello dio motivo para que algunos investigadores de la historia pensaran, por la grandiosa blancura de sus aves, que fuera posible que la región de las lagunas, fuese la verdadera Aztatlán, de donde partieron las siete tribus Nahuatlacas hacia el altiplano de Mesoamérica, donde reinaba el imperio Azteca. En los remansos de los ríos quedaban islotes de arena o médanos, en cuyas orillas merodeaban las tribus laguneras que se dice, eran parte de los grupos nómadas salvajes del desierto del Imperio Chichimeca.

Practicaban hábilmente, además de la pesca, la caza del venado y aves acuáticas, entre otros animales en la sierras aledañas.

El ecosistema del semidesierto permite inferir la adaptación de los seres vivos entre sí y con su medio ambiente, en una supervivencia equilibrada con la naturaleza, que no fue alterada hasta la llegada del hombre blanco a la región. Sin embargo, la obra de los padres jesuitas no fue estéril como pudiera parecer, pues además de las funciones evangelizadoras, enseñaron a las tribus bárbaras, recolectoras, cazadoras y nómadas, a cultivar los granos domesticados del maíz, frijol, chile y calabaza, lo que dio lugar al nacimiento de pueblos estables por el inicio de la agricultura primitiva en la región.

Pasó el tiempo y poco a poco, vienen más emigrantes a La Laguna, formando grandes latifundios y haciendas al ver tierras favorables y agua para los cultivos, principalmente el algodón. Con su presencia, luego, los indígenas van siendo marginados y rechazados a sus lugares originales en las sierras y montes agrestes, donde se fueron extinguiendo progresivamente, quedando sólo reductos que también van desapareciendo. Como nuevos dueños de las tierras y aguas laguneras, va un progreso paralelo con haciendas florecientes por las ricas y enormes cosechas que dan fama a La Laguna, que es un atractivo para nacionales y extranjeros como nuevos emigrantes. Así crece la demografía, con lo cual se abren más tierras al cultivo, con nuevos sistemas de regadío, con represas sobre el río Nazas, tajos, canales y acequias, que llevan el agua rodada hasta la intimidad de los campos de cultivo que aniegan. No falta el agua. Con el tiempo se van observando agresiones o impactos al medio ambiente con la deforestación y presión sobre los recursos naturales, además de los cambios políticos y económicos del país con la Revolución Mexicana y después con el reparto agrario, que reduce los grandes latifundios y se forman los parcelarios y pequeños propietarios. Con el crecimiento poblacional y el aumento tácito de las necesidades primarias a satisfacer, se provoca una sobreexplotación de los recursos, principalmente del agua, mientras las tierras, otrora feraces por el monocultivo, se saturan de agroquímicos tóxicos, algunos de molécula no biodegradable. Con esto, el recurso hídrico ya no es suficiente, lo que obliga a la construcción de presas mayores de almacenamiento y regulación, formándose así los ciclos agrícolas anuales, mientras la escasez del agua superficial y subterránea en los acuíferos cada día es más crítica, por los prolongados períodos de sequía que agobian a la región. Las manchas urbanas crecen desmesuradamente por la inmigración de la gente del campo a las ciudades, que abandonan sus tierras a la erosión y desertización, lo que va junto a la pobreza.

El desierto sin duda avanza implacable, se reducen los recursos naturales como el agua y el lagunero se cree su vencedor, lo que tan sólo es un mito.

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